Un día como hoy hace cinco años se estrenaba a nivel mundial la ya mítica tercera parte de
El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey. Conforme pasa el tiempo, y aunque no ha sido tanto, me voy dando cuenta de lo
importante que resulta esta película para mi a nivel personal, pero también lo que ha supuesto en la historia del cine. Para empezar, decir que es la primera y única película de género fantástico que ha ganado el
Oscar a la Mejor Película en la historia de los mismos, que es una de las tres películas hasta la fecha que ha alcanzado nada menos que 11 estatuillas (junto con Ben-Hur y Titanic), que ha
unido a crítica y público (los freaks
ultraTolkinianos no cuentan, para ellos todo lo que se salte un renglón del libro es una ofensa) y que es sin duda, y sin discusión posible,
una de las películas más espectaculares e increíbles que ha dado el séptimo arte en toda su existencia,
un auténtico milagro audiovisual desde que empieza hasta que termina y una de las razones por las que un servidor siente auténtico amor y pasión por las películas.
Sentemos como base que soy un auténtico
fan de Tolkien y su mitología, especialmente de
El Silmarillion, libro que he leído más de cien veces sin exagerar un ápice. Pese a que la película se toma muchas, muchísimas licencias con las que no estoy de acuerdo, no puedo sino decir que el espíritu de la obra de Tolkien está
presente en cada uno de los planos de esta película: desde los gloriosos paisajes de Rohan o del Pelennor, el diseño de Minas Tirith (aún se me pone l
a carne de gallina cuando Gandalf y Pippin la avistan por primera vez), la emocionante
ternura de la amistad entre Frodo y Sam (grandísimo Sean Astin), el
dilema de la inmortalidad frente al amor y, sobre todo, el canto a la libertad, la valentía y l
a lucha del bien frente al mal impregnado de
épica rebosante y adornado por un lazo dorado que es
ese prodígio de banda sonora de Howard Shore, una de las bandas sonoras de mi vida.
Me gustaría dar las gracias a Peter Jackson, a todos los actores (aunque algunos no me gusten en sus papeles, como Elijah
caracarton Wood), a Weta, a Philippa Boyens y Fran Walsh, a todos los que participaron mínimamente en esta producción y, sobre todo, a mi adorado
Tolkien por haber parido semejante historia, uno de los relatos de mi existencia y un
tesoro que siempre llevaré dentro. Así de
exagerado, pero
certero y sincero me expreso. Gracias de corazón.
Además, recuerdo perfectamente aquel día, uno de los más felices que he vivido: me pedí la tarde libre en el trabajo (día 16) y el día 17 completo para poder asistir al
Maratón de la Trilogía en
Kinepolis Madrid, en la emblemática sala 25 de la misma, para lo cual tenía las entradas desde hacía dos meses. La foto de abajo lo ilustra muy bien...
Llegué a Kinepolis solo, nadie se atrevió de mi entorno a seguirme a semejante empacho
Tolkiniano. Yo llevaba un año entero, desde que terminó
Las Dos Torres, deseando con todo mi ser ver la tercera entrega, que es además mi libro favorito. Ese día tenía el corazón en un puño; llegué como he dicho, vestido con mi camiseta del
Arbol Plateado de Gondor (que aún conservo y que me hice yo mismo), y me dispuse a ver
La Comunidad del Anillo y
Las Dos Torres en su versión
extendida (solo estaban disponibles en DVD con tal extensión) seguidas, en una sala de 1.800 personas, todas ellas
fans a rabiar. También estuvieron los dobladores de las películas, entre ellos José Mediavilla (Gandalf), que declaró posteriormente a la prensa la mágia que allí se vivió. Y así fue: pura
magia. Gente emocionada, aplaudiendo,
feliz. A sabiendas que, el 17 de diciembre de 2003 a las 00:00 horas, se emitiría el primer pase en España de El Retorno del Rey (y, evidentemente, uno de los primeros pases a nivel
mundial). Llegó el momento, algo más tarde por problemas técnicos y después de haber pasado casi 8 horas viendo las anteriores películas. Yo no estaba
nada cansado, al contrario; cuando estaba terminando Las Dos Torres no paraba de decirme
¡¡Ya queda poco, ya queda poco!!.
Se
apagaron las luces. La gente
gritó. Comenzó la música entre
aplausos e, inmediatamente, la gente
enmudeció.
El resto es historia. Durante y al final, lloré como un niño, el niño que llevo dentro, el Hobbit que sale de mis entrañas, el elfo de corazón, el Dúnedain de espíritu.
Nunca lo olvidaré.
Y, al día siguiente (sí, solo un día después), llevé a
mis mejores amigos en tropel de nuevo a ver la película, sin las precuelas anticipándola. Fue, igualmente, un día
inolvidable. Gracias por estar ahí conmigo, chicos. Gracias.
Un abrazo.