Me encanta mi blog. En verdad, me gusta muchísimo porque puedo dedicarme a expresar en él por diversos medios todo aquello que me gusta, inquieta, aquello de lo que quiero hablar y (a veces) de lo que no. Puedo hablar y mostrar partes de mi vida, escribir sobre otras que no son de ella, establecer recuerdos, reflexionar sobre lo eterno, lo efímero, lo divino y lo terrenal, o simplemente hablar de las cosas más superficiales del mundo.
El pasado domingo viví una sensación muy hermosa, que es la de volverme durante unos segundos autoconsciente de mi propio ser para bien. Era por la tarde, estaba en un concierto de la novena sinfonía de Beethoven a dos pianos (uno de los pianistas era Omar, el novio de mi amiga Cristina) y no sé si fue por la embriagadora melodía, o por la sensación de divagación que me provocó, pero por un pequeño momento me di cuenta de que sabía perfectamente quien era, lo que hacía en el mundo y el camino hacia el que me dirigía. Y además, sin ningún tipo de temor, miedo o congoja ante el horizonte. Sonreí. Rodeado como estaba por dos amigos, ninguno de los dos pudo darse cuenta de que estaban junto a una persona que estaba experimentando una sensación de absoluta plenitud. Estaba tan agusto por primera vez en tanto tiempo...
Conforme avanzamos en la vida, la complejidad que esta impone a nuestra existencia nos hace convertirnos en seres que tienen que desarrollar un modo de sobrevivir a sus embates y que además se adapte a la naturaleza innata de nuestro ser. Porque yo, honestamente, creo en la personalidad innata, en algo que está dentro de nosotros desde el primer segundo hasta el último de nuestra vida.
Esta técnica de defensa se puede traducir en muchos modos de comportamiento, y cada uno de ellos aplicado a infinitos factores. Yo creo el problema de la vida no es la vida en sí, sino que estos comportamientos se anulan los unos a los otros, y a su vez generan más y más los mismos patrones. Por poner un ejemplo sencillo, la autoculpabilidad existe porque existen personas cuyo modus operandi en la vida para sentirse fuertes y poderosas es el hacer que lo demás se sientan gusanos. A su vez, los que sufren demasiadas veces de autoculpabilidad acaban desarrollando un pasotismo extremo ante cosas trascendentales, o a mirar hacia otro lado en cualquier situación. Esta es su forma de defenderse.
Todo esto viene a cuento porque, el otro día en una conversación animada con Sera y Álvaro, hablábamos de las personas que viven para sufrir. La conclusión de dicha conversación fue que lo mejor era ser de esas personas que avanzan, que no pierden el tiempo lamentándose ante los sinsabores y derrotas de la vida. Y estoy de acuerdo, pero parcialmente.
Yo he sufrido durante mucho tiempo por un amor perdido, una persona a la que quise de una manera tan desmesurada que casi rozaba lo insensato. Pero en esos momentos, eso era para mi la felicidad, esa panacea que curaba todos los males y que me hacía avanzar día a día. Y todo terminó de una manera tan absolutamente despedazadora, dentro de un contexto tan imposible de concebir en esos felices días, que me marcó de una manera bastante trágica. Y he tardado bastante tiempo en poder siquiera avanzar un paso al respecto de esos momentos. Pero el tiempo que permanecí bajo el pozo rocé la locura, hice las mayores insensateces impropias de mi, fui una sombra de mí mismo. Y durante muchos meses fui incapaz de hablar de ello abiertamente. Quizá por eso ahora me regodeo y suelto todo lo que no dije en su momento, ni para mí mismo ni para los demás.
Ahora creo que toda esa locura y drama fue necesario para mí mismo. Me ha ayudado a entenderme y a entenderle. A ver que ni yo hice las cosas tan mal ni él tampoco. A que ambos lo hicimos. A que tenía que pasar y punto. A que a veces en la vida, lo mejor que te pasa a veces conlleva lo peor, y aún así la vida sigue y avanza inalterable en su perfecto ciclo.
Es posible que aún siga sufriendo en parte por todo aquello, pero ya solo suponen pequeños rasgones en la piel en lugar de heridas sangrantes. Ni me duele pensar en cómo estará ni realmente me importa. Lo único que a mí, por mi forma de ser, siempre me quedará dentro revolviéndome en mayor o menor medida, es pensar si podría haberse evitado o buscar una solución pacífica en lugar de dar rienda suelta al odio y al extremismo, algo que para mi es un completo y absoluto anatema.
El otro día, escuchaba a gente hablando de alguien que no era yo, y se habló de esta persona de un modo completamente negativo pero respetuoso, una persona que ha quedado atrás en la vida de otros. Me pregunté, aunque yo no era el objeto de esos comentarios, si por el lado de él se hablaría así de mí. Y la verdad es que me dolió pensar que pudiera pasar. Pasar de presente a recuerdo, de amado a odiado, de real a pesadilla.
Hay personas que avanzan, otras que tardan en avanzar, y otras que se quedan en el sitio. Yo soy de los segundos. Es como soy, y aunque no lo cambiaría, a veces sí querría situarme en un lugar intermedio entre el primero y el segundo.
