Anoche acudí por primera vez al recinto Madrid Arena para asistir al concierto LKXA, un triple espectáculo con Coti, Dover y La oreja de Van Gogh, por este orden. Lo bueno es que tuve pase VIP por aquello de ser el webmaster de los organizadores, y tuve un fabuloso sitio en la grada justo frente al escenario. Alguna ventaja tenía que tener, vaya. Como ya he comentado, nunca había ido a este recinto, que me pareció fabuloso: por fin un sitio decente para espectáculos en Madrid, con mucha mejor acústica que el nuevo Palacio de Deportes. Curiosamente, tengo otros dos conciertos en menos de un mes en el mismo sitio: el 26 voy a ver a Beyoncé, y el 7 de junio a Malú. Me voy a empachar.
Pero entremos en materia: tres grupos de lo más dispares, de los cuales he sido seguidor acérrimo de dos, y actualmente ninguno dentro de mis preferencias principales. Pero chico, la entrada era gratis y la noche prometía ser animada. ¿Se necesita algo más?.
Antes de comentar el concierto, dos anécdotas: estar en la zona VIP suponía también estar en pijolandia, y estaba rodeado literalmente de Rodrigos y Jimenas (como dice mi tía Pepa), todos ellos con su jersey al cuello (parece una especie de pijoseñal para que se identifiquen entre ellos) y polo de Lacoste, junto con sus churumbeles, los Borjamaris y las Barbaras, niños bien vestidos como para carnaval con melenita a lo parchis. La gracia del tema es que entre concierto y concierto ponían videoclips de 40TV, y por alguna razón técnica siempre ponían el mismo bucle de 3 videos, entre los que se encontraba… ¡Rock DJ de Robbie Williams!. Por si nadie conoce este videoclip, en él nuestro drogata británico favorito (después de Pete Doherty) se marca un Striptease en el cual se arranca hasta la piel y los músculos en un momento de lo más gore. Literalmente, las niñas empezaron a gritar y las madres a taparlas los ojos. Yo no me pude contener y empecé a descojonarme vivo. ¡¡Fue lo más!!.
En fin, vayamos a los conciertos. Tras la presentación de rigor de Tony Aguilar, ese plasta omnipresente con ego desmesurado y buen rollito aderezado de modernismo de mercadillo y aún así majete (que pesado se ponía con eso de ¡Ese ruido, Madrid!), dieron paso a los conciertos, de una escrupulosa hora cada uno.
El primero: el argentino Coti. Yo pensaba que me aburriría como una ostra con este, pues no me cae en demasiada gracia, pero al final fue de lo más entretenido. Son pocos los temas que se conocen de él, pero los que sí se conocen, se los sabe la gente de pe a pa. Así, todos los que cantamos Antes que ver el sol o Nada fue un error (unas 6.000 personas al unísono), hizo que se formara un ambientillo de buen rollo de lo más agradable. Por su parte, el argentino fue de lo más agradable y simpático con la gente, y eso siempre se agradece. Algunos temas que desconocía de él me gustaron bastante, con mención a la Canción del inmigrante (un precioso alegato contra los prejuicios a los extranjeros) o el nuevo single que ha sacado ahora, tocado solo con guitarra y voz, con el que finalizó el concierto. La noche prometía.
Seguimos con Dover. Esto fue un shock para mi, que les sigo desde que sacaran el Devil came to me hace ya casi 10 años. Me encontré con una banda Dance de lo más sofisticada y con un show de luces y sonido que estaba a años luz de lo que hicieran en el pasado (yo ya les había visto en vivo hace unos años). La producción dance le sienta bien a Cristina Llanos, que tiene tendencia a quedarse sin voz a medio concierto y como ahora todo está en semi-playback por exigencias del estilo, la cosa no le quedó nada mal. Los temas de Follow the city lights (un disco fabuloso se mire por donde se mire) sonaron apoteósicos, con especial mención a Do ya y al ya clásico Let me out con el que cerraron el concierto, que fue de lejos el momento más álgido de la noche, y donde se formó la fiesta absoluta entre el público. Y lo más impactante: ver cómo han remodelado sus temas clásicos al Dance. Se marcaron unas versiones de Loli Jackson, DJ, Cherry Lee, Devil came to me, King George o Serenade que no dejaron indiferente a nadie, muy diferentes de las originales. No me atrevo a decir mejor o peor: simplemente, muy distinto. Y lo mejor, la vitalidad de Cristina Llanos: se movía más que los precios, como una poseida. ¡Normal que se haya quedado tan delgada, menuda vitalidad, señores!.
