Qué curioso es esto de vivir, ¿verdad?. En la sociedad en la que nos movemos, parece que estamos destinados a seguir un orden muy concreto, casi como la de una planta de fabricación en masa. Tenemos un DNI, recibimos una formación hasta una edad más o menos adulta, se nos obliga a integrarnos en un sistema, y realizamos lo que se llama los deberes del ciudadano mientras, siempre en segundo plano, desarrollamos nuestras propias vidas, bajo la implacable tutela e imposición de este sistema.
A esto uno puede adaptarse sí o sí: y de lo contrario ya no eres parte de la sociedad. Triste pero así es. Y en verdad más o menos transigimos porque este sistema nos guarda también muchos privilegios y exquisiteces que en otras partes no se disfrutan. Pero como en todo, cada Yin tiene su Yan.
Tengo prácticamente 25 años y creo tener bien enfilado el asunto de mi independencia. O al menos eso creo... porque ayer estuve pensando mucho en ello a raíz de un acontecimiento fortuito mientras comía con mi madre.
El asunto es complicado y largo de contar, pero básicamente sería así: el año que viene, mi madre se marcha a vivir sola a una casa nueva y yo me quedaré como propietario de la que vivimos actualmente.
Ayer mi madre dejó caer que le daba pena irse, que le iba a costar mucho, y un largo etcétera de detalles. Y conociéndola como la conozco, esto es un síntoma de indecisión que en no muy largo plazo se convierte en un no me voy a ir. Y me sentí francamente mal. Ya no por el hecho de que sea una indecisa (siempre hay caminos por los que podré avanzar si finalmente cambia de idea), sino porque en ese momento tuve un atisbo de consciencia absoluta: dependo totalmente de alguien para que aquello que tengo planeado desde hace tiempo se cumpla o no. Y no me gusta esa sensación. Da la impresión de que no puedo llevar yo mismo del todo las riendas de lo que me atañe a mi y solamente a mi.
Cuando pienso en otras personas de mi entorno, como mi chico, que son completamente independientes, tengo una sensación de envidia, impotencia y resignación. Me gustaría muchas veces decirle a mi madre Me voy a buscar la vida yo solo. Gracias por todo. Y no lo hago porque aún tengo esperanza de que las cosas se enderecen solas.
Cuando a mi madre le den su casa, ¿qué será de mi?. ¿Decidirá mi madre venderla para quedarse en la casa actual y por tanto, todo siga igual? ¿O finalmente todo seguirá su curso y viviré solo cuando ella se marche?. ¿Querré yo vivir allí cuando eso ocurra?.
Sea como fuere, lo único que está claro es que yo soy el que está en ninguna parte, a la deriva. Siento que no tengo un hogar, ese lugar que identificamos como propio. Porque aquel que llamamos hogar no es el sitio donde residimos día a día, sino donde está nuestro corazón. Y, por mucho que duela admitirlo, mi corazón no reside actualmente en ningún lugar, excepto quizá el de mi chico, que aún así sigue sin ser mi hogar. Mi casa hace unos años que dejó de ser mi casa para convertirse en la casa de mi madre. ¿Me preguntáis qué ha cambiado?. Obviamente, creo que he sido yo. Necesito algo más que un hueco para dormir y para ver la tele y usar el ordenador. Tengo la necesidad de ir un paso más allá.
En este mismo instante siento que estoy atrapado entre dos paredes estrechas. No soy una persona parada o que se quede de brazos cruzados ante los acontecimientos que requieren de decisión, pero hay ciertas cosas que no son sencillas de sortear, y esta es una de ellas. Hay que tener paciencia ante las cosas que habrán de venir, pero yo no soy paciente y odio no serlo. Y por tanto tengo que morderme los dedos, y callarme, y aguantar.
El único pero es que cada vez me cuesta más pasar por la puerta de casa...
A esto uno puede adaptarse sí o sí: y de lo contrario ya no eres parte de la sociedad. Triste pero así es. Y en verdad más o menos transigimos porque este sistema nos guarda también muchos privilegios y exquisiteces que en otras partes no se disfrutan. Pero como en todo, cada Yin tiene su Yan.
Tengo prácticamente 25 años y creo tener bien enfilado el asunto de mi independencia. O al menos eso creo... porque ayer estuve pensando mucho en ello a raíz de un acontecimiento fortuito mientras comía con mi madre.
El asunto es complicado y largo de contar, pero básicamente sería así: el año que viene, mi madre se marcha a vivir sola a una casa nueva y yo me quedaré como propietario de la que vivimos actualmente.
Ayer mi madre dejó caer que le daba pena irse, que le iba a costar mucho, y un largo etcétera de detalles. Y conociéndola como la conozco, esto es un síntoma de indecisión que en no muy largo plazo se convierte en un no me voy a ir. Y me sentí francamente mal. Ya no por el hecho de que sea una indecisa (siempre hay caminos por los que podré avanzar si finalmente cambia de idea), sino porque en ese momento tuve un atisbo de consciencia absoluta: dependo totalmente de alguien para que aquello que tengo planeado desde hace tiempo se cumpla o no. Y no me gusta esa sensación. Da la impresión de que no puedo llevar yo mismo del todo las riendas de lo que me atañe a mi y solamente a mi.
Cuando pienso en otras personas de mi entorno, como mi chico, que son completamente independientes, tengo una sensación de envidia, impotencia y resignación. Me gustaría muchas veces decirle a mi madre Me voy a buscar la vida yo solo. Gracias por todo. Y no lo hago porque aún tengo esperanza de que las cosas se enderecen solas.
Cuando a mi madre le den su casa, ¿qué será de mi?. ¿Decidirá mi madre venderla para quedarse en la casa actual y por tanto, todo siga igual? ¿O finalmente todo seguirá su curso y viviré solo cuando ella se marche?. ¿Querré yo vivir allí cuando eso ocurra?.
Sea como fuere, lo único que está claro es que yo soy el que está en ninguna parte, a la deriva. Siento que no tengo un hogar, ese lugar que identificamos como propio. Porque aquel que llamamos hogar no es el sitio donde residimos día a día, sino donde está nuestro corazón. Y, por mucho que duela admitirlo, mi corazón no reside actualmente en ningún lugar, excepto quizá el de mi chico, que aún así sigue sin ser mi hogar. Mi casa hace unos años que dejó de ser mi casa para convertirse en la casa de mi madre. ¿Me preguntáis qué ha cambiado?. Obviamente, creo que he sido yo. Necesito algo más que un hueco para dormir y para ver la tele y usar el ordenador. Tengo la necesidad de ir un paso más allá.
En este mismo instante siento que estoy atrapado entre dos paredes estrechas. No soy una persona parada o que se quede de brazos cruzados ante los acontecimientos que requieren de decisión, pero hay ciertas cosas que no son sencillas de sortear, y esta es una de ellas. Hay que tener paciencia ante las cosas que habrán de venir, pero yo no soy paciente y odio no serlo. Y por tanto tengo que morderme los dedos, y callarme, y aguantar.
El único pero es que cada vez me cuesta más pasar por la puerta de casa...