El pasado domingo acudí a un nuevo concierto de La quinta estación durante las fiestas patronales de Parla. Cualquiera que lea el blog de vez en cuando sabrá perfectamente lo mucho que me gusta este grupo, y a la enorme cantidad de conciertos que he ido de ellos en el último año, e incluso antes. El concierto que nos ocupa no fue una excepción a los anteriores: una auténtica maravilla.
Acudí, no obstante, con buena parte de mi familia: mi madre, dos tías, un tío y mi prima pequeña. Se estrenaban mi madre y una de mis tías, que se lo pasaron pipa coreando y cantando las canciones (¡se las sabían todas!).
Ahora bien, ocurrió que durante la interpretación de La frase tonta de la semana, mi canción favorita de ellos, me volvió a dar el yuyu y me puse a llorar, como siempre que la escucho en vivo. Mi prima pequeña se dio cuenta, de ahí el comentario pasó a mi madre, y mi madre me preguntó que qué me pasaba. Simplemente me limité a responderle que me emocionaba mucho esa canción, y ella me dijo "ya…", como adivinando mucho más detrás de esas palabras. Las madres no son precisamente tontas.
Y al acabar el concierto, la noté extrañamente cariñosa conmigo (no es que no lo sea, que siempre lo es, pero aún más), y me hizo un interrogatorio el cual yo esquivé elegantemente. Le dije Mama, ¿es que a ti no te emociona escuchar alguna canción? a lo que ella me respondió Sí, pero cuando estoy sola, nunca en público. Me sentí viviendo un Deja vu, porque no es la primera vez que me pasa eso.
Siempre he sido una persona que no le importa mostrar emociones en público y sea donde sea, momento o situación. Eso no es algo que guste. Las emociones, lo tengo comprobado, se guardan de puertas para adentro en la mayoría de las personas. Y no es plato de buen gusto ser testigo de alguien que sí las muestra.
Recuerdo cómo hace casi dos años, iba con mi amigo Carlos por el centro de Madrid cuando tuve un encuentro bastante chocante. Ahí me contuve, pero cuando ese momento pasó y seguí caminando con Carlos, estallé. Este me reprendió y me dijo que no debía hacer eso en la calle. En menor medida está lo de los conciertos: escuchar una canción que te llegue dentro por la razón que sea y desbordarte en un torrente de emoción.
Cuando lloro, y quiero sumergirme dentro de una emoción que esté viviendo en ese instante, el mundo se desvanece. Me vuelvo uno solo, no existe el entorno ni el contexto. Ya puede haber miles de personas a mi alrededor, ya pueden estar mirándome, incluso hablándome, que yo no estoy presente. Quizá por eso lo hago sin reprimirme.
Porque yo he pasado toda mi vida reprimiendo mis emociones. Hasta que me hice mayor, fui un niño y adolescente encerrado en mí mismo, taciturno, seco y bastante idiota. Cuando aprendí a liberar mis emociones fue como un milagro, y decidí que nada o nadie me haría volver a encerrarlas. Creo que esa es, posiblemente, la razón de que sea tan sensible y todo me afecte tanto, sea positivo o negativo.
¿Maldición o bendición?. Tras pensarlo muchas veces, y meditarlo profundamente, tengo la plena y absoluta convicción de que pese a que muchísimas veces me juegue malas pasadas el ser de este modo, no puedo ni quiero ser de otro modo. El problema no lo tengo yo, ni los demás, sino algo tan simple como la aceptación mutua. La gente suele marginar en una infinita diversidad de formas y fondos a las personas que no son como ellas, y ahí es donde radica que a veces me sienta mal por ser un calimero de tres al cuarto: muchas personas no lo entienden o comparten. Al igual que yo, aunque lo intento, reniego de otras muchas formas de ser distintas a la mía.
Y como esto ya se está alargando mucho, me gustaría hacer una de esas conclusiones que tanto me gustan: respecto a mostrar emociones en público, la única respuesta es la aceptación de la propia naturaleza de uno mismo. Si eres sensible y llorón, asúmelo y punto, y de ese modo podrás disfrutar de esa faceta de tu carácter. Sé consciente de lo real y lo irreal de tu emoción, y simplemente báñate en ella y nada en su dirección, déjate llevar. Si no eres así, haz exactamente lo mismo adaptando tu forma de sentir a la situación y a tu propia persona. Si tu alma y corazón entra en comunión con las emociones que entran en él, habrás ganado algo muy grande, infinitamente grande y poderoso. No dejes que la dicotomía se apodere de ti.