Me alegré por ellos: las Llanos estuvieron majísimas con la gente y no pararon de hacer alabanzas al público y a su Madrid natal. La gente les despidió con un enorme vitoreo que duró varios minutos, y que hizo a Cristina decir No me hagáis esto, que voy a llorar. Y creo que al final lo hizo, y se fue abrazada a su hermana. Dover fue la estrella de la noche, sin duda. Y el cambio les ha sentado de maravilla. ¡Quien les ha visto y quien les ve!.
Y llegó el momento que más esperaba de la noche: La oreja de Van Gogh, a quienes he seguido desde el primer disco y que pese a su exceso de ñoñería, siempre me han encantado. Este es el sexto concierto que veo de ellos, pues no he faltado a ni uno solo de todas sus giras. Pero para mi desgracia, resultó ser una total y absoluta decepción: el sonido era malo y la voz de Amaia Montero, peor. Entre balbuceo y balbuceo (nada de canto), desgranaron los temas de todos sus discos de manera sosa y descafeinada. Ni siquiera pequeñas joyas de su último disco como Perdida sonaron como debían, y nos dejó a mi y a mi primo Rubén, fan del grupo también, con cara de alelaos. Evidentemente, los únicos buenos momentos de este concierto los trajeron temas conocidos y tatareados por todos, como Puedes contar conmigo, Rosas, París o Cuídate, pero ni siquiera con esas. La gente se aburría, y la srta. Montero no era precisamente el colmo de la simpatía. Además, había unas pausas entre tema y tema realmente escandalosas. Y ocurrió lo que nunca he visto en un concierto de LODVG: la gente empezó a irse. Se aburría. ¡Normal, menuda ful de concierto estaban haciendo los donostiarras!. Y yo me sentí doblemente decepcionado, porque he estado en conciertos de ellos que les daban mil vueltas a este. Temas tan preciosos como Deseos de cosas imposibles, bailables como Pop o incluso La playa estaban mal cantados.
Hice lo que nunca he hecho en ningún concierto: me fui cuando empezaba la última canción. Me aburría y hasta estaba cabreado. Este grupo, ya montado en el dólar, está descuidándolo todo en sus directos: la música sonaba mal, y la Montero parecía una cerdita Peggy con voz de muñeca chochona. Qué pena, joder.
Bueno, creo que ya me he explayado bastante. Veremos a ver qué tal los próximos conciertos…
Un abrazo.
Pero entremos en materia: tres grupos de lo más dispares, de los cuales he sido seguidor acérrimo de dos, y actualmente ninguno dentro de mis preferencias principales. Pero chico, la entrada era gratis y la noche prometía ser animada. ¿Se necesita algo más?.
Antes de comentar el concierto, dos anécdotas: estar en la zona VIP suponía también estar en pijolandia, y estaba rodeado literalmente de Rodrigos y Jimenas (como dice mi tía Pepa), todos ellos con su jersey al cuello (parece una especie de pijoseñal para que se identifiquen entre ellos) y polo de Lacoste, junto con sus churumbeles, los Borjamaris y las Barbaras, niños bien vestidos como para carnaval con melenita a lo parchis. La gracia del tema es que entre concierto y concierto ponían videoclips de 40TV, y por alguna razón técnica siempre ponían el mismo bucle de 3 videos, entre los que se encontraba… ¡Rock DJ de Robbie Williams!. Por si nadie conoce este videoclip, en él nuestro drogata británico favorito (después de Pete Doherty) se marca un Striptease en el cual se arranca hasta la piel y los músculos en un momento de lo más gore. Literalmente, las niñas empezaron a gritar y las madres a taparlas los ojos. Yo no me pude contener y empecé a descojonarme vivo. ¡¡Fue lo más!!.
En fin, vayamos a los conciertos. Tras la presentación de rigor de Tony Aguilar, ese plasta omnipresente con ego desmesurado y buen rollito aderezado de modernismo de mercadillo y aún así majete (que pesado se ponía con eso de ¡Ese ruido, Madrid!), dieron paso a los conciertos, de una escrupulosa hora cada uno.
