Cuando era niño, como todos (supongo), veía muchas series de televisión a las cuales estaba enganchado. Siempre me ha encantado el Anime japonés en general, y tragaba sin parar series muy famosas por entonces, como mi entonces favorita, Dragonball, además de un largo etcétera como Chicho Terremoto, Campeones, Ranma, Sailor Moon... pero entre todas ellas había una que destacaba, y esta era Los caballeros del Zodiaco.
Es imposible no asociar el día a día de ver los capítulos de esta serie con cómo era mi vida por aquel entonces, y también la de tiempo que dedicaba a mi pasión por esta serie, fruto de una enorme ilusión infantil que me proporcionaban los personajes de esta entrañable serie. Recuerdo cómo por aquel entonces, yo salía del colegio a las cuatro de la tarde, muy cerca de casa de mis abuelos, donde yo pasaba la mayor parte del tiempo mientras mi madre trabajaba. Cuando esto pasaba, es decir, todos los días, agarraba a mi pequeño primo Rubén y nos íbamos corriendo a casa de la abuela. Allí, hacíamos los deberes y merendábamos un rico colacao con rebanadas de nocilla, y esperábamos impacientes a que emitiesen el capítulo correspondiente en la casi recién inaugurada Telecinco.
Y entonces se desataba la locura: llegaban los imponentes caballeros de bronce a luchar ferozmente contra enemigos cada vez más poderosos y extravagantes. Héroes idealistas que no paraban de hablar de honor, valentía, amistad, fuerza y, sobre todo, amor y justicia. No sé si yo tenía 10 u 11 años por aquel entonces, pero desde luego y como niño que era, todas esas cosas me inspiraban cosas bonitas por dentro. Yo era extremadamente fantasioso, algo que por muy adulto que me haya ido haciendo, no ha desaparecido del todo por decisión propia y consciente, y soñaba con ser alguno de los poderosos caballeros de oro, particularmente el de mi propio signo, Libra. Aún recuerdo que, entre los caballeros de bronce, el que más me gustaba era Shiryu del Dragón... pues bien, en uno de los capítulos de la saga de las doce casas del zodiaco, este se encontraba cara a cara con la armadura de su maestro, Dohko de Libra, y este entraba en contacto con ella y empezaba a utilizar las doce armas sagradas, en una secuencia espectacular. ¡Qué tontería, pero el caso es que recuerdo vívidamente esa escena en mi mente, en el contexto preciso en que la viví!. Estaba sentado tomándo mi merienda, hacía frío y estaba tapado por el ule de la mesa redonda de casa de mi abuela, y me quedé con cara de pasmarote observando la vieja tele de mis abuelos.
Cuando terminábamos de ver la serie, a lo que yo y Rubén (que por entonces éramos inseparables) dedicábamos la tarde era a jugar en el parque que había al lado de casa. Dedicamos mucho tiempo recogiendo cartones y preparándonos nuestras propias armaduras, incluso la caja que las transportaba y las pintábamos. ¡¡Estábamos locos!!. Pero por muy tontería que pueda parecer, recuerdo ese tipo de cosas como auténticos puntos de inflexión en mi infancia, de esos que te provocan una sonrisa cuando piensas en ellos. ¿Nostalgia?. Es posible, no lo voy a negar.
Hace muy poquito tiempo, ya en días actuales, estoy viviendo una especie de Revival de todo aquello con la comercialización de la serie original en una edición en DVD excelente (aunque cara), con la nueva edición del merchandising de los Caballeros infinitamente superior a la de entonces (que podéis ver en este mismo blog, pues me estoy haciendo como buenamente puedo con las figuras de los caballeros de oro, mis favoritos de toda la serie), y sobre todo con la nueva serie que ha aparecido que trata de la última saga del manga original y que en su momento no se hizo.
Los caballeros del Zodiaco, o Saint Seiya, se compone de cuatro sagas importantes: tres de ellas estaban en la serie original (El santuario, Asgard y Poseidón), y la última y más espectacular: la saga de Hades, Dios de los muertos.
Esta miniserie se está emitiendo en Japón desde el 2003 de forma realmente intermitente, y hasta la fecha se han emitido 19 OVA (mini-películas), a modo de capítulos. No obstante, aún no ha terminado, y de momento no se sabe nada en absoluto acerca de las fechas de aparición de los OVA restantes, aquellos que más me interesan: la parte del Muro de las lamentaciones y todo el apartado de los Campos elíseos.
Estoy encantado, no obstante, con el resurgir de esta serie. Cuando ahora veo los capítulos originales, no puedo evitar tener dos visiones sobre la misma: en primer lugar, la de mi perspectiva adulta, que me dice lo chorra y mala que es a nivel argumental, amén de lo pedantemente repetitiva que puede llegar a ser (esquemas absolutamente planos), aunque llenos de inventiva en lo referente a los diseños de los Caballeros (las armaduras de los espectros de Hades son increíbles). La otra perspectiva es la del niño apasionado por todo lo que tiene que ver con mis queridos caballeros de Atenea, de la que he hablado algo más arriba.
