Metro de Chueca. 24 de julio de 2007. 22:15 horas.
Hacía calor, aunque a esas horas del atardecer ya se hacía bastante más llevadero. Un chico se apoyaba en la barandilla de la entrada al metro en una plaza bastante abarrotada de gente en las terrazas, consecuencia lógica del buen tiempo que hacía y de la temporada estival en que nos encontrábamos.
Ese chico estaba esperando a otro, con quien había quedado hacía ya 15 minutos. Se conocieron por internet unos días antes y, tras una serie de charlas muy interesantes por el Messenger y también por teléfono ese mismo día, habían sentido una más que gran curiosidad por conocerse. La noche anterior ya habían tenido una larga conversación hasta altas horas de la madrugada. Y ahí se encontraba uno de ellos, esperando pacientemente al otro, de quien ya había recibido un SMS avisándole del retraso por problemas de última hora en el trabajo.
El chico que se retrasaba, además, tenía cierta preocupación porque no tenía más opción que aparecer trajeado, una primera imagen que no le gustaba demasiado ofrecer porque distaba mucho de la que ofrece en su vida no laboral. Pero al otro le daba exactamente igual y, de hecho, para que el primero no se sintiera demasiado mal, decidió también aparecer con cierta presencia, aunque no con traje.
Con un pequeño nerviosismo, prosiguió la espera. Sorprendentemente, en vez de el chico con quien había quedado, apareció en primer lugar su amigo Alex y su novio, con quien intercambió unas cuantas palabras (estos ya habían hecho planes, fue un encuentro fortuíto), diciéndoles que había quedado con un chico muy simpático que había conocido en Internet, y tras las pequeñas bromillas de rigor, prosiguieron su camino. Todo seguía igual.
Y entonces, pasó: mientras seguía esperando y jugando a su Nintendo DS apoyado en la barandilla, giró la cabeza una vez más hacia abajo al ver que nuevamente empezaba a salir gente del metro, y de las puertas subterraneas apareció el chico con quien había quedado. Le reconoció inmediatamente. Trajeado, al empezar a subir hacia él le sonrió, y el que había estado esperándole se dio cuenta de que era esa sonrisa precisamente la que, al haberla visto antes en una fotografía, le hizo decirse a sí mismo este chico es una buena persona. La sensación que le invadió al verle con sus propios ojos en carne y hueso fue, simplemente, de decir qué guapo es. Algo que se guardó para sus adentros hasta mucho más adelante.
Dos besos después, Dani y Sera comenzaron a hablar y se fueron a tomar algo y cenar en una terraza.
Y así, de un modo tan sencillo, en una noche de verano, en la plaza de Chueca de Madrid, dos personas más de los millones que hay en este mundo, se conocieron...
Dani no imaginó en ese instante que, un año después, ese chico que apareció por las escaleras del metro se convertiría en algo tan importante para él, que le querría de un modo que le haría saltar las lágrimas, cuya alma se pegaría a la suya de un modo tan certero... que le querría de verdad, que le querría con todo su corazón.
Hacía calor, aunque a esas horas del atardecer ya se hacía bastante más llevadero. Un chico se apoyaba en la barandilla de la entrada al metro en una plaza bastante abarrotada de gente en las terrazas, consecuencia lógica del buen tiempo que hacía y de la temporada estival en que nos encontrábamos.
Ese chico estaba esperando a otro, con quien había quedado hacía ya 15 minutos. Se conocieron por internet unos días antes y, tras una serie de charlas muy interesantes por el Messenger y también por teléfono ese mismo día, habían sentido una más que gran curiosidad por conocerse. La noche anterior ya habían tenido una larga conversación hasta altas horas de la madrugada. Y ahí se encontraba uno de ellos, esperando pacientemente al otro, de quien ya había recibido un SMS avisándole del retraso por problemas de última hora en el trabajo.
El chico que se retrasaba, además, tenía cierta preocupación porque no tenía más opción que aparecer trajeado, una primera imagen que no le gustaba demasiado ofrecer porque distaba mucho de la que ofrece en su vida no laboral. Pero al otro le daba exactamente igual y, de hecho, para que el primero no se sintiera demasiado mal, decidió también aparecer con cierta presencia, aunque no con traje.
Con un pequeño nerviosismo, prosiguió la espera. Sorprendentemente, en vez de el chico con quien había quedado, apareció en primer lugar su amigo Alex y su novio, con quien intercambió unas cuantas palabras (estos ya habían hecho planes, fue un encuentro fortuíto), diciéndoles que había quedado con un chico muy simpático que había conocido en Internet, y tras las pequeñas bromillas de rigor, prosiguieron su camino. Todo seguía igual.
Y entonces, pasó: mientras seguía esperando y jugando a su Nintendo DS apoyado en la barandilla, giró la cabeza una vez más hacia abajo al ver que nuevamente empezaba a salir gente del metro, y de las puertas subterraneas apareció el chico con quien había quedado. Le reconoció inmediatamente. Trajeado, al empezar a subir hacia él le sonrió, y el que había estado esperándole se dio cuenta de que era esa sonrisa precisamente la que, al haberla visto antes en una fotografía, le hizo decirse a sí mismo este chico es una buena persona. La sensación que le invadió al verle con sus propios ojos en carne y hueso fue, simplemente, de decir qué guapo es. Algo que se guardó para sus adentros hasta mucho más adelante.
Dos besos después, Dani y Sera comenzaron a hablar y se fueron a tomar algo y cenar en una terraza.
Y así, de un modo tan sencillo, en una noche de verano, en la plaza de Chueca de Madrid, dos personas más de los millones que hay en este mundo, se conocieron...
Dani no imaginó en ese instante que, un año después, ese chico que apareció por las escaleras del metro se convertiría en algo tan importante para él, que le querría de un modo que le haría saltar las lágrimas, cuya alma se pegaría a la suya de un modo tan certero... que le querría de verdad, que le querría con todo su corazón.