Cuando llega el día del orgullo gay (que fue ayer, 28 de junio), muchos de mis amigos heteros (incluso gays) se sienten muy desvinculados de dicha celebración. Dicen que ya que hay un día para el orgullo homosexual, también debería haberlo para el heterosexual, y siempre aluden a la fantochada del desfile-manifestación del orgullo gay.
Pues yo no estoy ni remotamente de acuerdo. En nada, de hecho. Durante los últimos años me he abierto muchísimo de mente y ahora tengo una visión muy distinta de la celebración del orgullo homosexual; en este mismo blog, no hace tanto tiempo, decía que no me identificaba con el arquetipo de gay musculado con trajes de lycra y marcando paquete mientras se sube a una carroza con musiquita tecno acompañando mientras coristas transexuales adoran su cuerpo de gimnasio. Evidentemente, sigo sin identificarme; pero no lo condeno, ni pienso que estén empañando la imagen de los homosexuales normales, si es que ese concepto existe. No existe lo normal ni lo diferente, tan solo diferentes formas de entender la vida y, mientras no se haga daño a nadie, no es reprochable ni condenable.
Si lo pienso, mi propia intolerancia respecto a ese grupo de gays con el que no me idenfifico es exactamente el mismo tipo de marginación que el que imponen las familias ultracatólicas, del opus dei o simplemente la gente homófoba: se nos ve como una amenaza a su forma de vida, a su forma correcta de pasar por este mundo y ser ciudadanos respetables y respetados. Cuando fui consciente de esa perspectiva, fue cuando me dije a mí mismo que no iba a ser de juicio tan ligero. Y aunque a veces, ciertas cosas que veo en el ambiente siguen dándome grima, ya no lo asocio al mundo gay, simplemente a actitudes independientes de ciertos grupos de personas.
Pero a mí me gustaría decirles algo a todas las personas que creen que el orgullo gay es algo que a estas alturas ya no debería celebrarse: que se equivocan de pleno. Tengo mil millones de razones para que se celebre un orgullo gay y no un hetero. A los heteros no se les mata por ser heterosexuales. Ni se les pega. Ni se les insulta. Ni se tienen dobles morales con ellos. Ni provoca trastornos psicológicos en los jóvenes. Ni se les señala con el dedo. Ni son objeto de las iras de las asociaciones ultraconservadoras. Ni se les trata como enfermos, viciosos o degenerados. Eso, a día de hoy, y aunque se haya avanzado mucho, sigue pasando. El maricón sigue siendo un maricón para quien no abre los ojos.
El lema de este año es Stop homofobia en las escuelas. El año pasado fue Por la visibilidad lésbica. Creemos que porque en España sea legal casarse entre homosexuales, un logro de proporciones mastodónticas que me hace sentirme realmente orgulloso de ser español (de otras cosas no tanto), ya está hecho todo. Falso. Las mujeres lesbianas tienen doble discriminación: la misógina y la homófoba. Por eso siempre hay tanto maricón y tan poca bollera a la vista. A los niños con pluma o amanerados se les siguen haciendo atrocidades físicas y psicológicas en las escuelas sin que nadie haga nada por evitarlo, o pocos. Los transexuales aún son visto como aberraciones de la naturaleza. Todo esto ocurre en mayor o menor medida y hay que seguir luchando porque la balanza se desequilibre aún más hacia el lado positivo, el de la tolerancia, el respeto, la comprensión, la explicación y la educación. Las garrulerías deberían quedarse en el pasado.
Yo no me siento identificado con mucho de lo que se ve en el show del orgullo gay, pero tampoco lo veo como mi enemigo. Sí que me disgusta ver cómo cada año se multiplica más el marketing y se reduce la parte reivindicativa, al contrario de lo que vi en Amsterdam, mucho más comedido y equilibrado. Lo que yo veo cuando estoy en medio de la manifestación, con mi camiseta colorida y florida, mi carácter homosexual en plena explosión de gozo, la música, el sol y la alegría uniendo a miles de personas es una celebración preciosa, sincera, alegre, de la vida y la libertad, al derecho de ser tú mismo sin importar cuan extravagante parezca. Esa es la esencia del orgullo gay, y por eso debe seguir celebrándose una vez al año aunque haya luego que trabajar en el día a día para erradicar uno de los peores cánceres que hay en este país: la homofobia, seriamente mermada pero aún latente.
Todo esto, evidentemente, con el máximo respeto a todo el colectivo heterosexual.
Nos vemos esta semana en Chueca. Nos vemos el sábado en Madrid.
Un abrazo.