A menos que vivas en la cima del Himalaya o en medio del Sahara, es imposible que no te hayas enterado de que España se coronó ayer, por primera vez en su historia, como campeona del mundo de fútbol. Desde ayer, España es un auténtico fiestón rebosante de jolgorio, alegría y felicidad a raudales, algo que va a seguir sucediéndose en los próximos días. Y yo, personalmente, me alegro muchísimo y de todo corazón porque han hecho (según me han contado y lo que he visto) un gran mundial. Ayer, desde luego, sí que vi buena parte del partido y me pareció que lo hacían realmente bien.
No obstante, este no es un post para autocomplacerme por la victoria de la selección de fútbol de mi país, sino para mostrar mi total desacuerdo ante el fanatismo extremo al que me he visto sometido y del que he sido víctima en el último mes, demostrando que si bien el deporte puede unir mucho a la gente, también puede hacer sacar lo peor del ser humano: la falta de respeto a los gustos (o no gustos) ajenos. Y que conste que soy consciente de que no todo el mundo es así, afortunadamente. De lo contrario sería para pensar en suicidarse.
Partamos de una base muy sencilla: no me gusta el fútbol. Eso me pasaría siendo español, francés, estadounidense, japonés, sudafricano o hindú. Vamos, que sencillamente no disfruto del fútbol y listo. Nunca lo he hecho. Jugaba de pequeño en el colegio por aquello de socializar y porque parecía que si no lo hacías eras un apestado (aunque reconozco que tuve mi año futbolero gracias a la serie Campeones, y no creo que esto tuviera que ver por mi pasión con el fútbol precisamente). De mayor, poco ha cambiado.
En mi empresa, todo el mundo se preparaba para los partidos de la roja con una evidente emoción que, personalmente, envidiaba porque yo era incapaz de sentirla. Posters de la selección en la cocina, camisetas colgando por la oficina... y yo, en los debates de cafetería del día a día, me limitaba a decir simplemente que el fútbol me era indiferente y que, honestamente, lo que deseaba era que ganara el mejor equipo, sin importarme si era España o no ese equipo, pero dejando claro que sí me alegraría enormemente por la selección, algo que afortunadamente así ha sido.
No bastó manifestar una opinión tan personal y, a mi gusto, coherente con mi forma de ser. Si eres español pero no demuestras pasión por tu selección, eres un mal patriota y un separatista. Por no hablar del freak o del amargado. Todo eso soy. Y la gota que colmó el vaso fue cuando se me dijo que mi vida era muy triste cuando dije sin ningún pudor que no había visto el partido de octavos de final porque prefería irme de compras y a cenar con mi chico aprovechando que todo estaría vacío. Es lo que me faltaba por oír.
No obstante y pese a todo, entendí perfectamente que lo de ayer era una situación excepcional, única e histórica, y por ello ayer se juntaron en mi casa un buen porrón de amigos para ver la final. Yo ví también el partido vistiendo una camiseta roja, que no la roja, para empalizar con mis amigos. Y disfruté del encuentro y de la ocasión, aunque la verdad es que preferí invertir buena parte del tiempo del encuentro preparando una barbacoa de carne y bebidas para mis amigos. Y, por supuesto, al acabar el partido nos fuimos a la plaza más cercana a disfrutar del ambiente de euforia nacional que se respiraba. Porque la primera regla de la empatía es que las emociones se contagian, y esta no era una excepción.
Pero no puedo evitar, una vez más, al llegar a la oficina, sentirme aislado y marginado solo porque el fútbol me la trae al fresco. Las mofas se suceden (“Dani, ¿te has enterado que ha ganado España?”) y no importa cuan natural intente mostrarme. Señores, que me alegro muchísimo de que haya ganado España, y más con el partidazo que hicieron ayer frente a unos holandeses que lo único que hacían era practicar el juego sucio. Realmente me alegro. Pero también dejo bien claro que si Holanda hubiera jugado mejor y, por ende, ganado, yo hoy no sentiría la mínima punzada en el pecho ni ningún tipo de desdén.
Separatista. Freak. Antipatriota. Simplemente raro. Así soy por no gustarme el fútbol por todos aquellos que no son más que capaces de mirarse al ombligo. Pues yo les digo a ellos: por favor, aprended a discernir una cosa de la otra. Estoy muy orgulloso de ser Español, de muchas de sus costumbres y de su forma de ser y vivir la vida. De otras, ni de coña. Y en lo referente al deporte, todo se queda en ese ámbito.
Yo soy español, español, español. Es lo que más se escucha hoy. Yo lo soy, y de pura cepa. Y no necesito ponerme ninguna camiseta roja ni meterme en una fuente para demostrarlo.