En el día de hoy pienso mucho en dos cosas que han marcado mi actividad cerebral en las últimas horas. Aparentemente muy diferentes entre sí, pero ya se sabe que mi mente es capaz de encontrar conexión en ellas de las formas más extravagantes, extrañas, inútiles o incluso macabras.
La primera de las cosas que acuden a mi mente tiene que ver con lo ocurrido al ciclista que ha aparecido carbonizado en Madrid. Como todo parece apuntar, le atropellaron y quisieron borrar sus huellas quemándolo y dejarlo por ahí. No se descarta tampoco que haya sufrido tortura, lo cual ya cambia muchas cosas, pero... si nos basamos en lo primero, en que fue quemado para ocultar pruebas, yo me pregunto: ¿Dónde está la decencia humana?. Hay que ser ruin, miserable, peor que una bestia salvaje para hacer lo que esas “personas” han hecho. Ayer me plantearon no una, sino dos personas, la posibilidad de que esas personas sufrieran el resto de sus días un enorme cargo de conciencia. A ambos les contesté lo mismo: depende.
Quiero decir que, por desgracia, todos hemos conocido casos de gente a la que, honestamente, no le vemos la conciencia por ningún lado. No la tienen, no existe. Y entonces, ¿dónde comienza la humanidad de una persona así?. Sin duda, hay muchísima gente que podría tacharse de inhumana en términos muy literales.
Pero lo que me atormenta es la idea de que eso nos pueda pasar a cualquiera en cualquier momento y cualquier circunstancia. Es ese azar, ese caos o libre albedrío que compone el día a día de nuestra existencia. El otro día vi un video en mi autopista en el cual se veía un accidente dentro de un túnel. El túnel estaba vacío, tenía 3 carriles, y alejados el uno del otro había un camión cisterna y un turismo. De repente, el camión cisterna perdió el control (parece ser que se durmió) y se estrelló contra una de las paredes del túnel, y el turismo que iba justo detrás no tuvo tiempo de hacer nada: se estrelló contra él y todo salió en llamas. El conductor del camión murió (lo sé fehacientemente), y el del turismo está muy grave. Y todo en 5 segundos (puedo ver esa grabación todas las veces que quiera y no me acostumbro).
La otra cosa en la que hoy he pensado mucho es en mi queridísima amiga Cristina, antigua compañera de trabajo en DMR. Ayer quedé con ella y otra amiga, Mónica, junto a mi chico en un bar de Getafe. Y la miré a los ojos y encontré algo extraño en ellos. No extraño: simplemente no eran sus ojos de siempre. Veía mucha tristeza, un mar de desilusión oculto en ellos, pero visible si los miras fijamente. Supongo que el trabajo y el estrés están haciendo mella en ella.
Desde que conozco a Cris siempre he sentido un desmesurado cariño hacia ella. Es una de esas criaturitas adorables que pululan por el mundo y lo llenan de alegría o, por lo pronto, me hacen recuperar la fé en él. Yo hace ya un tiempo que estoy fuera de su vida más cercana, y por ende no puedo hablar con ella todo lo que quisiera. Así son las cosas según el tiempo pasa y distancia, aunque se mantenga la esencia de nuestra amistad.
Me gustaría que personas como Cristina fueran felices: en verdad no se merecen otra cosa. Y en ese sentido lamento no poder hacer más, pues yo mismo a veces soy incapaz de encontrar mi propia felicidad.
Pero ahora vamos al nexo que pretendo establecer entre lo primero y lo segundo: ¿Qué tienen que ver la muerte de un transeúnte a manos de unos sinvergüenzas con lo bien o mal que pueda estar una amiga mía?.
El nexo es la imposición del destino, sin más. Este ha hecho que Cris tenga que pasar por una etapa laboralmente dura, y ha hecho que este hombre fuera directo hacia su fin de la forma más fortuita, casi irritantemente fortuita. ¡Qué fácil podría haberse evitado si se hubiera quedado en casa!.
El destino te impone muchas cosas: pero no sé si destino o imposición están ligados entre sí, de miles de formas diferentes. El destino nos impone lo bueno, lo malo de nuestra vida: desde lo más superficial a lo más relevante, pasando por el principio y el fin de todo lo que hacemos. Es una idea terrible, lo sé, pero creo fervientemente en ello.