En conclusión, debería decir simplemente que si escribo todo esto es para recordar, y sobre todo recordarme, que todos tenemos un niño, un caballero de Atenea dentro al que nunca hay que dejar de escuchar. No solo es parte de nosotros, sino que además nunca debe dejar de serlo.
Un abrazo.
Es imposible no asociar el día a día de ver los capítulos de esta serie con cómo era mi vida por aquel entonces, y también la de tiempo que dedicaba a mi pasión por esta serie, fruto de una enorme ilusión infantil que me proporcionaban los personajes de esta entrañable serie. Recuerdo cómo por aquel entonces, yo salía del colegio a las cuatro de la tarde, muy cerca de casa de mis abuelos, donde yo pasaba la mayor parte del tiempo mientras mi madre trabajaba. Cuando esto pasaba, es decir, todos los días, agarraba a mi pequeño primo Rubén y nos íbamos corriendo a casa de la abuela. Allí, hacíamos los deberes y merendábamos un rico colacao con rebanadas de nocilla, y esperábamos impacientes a que emitiesen el capítulo correspondiente en la casi recién inaugurada Telecinco.
Y entonces se desataba la locura: llegaban los imponentes caballeros de bronce a luchar ferozmente contra enemigos cada vez más poderosos y extravagantes. Héroes idealistas que no paraban de hablar de honor, valentía, amistad, fuerza y, sobre todo, amor y justicia. No sé si yo tenía 10 u 11 años por aquel entonces, pero desde luego y como niño que era, todas esas cosas me inspiraban cosas bonitas por dentro. Yo era extremadamente fantasioso, algo que por muy adulto que me haya ido haciendo, no ha desaparecido del todo por decisión propia y consciente, y soñaba con ser alguno de los poderosos caballeros de oro, particularmente el de mi propio signo, Libra. Aún recuerdo que, entre los caballeros de bronce, el que más me gustaba era Shiryu del Dragón... pues bien, en uno de los capítulos de la saga de las doce casas del zodiaco, este se encontraba cara a cara con la armadura de su maestro, Dohko de Libra, y este entraba en contacto con ella y empezaba a utilizar las doce armas sagradas, en una secuencia espectacular. ¡Qué tontería, pero el caso es que recuerdo vívidamente esa escena en mi mente, en el contexto preciso en que la viví!. Estaba sentado tomándo mi merienda, hacía frío y estaba tapado por el ule de la mesa redonda de casa de mi abuela, y me quedé con cara de pasmarote observando la vieja tele de mis abuelos.
Cuando terminábamos de ver la serie, a lo que yo y Rubén (que por entonces éramos inseparables) dedicábamos la tarde era a jugar en el parque que había al lado de casa. Dedicamos mucho tiempo recogiendo cartones y preparándonos nuestras propias armaduras, incluso la caja que las transportaba y las pintábamos. ¡¡Estábamos locos!!. Pero por muy tontería que pueda parecer, recuerdo ese tipo de cosas como auténticos puntos de inflexión en mi infancia, de esos que te provocan una sonrisa cuando piensas en ellos. ¿Nostalgia?. Es posible, no lo voy a negar.
Hace muy poquito tiempo, ya en días actuales, estoy viviendo una especie de Revival de todo aquello con la comercialización de la serie original en una edición en DVD excelente (aunque cara), con la nueva edición del merchandising de los Caballeros infinitamente superior a la de entonces (que podéis ver en este mismo blog, pues me estoy haciendo como buenamente puedo con las figuras de los caballeros de oro, mis favoritos de toda la serie), y sobre todo con la nueva serie que ha aparecido que trata de la última saga del manga original y que en su momento no se hizo.
Los caballeros del Zodiaco, o Saint Seiya, se compone de cuatro sagas importantes: tres de ellas estaban en la serie original (El santuario, Asgard y Poseidón), y la última y más espectacular: la saga de Hades, Dios de los muertos.
Esta miniserie se está emitiendo en Japón desde el 2003 de forma realmente intermitente, y hasta la fecha se han emitido 19 OVA (mini-películas), a modo de capítulos. No obstante, aún no ha terminado, y de momento no se sabe nada en absoluto acerca de las fechas de aparición de los OVA restantes, aquellos que más me interesan: la parte del Muro de las lamentaciones y todo el apartado de los Campos elíseos.
Estoy encantado, no obstante, con el resurgir de esta serie. Cuando ahora veo los capítulos originales, no puedo evitar tener dos visiones sobre la misma: en primer lugar, la de mi perspectiva adulta, que me dice lo chorra y mala que es a nivel argumental, amén de lo pedantemente repetitiva que puede llegar a ser (esquemas absolutamente planos), aunque llenos de inventiva en lo referente a los diseños de los Caballeros (las armaduras de los espectros de Hades son increíbles). La otra perspectiva es la del niño apasionado por todo lo que tiene que ver con mis queridos caballeros de Atenea, de la que he hablado algo más arriba.
En conclusión, debería decir simplemente que si escribo todo esto es para recordar, y sobre todo recordarme, que todos tenemos un niño, un caballero de Atenea dentro al que nunca hay que dejar de escuchar. No solo es parte de nosotros, sino que además nunca debe dejar de serlo.
Un abrazo.