El primero: el argentino Coti. Yo pensaba que me aburriría como una ostra con este, pues no me cae en demasiada gracia, pero al final fue de lo más entretenido. Son pocos los temas que se conocen de él, pero los que sí se conocen, se los sabe la gente de pe a pa. Así, todos los que cantamos Antes que ver el sol o Nada fue un error (unas 6.000 personas al unísono), hizo que se formara un ambientillo de buen rollo de lo más agradable. Por su parte, el argentino fue de lo más agradable y simpático con la gente, y eso siempre se agradece. Algunos temas que desconocía de él me gustaron bastante, con mención a la Canción del inmigrante (un precioso alegato contra los prejuicios a los extranjeros) o el nuevo single que ha sacado ahora, tocado solo con guitarra y voz, con el que finalizó el concierto. La noche prometía.
Seguimos con Dover. Esto fue un shock para mi, que les sigo desde que sacaran el Devil came to me hace ya casi 10 años. Me encontré con una banda Dance de lo más sofisticada y con un show de luces y sonido que estaba a años luz de lo que hicieran en el pasado (yo ya les había visto en vivo hace unos años). La producción dance le sienta bien a Cristina Llanos, que tiene tendencia a quedarse sin voz a medio concierto y como ahora todo está en semi-playback por exigencias del estilo, la cosa no le quedó nada mal. Los temas de Follow the city lights (un disco fabuloso se mire por donde se mire) sonaron apoteósicos, con especial mención a Do ya y al ya clásico Let me out con el que cerraron el concierto, que fue de lejos el momento más álgido de la noche, y donde se formó la fiesta absoluta entre el público. Y lo más impactante: ver cómo han remodelado sus temas clásicos al Dance. Se marcaron unas versiones de Loli Jackson, DJ, Cherry Lee, Devil came to me, King George o Serenade que no dejaron indiferente a nadie, muy diferentes de las originales. No me atrevo a decir mejor o peor: simplemente, muy distinto. Y lo mejor, la vitalidad de Cristina Llanos: se movía más que los precios, como una poseida. ¡Normal que se haya quedado tan delgada, menuda vitalidad, señores!.
Me alegré por ellos: las Llanos estuvieron majísimas con la gente y no pararon de hacer alabanzas al público y a su Madrid natal. La gente les despidió con un enorme vitoreo que duró varios minutos, y que hizo a Cristina decir No me hagáis esto, que voy a llorar. Y creo que al final lo hizo, y se fue abrazada a su hermana. Dover fue la estrella de la noche, sin duda. Y el cambio les ha sentado de maravilla. ¡Quien les ha visto y quien les ve!.
Y llegó el momento que más esperaba de la noche: La oreja de Van Gogh, a quienes he seguido desde el primer disco y que pese a su exceso de ñoñería, siempre me han encantado. Este es el sexto concierto que veo de ellos, pues no he faltado a ni uno solo de todas sus giras. Pero para mi desgracia, resultó ser una total y absoluta decepción: el sonido era malo y la voz de Amaia Montero, peor. Entre balbuceo y balbuceo (nada de canto), desgranaron los temas de todos sus discos de manera sosa y descafeinada. Ni siquiera pequeñas joyas de su último disco como Perdida sonaron como debían, y nos dejó a mi y a mi primo Rubén, fan del grupo también, con cara de alelaos. Evidentemente, los únicos buenos momentos de este concierto los trajeron temas conocidos y tatareados por todos, como Puedes contar conmigo, Rosas, París o Cuídate, pero ni siquiera con esas. La gente se aburría, y la srta. Montero no era precisamente el colmo de la simpatía. Además, había unas pausas entre tema y tema realmente escandalosas. Y ocurrió lo que nunca he visto en un concierto de LODVG: la gente empezó a irse. Se aburría. ¡Normal, menuda ful de concierto estaban haciendo los donostiarras!. Y yo me sentí doblemente decepcionado, porque he estado en conciertos de ellos que les daban mil vueltas a este. Temas tan preciosos como Deseos de cosas imposibles, bailables como Pop o incluso La playa estaban mal cantados.
Hice lo que nunca he hecho en ningún concierto: me fui cuando empezaba la última canción. Me aburría y hasta estaba cabreado. Este grupo, ya montado en el dólar, está descuidándolo todo en sus directos: la música sonaba mal, y la Montero parecía una cerdita Peggy con voz de muñeca chochona. Qué pena, joder.
Bueno, creo que ya me he explayado bastante. Veremos a ver qué tal los próximos conciertos…
Un abrazo.