Treinta son los años que, desde hoy, hace que caminas por este mundo y los intrínsecos caminos de la vida. Hoy ya entras en eso que mundanamente se denomina la treintena, una de esas etapas en las que te das cuenta que ya no eres un niño, al menos en lo aparente, y se consolida absoluta y totalmente tu madurez como adulto. Pero claro, estamos hablando de simples estereotipos sociales. Y para mi, tu treintena no significa más que son treinta los años, trescientos sesenta los meses, diez mil ochocientos los días, doscientas cincuenta y nueve mil las horas... en que viniste a agraciar este mundo con tu presencia, y la vida de muchísima gente que ha tenido el privilegio de conocerte en mayor o menor medida, de cruzarse en tu camino y quedarse ahí para recorrerlo contigo o apartarse, de quererte u odiarte o serles indiferente (pese a que eso, para mi, resulta impensable), y en definitiva, de constatar todo aquello que ha pasado por tus ojos, por tu corazón y por tu mente. Y, como te habrás dado cuenta ya, esta perspectiva que tengo sobre tu treintena se aleja bastante de cualquier estereotipo posible.
Yo no he podido ser testigo de la mayor parte de tu existencia. Tengo pequeños jirones de ella dentro de mi (y que en cierto modo son parte de mi también) que has tenido la delicadeza de compartir conmigo. Puedo verte ahí ahora mismo, e incluso teletransportarme contigo a través del tiempo y el espacio, correr por el campo, andar por las calles de Sigüenza al anochecer, asistir a clase en el Instituto con Bea o Laura, leer en un parque o en el cercanías, permanecer tumbado boca arriba en El Retiro, ver la tele en casa de Carlos, pasear a la deriva por Venecia, sacar a Nano a la calle, llorar de emoción o de tristeza, o sentir el sonido de tu contagiosa risa que es capaz de hacer desaparecer cualquier tono grisáceo del día más aciago. Sí, yo también estoy allí. Y me alegro muchísimo.
Eres el retrato de un niño pequeño, que sonríe exactamente igual que lo hace ahora, y que lleva un gorrito mientras le llevan de paseo. También eres el del chico gordito que se iba de excursión con Bea y escribía hermosos poemas de amistad imperecedera, el mismo que grabó su primer video digital en la boda de ella, a la cual por supuesto no faltaste... el que está en Brujas, Vietnam o Marruecos junto a Carlos... el que está apoyado en una farola en Padua o lleva una camisa blanca de manga corta mientras anda por el paseo que hay frente una playa (la primera imagen visual que tuve de ti).
También eres, y esto es algo ya que queda almacenado para siempre en mi mente, la gran espalda que me encontré aquella tarde en la puerta del FNAC, a la cual llamé la atención con un dedo, para que esta se diera la vuelta y me obsequiara con aquella primera sonrisa arrebatadora. Y aquel chico que me abrazó en medio de la calle Fuencarral a primeros de diciembre para paliar mis miedos, el que llevé infinitas veces a su casa mientras aparcaba en un vado, a quien ayudé a montar su primera casa, con quien tomaba café y tostadas por las mañanas en la cafetería más cercana a esta, el que fue a ver el Episodio III el día de su 29 cumpleaños, y quien compartió conmigo uno de los viajes más importantes de mi vida. Eres aquel que observaba bajo las estrellas y entre el gentil viento las imponentes luces del Downtown de Manhattan desde el Empire State, el que paseaba por La granja entre las hojas otoñales, el que recorrió la costa que separa Torremolinos de Marbella en coche mientras pensaba en sus días de juventud en Benalmádena, y también el mismo que observó el atardecer desde el mirador cercano a la Alhambra de Granada, y aún más, eres el que se tenía que tapar los oídos desde las calles de Bilbao o el que pasaba noches en un hotel de Guadalajara esperando cumplir tus obligaciones profesionales, mientras te sorbías el seso escogiendo música de bandas sonoras para hacer una presentación. Y eres, sobre todo, la persona que me abrazó en cuerpo y alma mientras mi espíritu se descomponía en pedazos al recibir la noticia de la pérdida de mi ángel protector, pese a que tú mismo entonces te encontrabas dividido entre el cariño y la obligación de estar a mi lado, y la necesidad de ser honesto conmigo.
