De esta guisa fui el pasado sábado a la manifestación-circo-fiesta del orgullo gay en Madrid, que transcurrió durante más de tres largas horas desde la puerta de Alcalá hasta la plaza de España, lugar donde se enunció el manifiesto. Mis amigos Juan Carlos y Manolo, junto con toda la prole que les acompañaba, quedaron nada menos que a las 5 de la tarde, pero yo tenía cosas que hacer en casa y no me apetecía demasiado ir tan temprano, pues sé sobradamente que aunque siempre dicen que el desfile empieza a las 6, siempre lo hace bastante más tarde. Por eso mismo llegué después de las 7 y aún no había pasado la primera carroza. Quedé con Nachete y juntos nos unimos al grupo.
¿Qué decir sobre este espectáculo que no haya dicho ya previamente?. El conjunto del orgullo gay es un híbrido perfecto entre manifestación, circo, espectáculo publicitario (impresionante el cómo se está convirtiendo en un impecable escaparate de Marketing a cada año que pasa) y petardeo. Y es como la pescadilla que se muerde la cola: el petardeo y vulgaridad que se exhibe en determinados aspectos de esta manifestación me parece absolutamente degradante y da una imagen realmente deforme de los gays, pero por otra parte si no hubiera tal show no asistiría ni la mitad de las personas que van.
Pues eso: nos limitamos a observar las carrozas y disfrutar del espectáculo y la música, que en determinados momentos estaba más que bien, todo esto bajo un sol de justicia aderezado con el enorme componente humano que allí había. Famosotes de segunda en las carrozas, los de siempre para variar: el Parada y el Golosino, Alaska, Roser, Gisela, el niño de Aída (qué plumón, por Dios) y ese esperpento que es La terremoto de Alcorcón. Ahí es ná.
Tras la manifestación nos fuimos de cena y marcha. Nada destacable salvo la agradable compañía en general (13 personas en buffet... ufff) y el exceso de gente que caracteriza estas fiestas en las calles de Chueca. Agobiante, asfixiante y en general cualquier adjetivo que denote estrés eran la tónica general del ambiente. Con todo, era divertido para pasar el rato. Y yo disfruté... relativamente. De hecho lo pasé mejor la noche anterior, el viernes, por diversas razones.
Siempre he pensado que la noche del orgullo gay es rara. Y ya son 3 los años de los 5 que he ido en que siempre ha pasado algo malo, o muy malo según se mire. La primera vez que fui al orgullo gay fue en 2002 junto con mi entonces amigo Jorge, y la noche acabó siendo un infierno que recuerdo como una de las peores de toda mi vida por motivos que no me apetece un pimiento reflejar aquí. Al año siguiente, y en menor medida, también me fui a casa con un mal sabor de boca. Solamente los dos años posteriores, en el 2004 y 2005, parece que todo fue relativamente normal. Incluso el año pasado fue realmente estupendo. Pero este año no ha sido así, sin llegar a resultar la conclusión como “mala”.
Tuve un encuentro sorprendente, inesperado, deseado y temido a la vez, con una persona a quien apreciaba mucho y que de repente decidió sacarme de su vida. Qué se le va a hacer, cosas que pasan. Yo le saludé con la misma efusividad que me caracteriza siempre y él correspondió con un cierto tinte de diplomacia también muy propio de él. El encuentro fue breve, frío y conciso. Hola, ¿qué tal?. ¿Cómo te va?. Bueno, la noche sigue.... Punto y final. Me dejó una sensación agridulce, pero me propuse no pensar demasiado en ello. Las páginas que se pasan, se pasan. Pero lo cierto es que lo pensé, no puedo evitarlo. Me da pena... ¿es eso malo?.
Acto seguido apareció un muy buen amigo mío que casualmente tenía un mal día y llegó para decirme vengo a decirte que estoy hasta las narices de todo y que me voy a casa. Pues nada, hasta luego. Y entonces, en ese instante, que duró un par de minutos, me vi solo en medio de cientos de personas. Mis amigos se me habían escapado, otro al que esperaba se había quedado atrás, me había encontrado con una persona que me trató como a un desconocido y a otra que no parecía sentir la presencia de nadie. Y durante ese par de minutos, me dije joder, ¿qué coño pasa aquí?.
