Ayer, como suelo hacer algún día entre semana, quedé a comer con mi querido amigo Juan Carlos. Trabajamos más o menos cerca y nos viene bien quedar algún día entre la semana. Y como siempre todo estupendo; la verdad es que Juan Carlos es un auténtico encanto y adoro tenerle como amigo.
Sin embargo, algo ayer empañó nuestro encuentro. Cuando terminamos de comer a eso de las 3 y cuarto de la tarde, Juan Carlos me pidió que le acompañara a la tienda de videojuegos de al lado para comprarle un juego de la Playstation 2 a su novio, Manolo. Y yo accedí encantado, claro está. No obstante, le había explicado a Juan Carlos durante la comida que debía irme un poco antes, pues tenía que ir antes de entrar al trabajo a un centro comercial que hay al lado del mismo a recoger unas fotos pendientes, y eso antes de las 4 de la tarde, hora en que volvía al trabajo. Hasta aquí, todo correcto.
Nos quedamos mirando un rato los juegos, y finalmente optó por coger el FIFA 2006, pues a Manolo le encantan los juegos de Futbol. Me preguntó si era mejor este o el Pro Evolution Soccer 2005, pero como todo el mundo que me conoce sabe, a mi el balompié no me va ni en las consolas ni en la realidad. Por tanto le dije que había oído que el FIFA era muy bueno, y como además valía casi 20 euros menos que el otro, pues cosa hecha...
La sorpresa viene en la caja: siendo ya las 3 y media, la cajera se enfrascó en una apasionada conversación en la que explicaba cómo el Pro Evolution Soccer 2005 era infinitamente superior al FIFA 2006, y Juan Carlos se quedaba dubitativo ante en énfasis de la muchacha. Y mientras tanto el tiempo corría.
Cuando ya eran las cuatro menos veinte, yo le empecé a decir a JC “Oye, que me tengo que ir marchando, que si no, no llego...”. Pero nada, seguían hablando. Educadamente callé un poco, pues tampoco pasaba nada, pero el caso es que tampoco me apetecía escuchar a la pesada de la cajera hablar de las maravillas del Pro Evolution Soccer 2005, cuando además no podía hacerle la devolución a Juan Carlos por problemas técnicos, indicándole que tenía que volver al día siguiente. Total, que a poco más de las 15:40 nos marchamos.
Ahora viene la sorpresa: Juan Carlos se había enfadado conmigo. Lo noté inmediatamente, y le detuve.
- Qué te pasa?. Oye, ¿no te habrás enfadado porque he metido algo de prisa?
- No, no pasa nada. Pero por un par de minutos tampoco es para ponerse así.
- Vaya, lo siento. Pero es que la chica esa se estaba enrollando mucho y total no podías hacer nada. Además, no creo haberme puesto de ninguna manera...
- Ya, bueno... en fin, que no pasa nada.
Me fui al trabajo con remordimiento y malestar: a mi gusto yo no había sido rudo ni grosero ni nada... simplemente tenía algo de prisa, cosa que él sabía perfectamente. Y sé que la cosa no pasa de ese punto y que la próxima vez que nos veamos, que será pronto, esto se habrá olvidado. Pero me ha hecho pensar en algunas cosas.
¿Cuándo podemos decir que una persona se enfada con nosotros de forma justificada?. Está claro que los enfados de los demás no siempre vienen dados por nuestra actitud, sino que a veces no son más que comportamientos consecuentes con el estado de ánimo de esa persona. ¿Cuántas veces habremos oído “Perdóname, es que estaba nervioso”?. Y por otro lado nos pasa a nosotros mismos: puede que no digamos nada, pero podemos enfadarnos con alguien por estupideces, por auténticas chorradas intrascendentes, sólo porque tenemos un mal día. Y anda que no habré visto yo, incluso en mí mismo, cómo estupendas amistades se van a la mierda o se quedan seriamente dañadas por cosas así...
Desde mi punto de vista, y sólo desde este, el leve enfado de Juan Carlos de ayer estaba injustificado, pero está claro que no puedo ser objetivo. Cada uno ve las cosas como quiere, y yo quiero verme como el sensato y el que tiene la razón. También creo que si bien podría haber resultado algo chirriante, también digo que no fui un cagaprisas ni un agonías.
Cómo somos las personas. Es increíble la facilidad con la que nos podemos crispar y adoptar poses que no tienen nada que ver con nosotros mismos, y que se nos perturbe el corazón. No podemos muchas veces hacer las cosas con tino, todo por causa de nuestro estado de ánimo.
En todo caso, espero que mi querido JC ya se haya olvidado de esto.
Un abrazo.