Perdonar y perdonado. A veces, muchas veces todo gira en torno a esas dos palabras, y nada más. Los seres humanos sin excepción cometemos errores casi constantemente, siempre dentro de un caótico mar de virtudes y defectos que intentan convivir de manera más o menos pacífica. Algo que, lamentablemente, no siempre se da.
Y sin embargo, el poder de ambas palabras son las que casi siempre mueven el mundo, o lo condenan. ¿Quién no ha perdonado algo alguna vez? ¿Quién no ha pedido perdón por algo? ¿Quién no ha recibido la alegría del perdón cuando era lo que más deseaba? ¿Quién no ha sufrido las consecuencias de un perdón que nunca llegó ni llegará? ¿Quién no ha rechazado las disculpas de alguien?.
Perdonar y perdonado. Ojalá siempre se diera el idílico caso de un error perdonado. Siempre depende de la profundidad del mismo y de las condiciones y contexto donde se produzca, así como de las personas implicadas y la naturaleza de las mismas. Todo es tan delicado, todo se produce dentro de un equilibrio tan frágil que asusta. Todo es tan sumamente susceptible de irse a la mierda que vacía las válvulas del corazón hasta dejarlas sin sangre.
Porque la búsqueda del perdón pocas veces es correspondida como debiera o desea.
Porque hay quien desea perdonar, pero su orgullo se lo impide.
Porque hay quien anhela el perdón pero nunca lo recibirá, y esa idea le consumirá toda la vida.
Porque hay quien dice que perdona, pero no lo hace de verdad.
Porque hay quien tiene que vérselas con el peor de los males: perdonarse a sí mismo. No hay lucha más dura ni ardua que esa, y de difícil victoria.
Porque algunas personas no tienen la palabra “perdón” en su diccionario.
Porque a veces, el perdón solo es una máscara para obtener un bien superior.
Yo, sin alusiones ni referencias a ninguna religión (pues en verdad no profeso ninguna en concreto), creo que el perdonar es un milagro, un acto de pura y absoluta bondad, un soplo de aire y vida dentro de ese burdo equilibrio en el que nos vemos inmersos y al que hacía referencia hace poco. Casi nada en esta vida es imperdonable. Y a nivel personal, creo que mi defecto al respecto es ser demasiado compasivo con los demás, y nada o casi nada conmigo mismo. Eso, a veces, es doloroso.
Pero solo a veces. Cuando duele mucho.
Un abrazo.
Y sin embargo, el poder de ambas palabras son las que casi siempre mueven el mundo, o lo condenan. ¿Quién no ha perdonado algo alguna vez? ¿Quién no ha pedido perdón por algo? ¿Quién no ha recibido la alegría del perdón cuando era lo que más deseaba? ¿Quién no ha sufrido las consecuencias de un perdón que nunca llegó ni llegará? ¿Quién no ha rechazado las disculpas de alguien?.
Perdonar y perdonado. Ojalá siempre se diera el idílico caso de un error perdonado. Siempre depende de la profundidad del mismo y de las condiciones y contexto donde se produzca, así como de las personas implicadas y la naturaleza de las mismas. Todo es tan delicado, todo se produce dentro de un equilibrio tan frágil que asusta. Todo es tan sumamente susceptible de irse a la mierda que vacía las válvulas del corazón hasta dejarlas sin sangre.
Porque la búsqueda del perdón pocas veces es correspondida como debiera o desea.
Porque hay quien desea perdonar, pero su orgullo se lo impide.
Porque hay quien anhela el perdón pero nunca lo recibirá, y esa idea le consumirá toda la vida.
Porque hay quien dice que perdona, pero no lo hace de verdad.
Porque hay quien tiene que vérselas con el peor de los males: perdonarse a sí mismo. No hay lucha más dura ni ardua que esa, y de difícil victoria.
Porque algunas personas no tienen la palabra “perdón” en su diccionario.
Porque a veces, el perdón solo es una máscara para obtener un bien superior.
Yo, sin alusiones ni referencias a ninguna religión (pues en verdad no profeso ninguna en concreto), creo que el perdonar es un milagro, un acto de pura y absoluta bondad, un soplo de aire y vida dentro de ese burdo equilibrio en el que nos vemos inmersos y al que hacía referencia hace poco. Casi nada en esta vida es imperdonable. Y a nivel personal, creo que mi defecto al respecto es ser demasiado compasivo con los demás, y nada o casi nada conmigo mismo. Eso, a veces, es doloroso.
Pero solo a veces. Cuando duele mucho.
Un abrazo.