La realidad se distorsionó. Todo era absolutamente raro... el ambiente era atípico, el aire distinto, el sonido distante, la gente se convertía en escenario. Y ahí me encontraba yo sin saber muy bien qué hacer, deseando sentirme normal entre la gente que quiero. Por fortuna, mi temple era bastante comedido y no me dio por desesperarme. Y sin que yo hiciera nada, la solución temporal apareció por sí sola: llegó el amigo que había dejado atrás, aparecieron los que había dejado por delante, y esa persona que se marchaba enfadada regresó habiendo recapacitado un poco. Todo volvía a la normalidad.
No me apetece demasiado extender el comentario hasta contar el último de los detalles: baste decir que un par de horas después, a eso de las 2 y algo de la madrugada, yo ya estaba extenuado y agobiado por tanto desenfreno visual, auditivo y por la a todas luces excesiva muchedumbre. Así que opté por irme, y como había dejado el coche en Atocha el paseo fue largo, pero que me despejó muchísimo y agudizó mi cansancio, algo que me hizo dormir francamente bien ese día.
Mientras volvía al coche, sin mi iPod para hacerme algo de compañía, pensé bastante en todo lo acontecido en un fin de semana extraño, desenfrenado y casi psicotrópico. No me gusta este tipo de alucinógenos. No me va en absoluto este tipo de diversiones tan sobreexageradas. Me encanta salir, divertirme, e incluso petardear, pues son maniobras de evasión de una a veces amarga realidad del día a día, y eso es bueno para el espíritu, pero... no tanto. Creo que el año que viene voy a optar por, directamente, no ir a Chueca y quizá ni a la manifestación. Puede que el año que viene por estas fechas cambie de idea, pero dejo constancia aquí y ahora de que, aunque la noche fue muy buena y divertida en muchísimos aspectos, no disfruté tanto como se supone que debiera haber disfrutado.
Quizá el problema radique en mi actitud, pero no creo que sea el caso. Creo más bien que los factores externos me deberían afectar menos. Debería pasar más de la gente, de sus problemas. No soy capaz de claudicar, como ya he mencionado en más de una ocasión. Y no pienso seguir siendo por mucho tiempo la Amelie de mi entorno.
Un abrazo.
¿Qué decir sobre este espectáculo que no haya dicho ya previamente?. El conjunto del orgullo gay es un híbrido perfecto entre manifestación, circo, espectáculo publicitario (impresionante el cómo se está convirtiendo en un impecable escaparate de Marketing a cada año que pasa) y petardeo. Y es como la pescadilla que se muerde la cola: el petardeo y vulgaridad que se exhibe en determinados aspectos de esta manifestación me parece absolutamente degradante y da una imagen realmente deforme de los gays, pero por otra parte si no hubiera tal show no asistiría ni la mitad de las personas que van.
Pues eso: nos limitamos a observar las carrozas y disfrutar del espectáculo y la música, que en determinados momentos estaba más que bien, todo esto bajo un sol de justicia aderezado con el enorme componente humano que allí había. Famosotes de segunda en las carrozas, los de siempre para variar: el Parada y el Golosino, Alaska, Roser, Gisela, el niño de Aída (qué plumón, por Dios) y ese esperpento que es La terremoto de Alcorcón. Ahí es ná.
Tras la manifestación nos fuimos de cena y marcha. Nada destacable salvo la agradable compañía en general (13 personas en buffet... ufff) y el exceso de gente que caracteriza estas fiestas en las calles de Chueca. Agobiante, asfixiante y en general cualquier adjetivo que denote estrés eran la tónica general del ambiente. Con todo, era divertido para pasar el rato. Y yo disfruté... relativamente. De hecho lo pasé mejor la noche anterior, el viernes, por diversas razones.