Y por fortuna, resulta precioso verlo y pensar en ello cuando ya estás en camino, aunque (en mi caso) a veces me detenga y mire hacia atrás durante un rato.
Adelante, que hay mucho por vivir. Brindemos por ello.
Un abrazo.
El pasado domingo viví una sensación muy hermosa, que es la de volverme durante unos segundos autoconsciente de mi propio ser para bien. Era por la tarde, estaba en un concierto de la novena sinfonía de Beethoven a dos pianos (uno de los pianistas era Omar, el novio de mi amiga Cristina) y no sé si fue por la embriagadora melodía, o por la sensación de divagación que me provocó, pero por un pequeño momento me di cuenta de que sabía perfectamente quien era, lo que hacía en el mundo y el camino hacia el que me dirigía. Y además, sin ningún tipo de temor, miedo o congoja ante el horizonte. Sonreí. Rodeado como estaba por dos amigos, ninguno de los dos pudo darse cuenta de que estaban junto a una persona que estaba experimentando una sensación de absoluta plenitud. Estaba tan agusto por primera vez en tanto tiempo...
Conforme avanzamos en la vida, la complejidad que esta impone a nuestra existencia nos hace convertirnos en seres que tienen que desarrollar un modo de sobrevivir a sus embates y que además se adapte a la naturaleza innata de nuestro ser. Porque yo, honestamente, creo en la personalidad innata, en algo que está dentro de nosotros desde el primer segundo hasta el último de nuestra vida.
Esta técnica de defensa se puede traducir en muchos modos de comportamiento, y cada uno de ellos aplicado a infinitos factores. Yo creo el problema de la vida no es la vida en sí, sino que estos comportamientos se anulan los unos a los otros, y a su vez generan más y más los mismos patrones. Por poner un ejemplo sencillo, la autoculpabilidad existe porque existen personas cuyo modus operandi en la vida para sentirse fuertes y poderosas es el hacer que lo demás se sientan gusanos. A su vez, los que sufren demasiadas veces de autoculpabilidad acaban desarrollando un pasotismo extremo ante cosas trascendentales, o a mirar hacia otro lado en cualquier situación. Esta es su forma de defenderse.
Todo esto viene a cuento porque, el otro día en una conversación animada con Sera y Álvaro, hablábamos de las personas que viven para sufrir. La conclusión de dicha conversación fue que lo mejor era ser de esas personas que avanzan, que no pierden el tiempo lamentándose ante los sinsabores y derrotas de la vida. Y estoy de acuerdo, pero parcialmente.
Yo he sufrido durante mucho tiempo por un amor perdido, una persona a la que quise de una manera tan desmesurada que casi rozaba lo insensato. Pero en esos momentos, eso era para mi la felicidad, esa panacea que curaba todos los males y que me hacía avanzar día a día. Y todo terminó de una manera tan absolutamente despedazadora, dentro de un contexto tan imposible de concebir en esos felices días, que me marcó de una manera bastante trágica. Y he tardado bastante tiempo en poder siquiera avanzar un paso al respecto de esos momentos. Pero el tiempo que permanecí bajo el pozo rocé la locura, hice las mayores insensateces impropias de mi, fui una sombra de mí mismo. Y durante muchos meses fui incapaz de hablar de ello abiertamente. Quizá por eso ahora me regodeo y suelto todo lo que no dije en su momento, ni para mí mismo ni para los demás.
Ahora creo que toda esa locura y drama fue necesario para mí mismo. Me ha ayudado a entenderme y a entenderle. A ver que ni yo hice las cosas tan mal ni él tampoco. A que ambos lo hicimos. A que tenía que pasar y punto. A que a veces en la vida, lo mejor que te pasa a veces conlleva lo peor, y aún así la vida sigue y avanza inalterable en su perfecto ciclo.
Es posible que aún siga sufriendo en parte por todo aquello, pero ya solo suponen pequeños rasgones en la piel en lugar de heridas sangrantes. Ni me duele pensar en cómo estará ni realmente me importa. Lo único que a mí, por mi forma de ser, siempre me quedará dentro revolviéndome en mayor o menor medida, es pensar si podría haberse evitado o buscar una solución pacífica en lugar de dar rienda suelta al odio y al extremismo, algo que para mi es un completo y absoluto anatema.
El otro día, escuchaba a gente hablando de alguien que no era yo, y se habló de esta persona de un modo completamente negativo pero respetuoso, una persona que ha quedado atrás en la vida de otros. Me pregunté, aunque yo no era el objeto de esos comentarios, si por el lado de él se hablaría así de mí. Y la verdad es que me dolió pensar que pudiera pasar. Pasar de presente a recuerdo, de amado a odiado, de real a pesadilla.
Hay personas que avanzan, otras que tardan en avanzar, y otras que se quedan en el sitio. Yo soy de los segundos. Es como soy, y aunque no lo cambiaría, a veces sí querría situarme en un lugar intermedio entre el primero y el segundo.
Y por fortuna, resulta precioso verlo y pensar en ello cuando ya estás en camino, aunque (en mi caso) a veces me detenga y mire hacia atrás durante un rato.
Adelante, que hay mucho por vivir. Brindemos por ello.
Un abrazo.