Pero es que aún por fortuna puedo ver más allá, y sigo viendo todo aquello que acabo de relatar, aunque no llega ni al 1% de todo lo que podría escribir. Eres una persona tan llena, tan imponente, tan viva... pero ciertas cosas no son relatables ni deben serlo. Y aún puedo ver hacia dónde avanza este muchacho que hoy cumple treinta años. Te veo en tu casa viendo películas, escribiendo, trabajando duramente como siempre, paseando por las calles de Praga, ilusionado ante la perspectiva de un futuro prometedor que anhelás alcanzar con todas tus fuerzas. Te veo en la Gran Vía por las tardes o saliendo del metro de Argüelles o Tribunal. Y ahí estás. Sigo viendo al muchacho en su pasado, su presente y su futuro. Veo lo que has sido, lo que eres, lo que serás. Siento como si te conociera desde siempre. Porque me dejas, porque me quieres, y porque yo a ti también. Y así seguirá siendo. Inevitablemente.
Si alguien como yo, que no soy demasiado inteligente, ni observador, y el cual ha aparecido tan recientemente en tu vida, es capaz de poder ver tanto de ti, tanta fuerza que tienes dentro, tantas cosas que has vivido, tantas que aún te quedan por vivir (que son muchas más), y sobre todo, todo lo que has crecido por dentro a través de tus años de vida, es porque tienes dentro una luz que brilla intensamente y que nadie te puede arrebatar.
Por favor, no me malinterpretes. Yo solo soy un mero observador. Eso es todo lo que he visto y es posible que no haya sido así, pero recalco que ¿quién soy yo para saber quién eres tú?. ¿Quién es este chico que cumple treinta años según mi punto de vista?.
Tú eres el tipo de persona que hace que una persona como yo sea capaz de escribir las cosas que acabas de leer.
Brindo porque tus próximos 30, y después esperemos que los 30 posteriores, sean tan intensos, hermosos y llenos de vivencias como los que has vivido hasta este mismo momento. Brindo porque sigas creciendo tanto como lo has hecho hasta ahora. Brindo por tu felicidad. Brindo por nuestra amistad. Brindo por ti.
Muchísimas felicidades, Sergio.
Yo no he podido ser testigo de la mayor parte de tu existencia. Tengo pequeños jirones de ella dentro de mi (y que en cierto modo son parte de mi también) que has tenido la delicadeza de compartir conmigo. Puedo verte ahí ahora mismo, e incluso teletransportarme contigo a través del tiempo y el espacio, correr por el campo, andar por las calles de Sigüenza al anochecer, asistir a clase en el Instituto con Bea o Laura, leer en un parque o en el cercanías, permanecer tumbado boca arriba en El Retiro, ver la tele en casa de Carlos, pasear a la deriva por Venecia, sacar a Nano a la calle, llorar de emoción o de tristeza, o sentir el sonido de tu contagiosa risa que es capaz de hacer desaparecer cualquier tono grisáceo del día más aciago. Sí, yo también estoy allí. Y me alegro muchísimo.
Eres el retrato de un niño pequeño, que sonríe exactamente igual que lo hace ahora, y que lleva un gorrito mientras le llevan de paseo. También eres el del chico gordito que se iba de excursión con Bea y escribía hermosos poemas de amistad imperecedera, el mismo que grabó su primer video digital en la boda de ella, a la cual por supuesto no faltaste... el que está en Brujas, Vietnam o Marruecos junto a Carlos... el que está apoyado en una farola en Padua o lleva una camisa blanca de manga corta mientras anda por el paseo que hay frente una playa (la primera imagen visual que tuve de ti).
