Hay ciertos momentos en la vida en los que uno se plantea, inevitablemente, su perspectiva de futuro a nivel personal. Vivir el día a día es algo precioso, inigualable y, en la práctica, nada produce mayor satisfacción que el saberse dueño de su realidad más palpable, aquella que puede tocar y manipular de modo tangible. Intentar estirar los brazos hacia la luna puede ser una tarea dura, inútil y frustrante. Y, con todo, si algo caracteriza al ser humano es la capacidad de soñar.
Estos han sido unos días muy especiales junto a Sera, mucho más de lo habitual. De algún modo siento que su presencia en mi vida magnifica y amplifica las cosas buenas de mi carácter, y suaviza y minimiza las malas. Siento un profundo respeto y orgullo por saberme dueño de su corazón, algo que me demuestra en innumerables ocasiones y de mil maneras distintas. Y al final, acercándonos ya al año de relación, aparecen ciertas certezas.
La más inmediata es la de saber que nada me haría más feliz que seguir tomando su mano (literal y figuradamente) y andar juntos un camino que si bien nunca sabemos dónde nos va a llevar, sí que sé que quiero recorrerlo a su lado. Está la certeza de mirarle a los ojos y de transportarme a un sitio maravilloso e inigualable. Está la certeza de una complicidad creciente, la de la comprensión mutua, la del respeto por la forma de ser de cada uno y de ver en nuestras diferencias una oportunidad de mejorar y hacer crecer nuestro espíritu.
Anoche tuvimos una enorme y larga conversación entre sábanas que se prolongó hasta bien entrada la madrugada. Emocionantes, exquisitas confidencias adornadas de afecto ante nuestros atónitos y emocionados oídos. Todo lo que hacemos, cotidiano o excepcional, se compone de tanta alegría y ganas de vivir, compartir y entregar, que me emociona. Y sin sentir vértigo. Arropados en cuerpo y alma y teniendo la noche y la tenue luz de una lámpara como testigos, el mundo se detuvo y solo estaba esa habitación, esas sábanas, y nuestra piel, sangre y corazón mientras nuestras voces intercambiaban experiencias. Él escuchaba y yo decía, él decía y yo escuchaba.
Y qué puedo decir salvo que cuanto más le escucho, más le conozco y más sé quien es y quien ha sido, con sus aciertos y tropiezos, más le quiero. Es así, qué puedo hacer. Ser el honorable espectador de su paso por el mundo hasta que se tropezó accidentalmente conmigo me ata y une a él con hilos dorados que ni dañan ni duelen ni hacen sangre. Solamente acarician y reconfortan.
Anoche le dije una gran verdad sobre mí que no me importa decir aquí, porque es algo que simplemente nos ocurre a todos: mi forma de amar, de quererle, de ser su chico, es el resultado de todo lo que he sido antes de que él apareciera en mi vida, con todo lo bueno y lo malo que he hecho. He tenido que pasar por miles de cosas para saber lo que quiero de él, lo que quiero de mí. Porque, para bien o para mal, el momento actual de nuestras vidas siempre es una consecuencia de las experiencias pasadas. Y yo, hoy, puedo decir con la boca llena y un desmesurado orgullo que Sera es el tipo de persona que siempre he querido tener cerca. Valorar éxitos o fracasos pasados es absurdo, e injusto, simplemente son una vivencia más, al igual que lo es lo que yo estoy viviendo ahora en mi vida en general.
En un mundo lleno de incertidumbres, y con la cristalina claridad (agudizada por mis experiencias recientes) de que vivir al día a día es lo más importante, resulta absolutamente precioso comprender que si hay UNA cosa que te hace poner la mirada en el horizonte y hacerlo como si estuvieras contemplando el más hermoso de los atardeceres, es la certeza del querer recorrer el camino hacia ese horizonte de la mano de alguien. Y yo, por fortuna, sé quién quiero que ande junto a mi, y viceversa. Es él.
Te quiero. Gracias por existir, Sera.