Hace un par de días, el martes, me encontraba en casa descansando por culpa de mi gripe-intoxicación-gastrointeritis-lo-que-sea en casa, y cuando llegó la tarde me dispuse a ir al médico de cabecera a que me examinara. La verdad es que ya me encontraba muchísimo mejor, pero aún así no estaba de más que me viera el médico (y me diera el justificante de rigor, claro está). La experiencia resultó similar a la que tengo siempre con mi médico: que pasa de mi culo. No sólo tuve que esperar casi una hora más desde la hora en que supuestamente me iba a atender, sino que me “atendió” de una manera bastante grosera. Fue, básicamente, como “Bueno, majo, ya veo que te duele la tripita. Toma esta dieta que tengo ya escrita en Word y cuídate, ¿eh?”. Pues nada… el tío ya estaba haciendo entrar al siguiente y a mi no me dio tiempo ni a ponerme la chaqueta. Me fui bastante cabreado y maldiciendo que cada mes me quitaran de mi sueldo semejante dineral por un servicio sanitario tan lamentable. Pero ese es otro asunto del que no quería hablar, en verdad.
Tras salir del médico decidí dar un paseo para airearme, pues llevaba toda la mañana asqueado en casa y me hacía falta un poco de aire fresco. Por tanto, decidí irme andando al Mediamarkt y echar un vistazo, y de paso me daba la vueltecita a que hago referencia.
La sorpresa vino nada más entrar al MediaMarkt:
- “Coño, Dani!”
- “Ostrás, Alex… no te había reconocido”
- “Ya ves… es que trabajo aquí desde hace unos meses”
- “Pues yo no te había visto, y mira que vengo por aquí”
- “Casualidad, supongo”
¿Y quién demonios es Alex, os preguntareis?. Pues es uno de esos amigos muy amigos de la infancia con los que antes o después separas tus caminos. En concreto, Alex tiene dos años menos que yo, la misma edad que mi primo Rubén. Los tres, en el colegio, pasábamos mucho tiempo juntos y, concretamente, nos encantaba pasar horas y horas en casa de Alex jugando a la videoconsola, concretamente a la por entonces novedosa Megadrive. Como Rubén y yo no teníamos videoconsola y nos encantaban, siempre estábamos detrás de Alex para que nos dejara jugar a la suya. Ya se sabe cómo somos los niños de interesados a ciertas edades… pero en este caso, aunque Alex siempre fue un poco mimado e insoportable, según fue pasando el tiempo la cosa se fue diluyendo mucho.
Y el caso es que incluso cuando aún estaba en mi primer año de instituto y él aún en el colegio (dos años en la infancia supone una diferencia bastante grande, no como pasa en la edad adulta), me fui de vacaciones con él y su familia a Calpe. Recuerdo esas vacaciones como bastante curiosas, además. Pero ese fue el comienzo del fin de nuestra amistad. Porque yo empecé a moverme por unos círculos muy distintos a los suyos, y porque él se quedó atrancado en muchos sentidos, en buena parte por los mimos que le daba su madre. No era buen estudiante y era algo negado en general como persona. Pero aún con todo eso, yo le tenía un singular cariño, de ese que aparece porque sí, porque habéis compartido muchas cosas en un largo lapso de tiempo. Le conocía desde muy pequeño, desde los 7 años quizá.
Su madre, Esperanza, siempre me tuvo a mi en una estima demasiado alta. Pensaba que yo era una buena influencia para su hijo y a mi me sonrojaba constantemente, pero a la vez me hacía sentir bien que alguien pensara así de mi.
Curiosamente, cuando Alex y yo dejamos de tener relación, no le vi más que alguna otra vez por la calle de paso, o alguna vez incluso nos saludamos rápidamente. Pero sí que me encontraba con su madre, ya fuera por el barrio o en el autobús. Y supe de Alex en buena parte porque me encontraba con esperanza. Así pues, el tiempo pasó y pasó. Y yo pasé del instituto a los estudios de informática, y de ahí a comercial de PC City a la vez de estudiante, y de ahí a informático en una consultora, y de ahí a donde estoy ahora… y entre medias de estos cambios profesionales y de estatus social, infinidad de cambios personales. Había crecido, había cambiado.
Y supe de qué había sido de Alex casi siempre de oídas… contacto directo con él tuve un par de veces por Internet, pero poco más. Es curioso que mi primo Rubén fuera finalmente quien tuviera una relación más estrecha con él, en parte por la edad o en parte por la afinidad, no lo sé. Pero yo supe en buena parte de cómo se había desarrollado su vida por su madre, que me lo contaba cada vez que la veía.
De ese modo, supe que Alex llevaba un desarrollo personal parecido al mío: estaba estudiando mi mismo módulo de informática en mi mismo instituto, y también trabajando como comercial de productos, en este caso el MediaMarkt. Pero yo llevaba años sin verle.
Ayer le vi, finalmente. Y reconozco que fue un poco un estado de shock, similar al que tuve con mi primo Chico hace unos meses y a quien no veía hace 7 años, pero este fue de otra naturaleza, pues yo había compartido muchas más cosas con Alex que con mi primo extremeño.
Alex había crecido. Y no sólo físicamente. Vi una persona tan sumamente distinta metida en el cuerpo de aquel amigo que tuve… sentí en ese momento una especie de sentimiento de extrañeza, de tristeza, pero a la vez de orgullo… en particular, recordé cómo una vez él, en esa etapa pre-adolescente, me confesó que tenía miedo de no convertirse en una persona de provecho. Ayer fue lo primero que vi en su rostro.