Qué miedo da el destino a veces, ¿verdad?.
Un abrazo.
La primera de las cosas que acuden a mi mente tiene que ver con lo ocurrido al ciclista que ha aparecido carbonizado en Madrid. Como todo parece apuntar, le atropellaron y quisieron borrar sus huellas quemándolo y dejarlo por ahí. No se descarta tampoco que haya sufrido tortura, lo cual ya cambia muchas cosas, pero... si nos basamos en lo primero, en que fue quemado para ocultar pruebas, yo me pregunto: ¿Dónde está la decencia humana?. Hay que ser ruin, miserable, peor que una bestia salvaje para hacer lo que esas “personas” han hecho. Ayer me plantearon no una, sino dos personas, la posibilidad de que esas personas sufrieran el resto de sus días un enorme cargo de conciencia. A ambos les contesté lo mismo: depende.
Quiero decir que, por desgracia, todos hemos conocido casos de gente a la que, honestamente, no le vemos la conciencia por ningún lado. No la tienen, no existe. Y entonces, ¿dónde comienza la humanidad de una persona así?. Sin duda, hay muchísima gente que podría tacharse de inhumana en términos muy literales.
Pero lo que me atormenta es la idea de que eso nos pueda pasar a cualquiera en cualquier momento y cualquier circunstancia. Es ese azar, ese caos o libre albedrío que compone el día a día de nuestra existencia. El otro día vi un video en mi autopista en el cual se veía un accidente dentro de un túnel. El túnel estaba vacío, tenía 3 carriles, y alejados el uno del otro había un camión cisterna y un turismo. De repente, el camión cisterna perdió el control (parece ser que se durmió) y se estrelló contra una de las paredes del túnel, y el turismo que iba justo detrás no tuvo tiempo de hacer nada: se estrelló contra él y todo salió en llamas. El conductor del camión murió (lo sé fehacientemente), y el del turismo está muy grave. Y todo en 5 segundos (puedo ver esa grabación todas las veces que quiera y no me acostumbro).
La otra cosa en la que hoy he pensado mucho es en mi queridísima amiga Cristina, antigua compañera de trabajo en DMR. Ayer quedé con ella y otra amiga, Mónica, junto a mi chico en un bar de Getafe. Y la miré a los ojos y encontré algo extraño en ellos. No extraño: simplemente no eran sus ojos de siempre. Veía mucha tristeza, un mar de desilusión oculto en ellos, pero visible si los miras fijamente. Supongo que el trabajo y el estrés están haciendo mella en ella.
Desde que conozco a Cris siempre he sentido un desmesurado cariño hacia ella. Es una de esas criaturitas adorables que pululan por el mundo y lo llenan de alegría o, por lo pronto, me hacen recuperar la fé en él. Yo hace ya un tiempo que estoy fuera de su vida más cercana, y por ende no puedo hablar con ella todo lo que quisiera. Así son las cosas según el tiempo pasa y distancia, aunque se mantenga la esencia de nuestra amistad.
Me gustaría que personas como Cristina fueran felices: en verdad no se merecen otra cosa. Y en ese sentido lamento no poder hacer más, pues yo mismo a veces soy incapaz de encontrar mi propia felicidad.
Pero ahora vamos al nexo que pretendo establecer entre lo primero y lo segundo: ¿Qué tienen que ver la muerte de un transeúnte a manos de unos sinvergüenzas con lo bien o mal que pueda estar una amiga mía?.
El nexo es la imposición del destino, sin más. Este ha hecho que Cris tenga que pasar por una etapa laboralmente dura, y ha hecho que este hombre fuera directo hacia su fin de la forma más fortuita, casi irritantemente fortuita. ¡Qué fácil podría haberse evitado si se hubiera quedado en casa!.
El destino te impone muchas cosas: pero no sé si destino o imposición están ligados entre sí, de miles de formas diferentes. El destino nos impone lo bueno, lo malo de nuestra vida: desde lo más superficial a lo más relevante, pasando por el principio y el fin de todo lo que hacemos. Es una idea terrible, lo sé, pero creo fervientemente en ello.
Qué miedo da el destino a veces, ¿verdad?.
Un abrazo.