Siempre he pensado que la noche del orgullo gay es rara. Y ya son 3 los años de los 5 que he ido en que siempre ha pasado algo malo, o muy malo según se mire. La primera vez que fui al orgullo gay fue en 2002 junto con mi entonces amigo Jorge, y la noche acabó siendo un infierno que recuerdo como una de las peores de toda mi vida por motivos que no me apetece un pimiento reflejar aquí. Al año siguiente, y en menor medida, también me fui a casa con un mal sabor de boca. Solamente los dos años posteriores, en el 2004 y 2005, parece que todo fue relativamente normal. Incluso el año pasado fue realmente estupendo. Pero este año no ha sido así, sin llegar a resultar la conclusión como “mala”.
Tuve un encuentro sorprendente, inesperado, deseado y temido a la vez, con una persona a quien apreciaba mucho y que de repente decidió sacarme de su vida. Qué se le va a hacer, cosas que pasan. Yo le saludé con la misma efusividad que me caracteriza siempre y él correspondió con un cierto tinte de diplomacia también muy propio de él. El encuentro fue breve, frío y conciso. Hola, ¿qué tal?. ¿Cómo te va?. Bueno, la noche sigue.... Punto y final. Me dejó una sensación agridulce, pero me propuse no pensar demasiado en ello. Las páginas que se pasan, se pasan. Pero lo cierto es que lo pensé, no puedo evitarlo. Me da pena... ¿es eso malo?.
Acto seguido apareció un muy buen amigo mío que casualmente tenía un mal día y llegó para decirme vengo a decirte que estoy hasta las narices de todo y que me voy a casa. Pues nada, hasta luego. Y entonces, en ese instante, que duró un par de minutos, me vi solo en medio de cientos de personas. Mis amigos se me habían escapado, otro al que esperaba se había quedado atrás, me había encontrado con una persona que me trató como a un desconocido y a otra que no parecía sentir la presencia de nadie. Y durante ese par de minutos, me dije joder, ¿qué coño pasa aquí?.
La realidad se distorsionó. Todo era absolutamente raro... el ambiente era atípico, el aire distinto, el sonido distante, la gente se convertía en escenario. Y ahí me encontraba yo sin saber muy bien qué hacer, deseando sentirme normal entre la gente que quiero. Por fortuna, mi temple era bastante comedido y no me dio por desesperarme. Y sin que yo hiciera nada, la solución temporal apareció por sí sola: llegó el amigo que había dejado atrás, aparecieron los que había dejado por delante, y esa persona que se marchaba enfadada regresó habiendo recapacitado un poco. Todo volvía a la normalidad.
No me apetece demasiado extender el comentario hasta contar el último de los detalles: baste decir que un par de horas después, a eso de las 2 y algo de la madrugada, yo ya estaba extenuado y agobiado por tanto desenfreno visual, auditivo y por la a todas luces excesiva muchedumbre. Así que opté por irme, y como había dejado el coche en Atocha el paseo fue largo, pero que me despejó muchísimo y agudizó mi cansancio, algo que me hizo dormir francamente bien ese día.
Mientras volvía al coche, sin mi iPod para hacerme algo de compañía, pensé bastante en todo lo acontecido en un fin de semana extraño, desenfrenado y casi psicotrópico. No me gusta este tipo de alucinógenos. No me va en absoluto este tipo de diversiones tan sobreexageradas. Me encanta salir, divertirme, e incluso petardear, pues son maniobras de evasión de una a veces amarga realidad del día a día, y eso es bueno para el espíritu, pero... no tanto. Creo que el año que viene voy a optar por, directamente, no ir a Chueca y quizá ni a la manifestación. Puede que el año que viene por estas fechas cambie de idea, pero dejo constancia aquí y ahora de que, aunque la noche fue muy buena y divertida en muchísimos aspectos, no disfruté tanto como se supone que debiera haber disfrutado.
Quizá el problema radique en mi actitud, pero no creo que sea el caso. Creo más bien que los factores externos me deberían afectar menos. Debería pasar más de la gente, de sus problemas. No soy capaz de claudicar, como ya he mencionado en más de una ocasión. Y no pienso seguir siendo por mucho tiempo la Amelie de mi entorno.
Un abrazo.