Madre mía, vaya semanita. Toda una semana de vacaciones para… esto. No sabría por dónde empezar, pero lo cierto es que han sido días de lo más extraños en toda mi vida.
El viernes pasado comenzaba medianamente ilusionado una semana que se prometía, pese a la tristeza que me inundaba (y aún me inunda) por la muerte de mi querida abuela. Pero como decía Tolkien en una de sus célebres frases, “A veces la promesa de una mañana soleada se pierde conforme el día avanza”. Eso sería lo más apropiado, la verdad, para definir el desarrollo de estos días.
El viernes fui a la misa de mi abuela y todo terminó de forma bastante abrupta, descorazonadora. El sábado fue un día horrible. El domingo, de los más angustiosos que he podido vivir. Además, tuve que ir a otra misa ese día en el asilo de mi bisabuela y volver a rodearme de tristeza por parte de todos.
No voy a resumir día por día lo que ha ocurrido en los días de diario en los cuales apenas he hecho nada de provecho. No podía hacerlo, por otra parte. Me he encontrado de nuevo con una faceta mía que he tenido que reencontrar forzosamente, y me temo que así va a tener que ser por una temporada, puede que de forma indefinida.
El martes fui a cenar con mis amigas de DMR, y hoy tengo otra cena con mis amigas de PC City. Mientras que la primera ha sido estupenda salvo por un par de circunstancias que no tienen lugar aquí, la de hoy se presenta un tanto extraña. No tengo ahora ilusión alguna. De hecho, sólo tengo una cosa en la mente y será mejor que me la quite de encima cuanto antes.
Tengo ganas de que llegue la semana que viene. Es posible que me encuentre con un auténtico mogollón de trabajo, porque el miércoles me pasé por la oficina y así me dijeron que sería, pero la verdad es que lo recibiré bienvenido.
Me siento bien, determinado, seguro de mi mismo, pero tengo una profunda melancolía que me invade en determinados momentos. Supongo que, como todo en la vida, será pasajero.
Pero la verdad es que, según echo un vistazo a lo que he escrito en estas líneas, me doy cuenta de cuánto estoy divagando últimamente…
Un abrazo.
El viernes pasado comenzaba medianamente ilusionado una semana que se prometía, pese a la tristeza que me inundaba (y aún me inunda) por la muerte de mi querida abuela. Pero como decía Tolkien en una de sus célebres frases, “A veces la promesa de una mañana soleada se pierde conforme el día avanza”. Eso sería lo más apropiado, la verdad, para definir el desarrollo de estos días.
El viernes fui a la misa de mi abuela y todo terminó de forma bastante abrupta, descorazonadora. El sábado fue un día horrible. El domingo, de los más angustiosos que he podido vivir. Además, tuve que ir a otra misa ese día en el asilo de mi bisabuela y volver a rodearme de tristeza por parte de todos.
No voy a resumir día por día lo que ha ocurrido en los días de diario en los cuales apenas he hecho nada de provecho. No podía hacerlo, por otra parte. Me he encontrado de nuevo con una faceta mía que he tenido que reencontrar forzosamente, y me temo que así va a tener que ser por una temporada, puede que de forma indefinida.
El martes fui a cenar con mis amigas de DMR, y hoy tengo otra cena con mis amigas de PC City. Mientras que la primera ha sido estupenda salvo por un par de circunstancias que no tienen lugar aquí, la de hoy se presenta un tanto extraña. No tengo ahora ilusión alguna. De hecho, sólo tengo una cosa en la mente y será mejor que me la quite de encima cuanto antes.
Tengo ganas de que llegue la semana que viene. Es posible que me encuentre con un auténtico mogollón de trabajo, porque el miércoles me pasé por la oficina y así me dijeron que sería, pero la verdad es que lo recibiré bienvenido.
Me siento bien, determinado, seguro de mi mismo, pero tengo una profunda melancolía que me invade en determinados momentos. Supongo que, como todo en la vida, será pasajero.
Pero la verdad es que, según echo un vistazo a lo que he escrito en estas líneas, me doy cuenta de cuánto estoy divagando últimamente…
Un abrazo.