Hay días en los que a veces, la noche parece tener un significado distinto al de otras. Cuando llegué a casa ayer, la luz del dían aún entraba clara y brillante por las ventanas, pero al cabo del tiempo en el cual empezó a anochecer, sentí como si fuera algo más que eso. No era una noche normal. Se aproximaban horas extrañas. Y es que es cierto aquello de que la noche descubre nuevas sensaciones...
Estaba extenuado, cansado hasta límites indecentes a nivel físico y psicológico. No fue raro, pues, que antes de las 23:00h decidiera irme a dormir. Pero permanecí un rato leyendo hasta que fue imposible para mi mantener los ojos abiertos.
Pero lejos de acabar ahí mi periplo del día, cerca de una hora después estalló una gran tormenta violenta que apenas duró un rato, pero que fue suficiente para mi para redescubrir un miedo inherente a mi.
Empapado en sudor por el calor, con las luces de las farolas de la calle entrando por las pequeñas rendijas de la persiana, con el ruido de los relámpagos y de la lluvia sobre el techo, parecía que un pequeño apocalipsis estaba sucediéndose en el exterior. Me desperté sobresaltado y asustado. Estaba solo en medio de la oscuridad y el caos. Fue un pequeño momento solamente, pues estaba embriagado por el sueño recién arrebatado y dentro de un estado mental a todas luces atípico, pero... la verdad es que sentí verdadero pavor. Me asusté de verdad, como pocas veces puedes decir que te asustas. Era auténtico miedo.
Y ahora que todo ha pasado, que ya ha llegado la mañana y que me encuentro aquí escribiendo estas palabras frente al ordenador, mientras me tomo un café, me pregunto... ¿de qué tenía miedo?.
Un abrazo.