Y termino con un topicazo: Sé como tú quieras ser. Olvida lo demás.
Un abrazo.
Acudí, no obstante, con buena parte de mi familia: mi madre, dos tías, un tío y mi prima pequeña. Se estrenaban mi madre y una de mis tías, que se lo pasaron pipa coreando y cantando las canciones (¡se las sabían todas!).
Ahora bien, ocurrió que durante la interpretación de La frase tonta de la semana, mi canción favorita de ellos, me volvió a dar el yuyu y me puse a llorar, como siempre que la escucho en vivo. Mi prima pequeña se dio cuenta, de ahí el comentario pasó a mi madre, y mi madre me preguntó que qué me pasaba. Simplemente me limité a responderle que me emocionaba mucho esa canción, y ella me dijo "ya…", como adivinando mucho más detrás de esas palabras. Las madres no son precisamente tontas.
Y al acabar el concierto, la noté extrañamente cariñosa conmigo (no es que no lo sea, que siempre lo es, pero aún más), y me hizo un interrogatorio el cual yo esquivé elegantemente. Le dije Mama, ¿es que a ti no te emociona escuchar alguna canción? a lo que ella me respondió Sí, pero cuando estoy sola, nunca en público. Me sentí viviendo un Deja vu, porque no es la primera vez que me pasa eso.
Siempre he sido una persona que no le importa mostrar emociones en público y sea donde sea, momento o situación. Eso no es algo que guste. Las emociones, lo tengo comprobado, se guardan de puertas para adentro en la mayoría de las personas. Y no es plato de buen gusto ser testigo de alguien que sí las muestra.
Recuerdo cómo hace casi dos años, iba con mi amigo Carlos por el centro de Madrid cuando tuve un encuentro bastante chocante. Ahí me contuve, pero cuando ese momento pasó y seguí caminando con Carlos, estallé. Este me reprendió y me dijo que no debía hacer eso en la calle. En menor medida está lo de los conciertos: escuchar una canción que te llegue dentro por la razón que sea y desbordarte en un torrente de emoción.
Cuando lloro, y quiero sumergirme dentro de una emoción que esté viviendo en ese instante, el mundo se desvanece. Me vuelvo uno solo, no existe el entorno ni el contexto. Ya puede haber miles de personas a mi alrededor, ya pueden estar mirándome, incluso hablándome, que yo no estoy presente. Quizá por eso lo hago sin reprimirme.
Porque yo he pasado toda mi vida reprimiendo mis emociones. Hasta que me hice mayor, fui un niño y adolescente encerrado en mí mismo, taciturno, seco y bastante idiota. Cuando aprendí a liberar mis emociones fue como un milagro, y decidí que nada o nadie me haría volver a encerrarlas. Creo que esa es, posiblemente, la razón de que sea tan sensible y todo me afecte tanto, sea positivo o negativo.
¿Maldición o bendición?. Tras pensarlo muchas veces, y meditarlo profundamente, tengo la plena y absoluta convicción de que pese a que muchísimas veces me juegue malas pasadas el ser de este modo, no puedo ni quiero ser de otro modo. El problema no lo tengo yo, ni los demás, sino algo tan simple como la aceptación mutua. La gente suele marginar en una infinita diversidad de formas y fondos a las personas que no son como ellas, y ahí es donde radica que a veces me sienta mal por ser un calimero de tres al cuarto: muchas personas no lo entienden o comparten. Al igual que yo, aunque lo intento, reniego de otras muchas formas de ser distintas a la mía.
Y como esto ya se está alargando mucho, me gustaría hacer una de esas conclusiones que tanto me gustan: respecto a mostrar emociones en público, la única respuesta es la aceptación de la propia naturaleza de uno mismo. Si eres sensible y llorón, asúmelo y punto, y de ese modo podrás disfrutar de esa faceta de tu carácter. Sé consciente de lo real y lo irreal de tu emoción, y simplemente báñate en ella y nada en su dirección, déjate llevar. Si no eres así, haz exactamente lo mismo adaptando tu forma de sentir a la situación y a tu propia persona. Si tu alma y corazón entra en comunión con las emociones que entran en él, habrás ganado algo muy grande, infinitamente grande y poderoso. No dejes que la dicotomía se apodere de ti.
Y termino con un topicazo: Sé como tú quieras ser. Olvida lo demás.
Un abrazo.