También eres, y esto es algo ya que queda almacenado para siempre en mi mente, la gran espalda que me encontré aquella tarde en la puerta del FNAC, a la cual llamé la atención con un dedo, para que esta se diera la vuelta y me obsequiara con aquella primera sonrisa arrebatadora. Y aquel chico que me abrazó en medio de la calle Fuencarral a primeros de diciembre para paliar mis miedos, el que llevé infinitas veces a su casa mientras aparcaba en un vado, a quien ayudé a montar su primera casa, con quien tomaba café y tostadas por las mañanas en la cafetería más cercana a esta, el que fue a ver el Episodio III el día de su 29 cumpleaños, y quien compartió conmigo uno de los viajes más importantes de mi vida. Eres aquel que observaba bajo las estrellas y entre el gentil viento las imponentes luces del Downtown de Manhattan desde el Empire State, el que paseaba por La granja entre las hojas otoñales, el que recorrió la costa que separa Torremolinos de Marbella en coche mientras pensaba en sus días de juventud en Benalmádena, y también el mismo que observó el atardecer desde el mirador cercano a la Alhambra de Granada, y aún más, eres el que se tenía que tapar los oídos desde las calles de Bilbao o el que pasaba noches en un hotel de Guadalajara esperando cumplir tus obligaciones profesionales, mientras te sorbías el seso escogiendo música de bandas sonoras para hacer una presentación. Y eres, sobre todo, la persona que me abrazó en cuerpo y alma mientras mi espíritu se descomponía en pedazos al recibir la noticia de la pérdida de mi ángel protector, pese a que tú mismo entonces te encontrabas dividido entre el cariño y la obligación de estar a mi lado, y la necesidad de ser honesto conmigo.
Pero es que aún por fortuna puedo ver más allá, y sigo viendo todo aquello que acabo de relatar, aunque no llega ni al 1% de todo lo que podría escribir. Eres una persona tan llena, tan imponente, tan viva... pero ciertas cosas no son relatables ni deben serlo. Y aún puedo ver hacia dónde avanza este muchacho que hoy cumple treinta años. Te veo en tu casa viendo películas, escribiendo, trabajando duramente como siempre, paseando por las calles de Praga, ilusionado ante la perspectiva de un futuro prometedor que anhelás alcanzar con todas tus fuerzas. Te veo en la Gran Vía por las tardes o saliendo del metro de Argüelles o Tribunal. Y ahí estás. Sigo viendo al muchacho en su pasado, su presente y su futuro. Veo lo que has sido, lo que eres, lo que serás. Siento como si te conociera desde siempre. Porque me dejas, porque me quieres, y porque yo a ti también. Y así seguirá siendo. Inevitablemente.
Si alguien como yo, que no soy demasiado inteligente, ni observador, y el cual ha aparecido tan recientemente en tu vida, es capaz de poder ver tanto de ti, tanta fuerza que tienes dentro, tantas cosas que has vivido, tantas que aún te quedan por vivir (que son muchas más), y sobre todo, todo lo que has crecido por dentro a través de tus años de vida, es porque tienes dentro una luz que brilla intensamente y que nadie te puede arrebatar.
Por favor, no me malinterpretes. Yo solo soy un mero observador. Eso es todo lo que he visto y es posible que no haya sido así, pero recalco que ¿quién soy yo para saber quién eres tú?. ¿Quién es este chico que cumple treinta años según mi punto de vista?.
Tú eres el tipo de persona que hace que una persona como yo sea capaz de escribir las cosas que acabas de leer.
Brindo porque tus próximos 30, y después esperemos que los 30 posteriores, sean tan intensos, hermosos y llenos de vivencias como los que has vivido hasta este mismo momento. Brindo porque sigas creciendo tanto como lo has hecho hasta ahora. Brindo por tu felicidad. Brindo por nuestra amistad. Brindo por ti.
Muchísimas felicidades, Sergio.