Evidentemente, no le dije nada de lo que se me pasó por la cabeza. Me limité a una conversación cercana pero distante, la propia de dos extraños que no se conocen pero que una vez en la vida coincidieron. Pero eso no dejaba de convertirle en un extraño muy familiar, porque evidentemente ni él ni yo somos esos niños que pasaban horas jugando a la videoconsola, ni los que pasaron esas vacaciones en Calpe como amigos inseparables.
El tiempo pasa inexorablemente y nos cambia a todos mucho más de lo que parece en un tiempo muy breve. Solamente quizá nos damos cuenta de ello cuando nos encontramos en una situación como la que viví el martes.
Un abrazo.
Tras salir del médico decidí dar un paseo para airearme, pues llevaba toda la mañana asqueado en casa y me hacía falta un poco de aire fresco. Por tanto, decidí irme andando al Mediamarkt y echar un vistazo, y de paso me daba la vueltecita a que hago referencia.
La sorpresa vino nada más entrar al MediaMarkt:
- “Coño, Dani!”
- “Ostrás, Alex… no te había reconocido”
- “Ya ves… es que trabajo aquí desde hace unos meses”
- “Pues yo no te había visto, y mira que vengo por aquí”
- “Casualidad, supongo”
¿Y quién demonios es Alex, os preguntareis?. Pues es uno de esos amigos muy amigos de la infancia con los que antes o después separas tus caminos. En concreto, Alex tiene dos años menos que yo, la misma edad que mi primo Rubén. Los tres, en el colegio, pasábamos mucho tiempo juntos y, concretamente, nos encantaba pasar horas y horas en casa de Alex jugando a la videoconsola, concretamente a la por entonces novedosa Megadrive. Como Rubén y yo no teníamos videoconsola y nos encantaban, siempre estábamos detrás de Alex para que nos dejara jugar a la suya. Ya se sabe cómo somos los niños de interesados a ciertas edades… pero en este caso, aunque Alex siempre fue un poco mimado e insoportable, según fue pasando el tiempo la cosa se fue diluyendo mucho.
Y el caso es que incluso cuando aún estaba en mi primer año de instituto y él aún en el colegio (dos años en la infancia supone una diferencia bastante grande, no como pasa en la edad adulta), me fui de vacaciones con él y su familia a Calpe. Recuerdo esas vacaciones como bastante curiosas, además. Pero ese fue el comienzo del fin de nuestra amistad. Porque yo empecé a moverme por unos círculos muy distintos a los suyos, y porque él se quedó atrancado en muchos sentidos, en buena parte por los mimos que le daba su madre. No era buen estudiante y era algo negado en general como persona. Pero aún con todo eso, yo le tenía un singular cariño, de ese que aparece porque sí, porque habéis compartido muchas cosas en un largo lapso de tiempo. Le conocía desde muy pequeño, desde los 7 años quizá.
Su madre, Esperanza, siempre me tuvo a mi en una estima demasiado alta. Pensaba que yo era una buena influencia para su hijo y a mi me sonrojaba constantemente, pero a la vez me hacía sentir bien que alguien pensara así de mi.
Curiosamente, cuando Alex y yo dejamos de tener relación, no le vi más que alguna otra vez por la calle de paso, o alguna vez incluso nos saludamos rápidamente. Pero sí que me encontraba con su madre, ya fuera por el barrio o en el autobús. Y supe de Alex en buena parte porque me encontraba con esperanza. Así pues, el tiempo pasó y pasó. Y yo pasé del instituto a los estudios de informática, y de ahí a comercial de PC City a la vez de estudiante, y de ahí a informático en una consultora, y de ahí a donde estoy ahora… y entre medias de estos cambios profesionales y de estatus social, infinidad de cambios personales. Había crecido, había cambiado.
Y supe de qué había sido de Alex casi siempre de oídas… contacto directo con él tuve un par de veces por Internet, pero poco más. Es curioso que mi primo Rubén fuera finalmente quien tuviera una relación más estrecha con él, en parte por la edad o en parte por la afinidad, no lo sé. Pero yo supe en buena parte de cómo se había desarrollado su vida por su madre, que me lo contaba cada vez que la veía.
De ese modo, supe que Alex llevaba un desarrollo personal parecido al mío: estaba estudiando mi mismo módulo de informática en mi mismo instituto, y también trabajando como comercial de productos, en este caso el MediaMarkt. Pero yo llevaba años sin verle.
Ayer le vi, finalmente. Y reconozco que fue un poco un estado de shock, similar al que tuve con mi primo Chico hace unos meses y a quien no veía hace 7 años, pero este fue de otra naturaleza, pues yo había compartido muchas más cosas con Alex que con mi primo extremeño.
Alex había crecido. Y no sólo físicamente. Vi una persona tan sumamente distinta metida en el cuerpo de aquel amigo que tuve… sentí en ese momento una especie de sentimiento de extrañeza, de tristeza, pero a la vez de orgullo… en particular, recordé cómo una vez él, en esa etapa pre-adolescente, me confesó que tenía miedo de no convertirse en una persona de provecho. Ayer fue lo primero que vi en su rostro.
Evidentemente, no le dije nada de lo que se me pasó por la cabeza. Me limité a una conversación cercana pero distante, la propia de dos extraños que no se conocen pero que una vez en la vida coincidieron. Pero eso no dejaba de convertirle en un extraño muy familiar, porque evidentemente ni él ni yo somos esos niños que pasaban horas jugando a la videoconsola, ni los que pasaron esas vacaciones en Calpe como amigos inseparables.
El tiempo pasa inexorablemente y nos cambia a todos mucho más de lo que parece en un tiempo muy breve. Solamente quizá nos damos cuenta de ello cuando nos encontramos en una situación como la que viví el martes.
Un abrazo.