Este ha sido uno de esos fines de semana relajados (entre comillas) que hace tiempo no disfrutaba tanto. El sábado fue uno de esos días de no-parar-un momento entre la visita a María, Jose y Paula, seguido de compra infernal en IKEA, comida en Burriking, tienda de plantas, y después... manualidades en casa de mi chico guapo para hacer su casa aún más bonita si cabe con los enseres de IKEA. Acabé muertecito. Pero el domingo fue mucho más relajado afortunadamente, uno de esos días de vegetación en el hogar y Playstation 2 a tope gracias a la nueva adquisición que un buen amigo me regaló precisamente el día anterior durante las compras: el Silent Hill 4.
Pero el caso es que finalmente, por la noche, regresé a casa de mi madre, donde descubrí que había cambiado el edredón de mi cama por la versión-invernal. ¡Ay!. Es la materialización de que el frío ha llegado.
Pasé buena tarde en casa haciendo lo típico de un domingo: que si vamos a acicalarnos para mañana ir presentables al curro, que si vamos a escribir en el Blog las sensaciones que me ha producido conocer a Paula, que si vamos a ver el tercer capítulo de la temporada 2 de Desperate Housewives... etc etc. Pero según la noche se iba haciendo más cerrada, llegaba el momento de irse a la camita, a esa pequeña pero acogedora cama de 90 que adorna mi habitación. Terminé de preparar un resumen de asuntos del curro para el día siguiente y con el que debo seguir según termine de escribir estas lineas, y me metí en la cama. No me puse a leer el libro con el que estoy actualmente, sino que me devoré entera la Fotogramas de este mes, que no había podido ver hasta ese día. Me metí en la cama con el nuevo edredón grueso, fuerte y cálido y me sentí como si renaciera. Pero me recordaba a alguien que echaba de menos en ese momento: a Sergio.
¿Y por qué me recordó a él?. Bueno, cuando apagué la luz, esa sensación de calidez, de protección, permaneció. Y según mi mente iba entrando en el mundo de los sueños, esa sensación se agudizó. Y me sentí bien, muy bien... sobre todo porque soñé con cosas hermosas, bellas, emocionantes.
No hay nada que pueda sustituir una noche abrazado a él, pero desde luego si hay algo que se le acerque remotamente, es la noche que he tenido hoy.
Un abrazo.
Pero el caso es que finalmente, por la noche, regresé a casa de mi madre, donde descubrí que había cambiado el edredón de mi cama por la versión-invernal. ¡Ay!. Es la materialización de que el frío ha llegado.
Pasé buena tarde en casa haciendo lo típico de un domingo: que si vamos a acicalarnos para mañana ir presentables al curro, que si vamos a escribir en el Blog las sensaciones que me ha producido conocer a Paula, que si vamos a ver el tercer capítulo de la temporada 2 de Desperate Housewives... etc etc. Pero según la noche se iba haciendo más cerrada, llegaba el momento de irse a la camita, a esa pequeña pero acogedora cama de 90 que adorna mi habitación. Terminé de preparar un resumen de asuntos del curro para el día siguiente y con el que debo seguir según termine de escribir estas lineas, y me metí en la cama. No me puse a leer el libro con el que estoy actualmente, sino que me devoré entera la Fotogramas de este mes, que no había podido ver hasta ese día. Me metí en la cama con el nuevo edredón grueso, fuerte y cálido y me sentí como si renaciera. Pero me recordaba a alguien que echaba de menos en ese momento: a Sergio.
¿Y por qué me recordó a él?. Bueno, cuando apagué la luz, esa sensación de calidez, de protección, permaneció. Y según mi mente iba entrando en el mundo de los sueños, esa sensación se agudizó. Y me sentí bien, muy bien... sobre todo porque soñé con cosas hermosas, bellas, emocionantes.
No hay nada que pueda sustituir una noche abrazado a él, pero desde luego si hay algo que se le acerque remotamente, es la noche que he tenido hoy.
Un abrazo.