Hoy me he sentido muy bizarro, demasiado. Ya sé que utilizo un adjetivo con objeto de expresar algo diferente a lo que significa en castellano, concretamente valiente. Pero no, yo es que pienso en la palabra inglesa bizarre, que quiere decir rarísimo, extraño, estrafalario, estrambótico. Aunque mirándolo desde cierto punto de vista, la verdad es que me siento bizarro y bizarre a la vez, sinceramente.
Esta mañana han venido unos americanos a la oficina, concretamente de Indianápolis, para que les hicieran una presentación de nuestros sistemas. En el departamento soy de lejos el que mejor se maneja en el idioma, y esto no es prepotencia: simplemente es una realidad. Pero claro, eso me ha implicado comerme el marrón con patatas fritas en mucho aceite.
Si ahora dedico unos minutillos en escribir esto es para descargar algo de adrenalina, relajarme, distraerme un poco antes de volver a la vorágine de código, informes y consultas que componen y conforman mi día a día laboral. Y es que tras esta hora y media de presentación en inglés, me doy cuenta de varias cosas:
La primera, que tengo que mejorar mi capacidad de expresión cuando me refiero a cosas muy concretas de un terreno profesional.
La segunda, que las traducciones literales del castellano al inglés son a veces peores que inventarte las palabras. En ese aspecto me sentí como Bill Murray en Lost in translation… absolutamente perdido en los matices.
La tercera, que siento verdadera vergüenza cuando estoy en medio de la oficina hablando con cierta fluidez en inglés y me sorprendo al mirar de reojo que algunos compañeros me miran alelados… ay no sé, es una sensación muy incómoda.
La conclusión a la que llego es que intentar expresarte en un idioma que dominas pero no del todo resulta agotador hasta que coges el ritmo, y que si encima tienes que aplicarlo a determinados aspectos profesionales, con tecnicismos y palabras muy específicas, puede ser algo realmente pesado.
En todo caso, y aludiendo una vez más a esa maravillosa película que es Lost in translation, diré solamente que cada vez me siento más identificado con los personajes que en ella aparecen.
Esta mañana han venido unos americanos a la oficina, concretamente de Indianápolis, para que les hicieran una presentación de nuestros sistemas. En el departamento soy de lejos el que mejor se maneja en el idioma, y esto no es prepotencia: simplemente es una realidad. Pero claro, eso me ha implicado comerme el marrón con patatas fritas en mucho aceite.
Si ahora dedico unos minutillos en escribir esto es para descargar algo de adrenalina, relajarme, distraerme un poco antes de volver a la vorágine de código, informes y consultas que componen y conforman mi día a día laboral. Y es que tras esta hora y media de presentación en inglés, me doy cuenta de varias cosas:
La primera, que tengo que mejorar mi capacidad de expresión cuando me refiero a cosas muy concretas de un terreno profesional.
La segunda, que las traducciones literales del castellano al inglés son a veces peores que inventarte las palabras. En ese aspecto me sentí como Bill Murray en Lost in translation… absolutamente perdido en los matices.
La tercera, que siento verdadera vergüenza cuando estoy en medio de la oficina hablando con cierta fluidez en inglés y me sorprendo al mirar de reojo que algunos compañeros me miran alelados… ay no sé, es una sensación muy incómoda.
La conclusión a la que llego es que intentar expresarte en un idioma que dominas pero no del todo resulta agotador hasta que coges el ritmo, y que si encima tienes que aplicarlo a determinados aspectos profesionales, con tecnicismos y palabras muy específicas, puede ser algo realmente pesado.
En todo caso, y aludiendo una vez más a esa maravillosa película que es Lost in translation, diré solamente que cada vez me siento más identificado con los personajes que en ella aparecen.
Un abrazo.