En el mundo hay muchas clases de tortura. La física, la emocional, la psicológica... y un largo o larguísimo etcétera. La peor de todas es la que uno se provoca a sí mismo cuando los ardides del destino le juegan una mala pasada, porque como decía mi querido Tolkien en una de sus sabias frases, A veces no hay peor castigo que el sufrir las consecuencias de una mano torpe, la de uno mismo. La herida duele mucho más.
No hay palabrería capaz de coser ciertas heridas. Pero sí la esperanza de la recapacitación, el deseo de aprender de ello, el triunfo del bien sobre el mal, de la verdad sobre la mentira, de la razón frente a la locura, del cariño frente al desdén.
Yo he aprendido la lección. No pienso volver a permitirlo ni permitírmelo.
Y no creo que haya mejor canción que la siguiente para expresar lo que siento.
Un abrazo.