Corría el año 1994, concretamente mediados de noviembre. Por aquel entonces yo tenía catorce años recién cumplidos y acababa de empezar el instituto. Siempre había adorado el cine, siempre había sido muy fiel seguidor de Walt Disney. Se acababa de estrenar El Rey León, una película que según había oído en las revistas del sector había pulverizado todos los records ese verano en Estados Unidos. En una época en la cual Internet aún era casi algo inaccesible, solo teníamos eso.
Un domingo cualquiera fui a Parquesur con mi primo Rubén para ver la película. Compramos la entrada allí e hicimos una cola interminable, pero finalmente entramos. Y he ahí que se desplegó la secuencia que me marcó en años posteriores y que recuerdo con emoción, vividez y congoja: El Ciclo de la vida, la secuencia de apertura de El Rey León.
Desde su maravillosa calidad visual, pasando por los ritmos africanos liderados por Lebo M hasta la cálida voz de Tata Vega (Carmen Twillie en su versión original), somos testigos de la marcha de los animales hasta llegar a la roca del Rey. Ahí se despliega con toda su fuerza la enorme belleza de esta canción, mientras el pajaro Zazú se acerca volando a comunicar al imponente Mufasa que Rafiki, el sabio babuino, ha llegado para bendecir el nacimiento de Simba.
Rafiki lleva a Simba al altar ante los orgullosos ojos de Mufasa y de su madre, Sarabi, y le eleva para que sus súbditos puedan verle por primera vez, para regocijo y alegría de todos. El nuevo rey ha nacido. El Ciclo de la vida sigue su curso.
Yo al menos no puedo dejar de emocionarme nunca ante esta secuencia de desproporcionada fuerza audiovisial. Para mi supuso un antes y un después. La película, lo mismo. Por mucho tiempo que pase, siempre estará esa sensación dentro de mi. Es parte del ciclo de mi vida. Benditos sean los animadores de Disney, a Elton John, Tim Rice y Hans Zimmer por este milagro.
Un abrazo,