Hace mucho que no me da por escribir algo medianamente decente en el Blog, al margen de imágenes que inviten más o menos a pensar, detalles de videojuegos, videoclips musicales y, en definitiva, un montón de parafernalia que principalmente solo le interesa a un servidor. Supongo que todos pasamos por fases de mayor o menor inspiración al respecto. Y no es que yo me sienta falto de ella, simplemente es que a veces no me encuentro con la suficiente entereza como para expresar ciertas cosas con palabras escritas.
Pero hoy me apetece contar algo, sí. Dentro de dos días me voy a Chicago a pasar una semana allí de vacaciones, y visitar a mi querido Javi. Seguramente publique una especie de “día a día” al estilo de Dublín hace unos meses, y os cuente mis impresiones en esa gran urbe, parte del gran estado de Illinois. Y aunque no os lo creáis, me siento muy ilusionado… pero no tanto como debería.
Y es que estoy de capa caída. No hoy. No ayer. No anteayer. Llevo así meses. Concretamente, cuatro. Cada vez lo llevo peor, porque mi mejoría en mi día a día es evidente… pero algo falla. Hace unos días conseguí llegar a la conclusión de este estado, y quizá resulte difícil de creer, porque es algo bastante evidente… pero yo no lo podía ver.
No puedo entrar en los detalles, pues entre mi certeza de que ciertas cosas deben quedarse en casa (o al menos en el círculo más cerrado) y que no puedo ni debo mencionar nada que pueda implicar a otras personas por cuestión de respeto, lo cierto es que pasé por una etapa extraña que desembocó en el más absoluto de los desastres. La magnitud del mazazo resultó tan demoledora que quedé absolutamente destruido como nunca antes lo había estado. Todos conocemos esa sensación de caernos, hacernos daño e intentar levantarnos para seguir adelante, ¿verdad?. A veces con más o menos coste o esfuerzo por nuestra parte. Yo me encuentro en esa tesitura. Y me cuesta… me cuesta mucho, muchísimo…
Desde hace cuatro meses he sido incapaz de hacer muchas cosas, de sentir otras muchas otras, de forzarme a intentar olvidar algunas cosas y recordar otras que creía olvidadas para siempre. Mi corazón ha estado deseoso de sentir y cerrarse en banda en el momento más inoportuno, de sentir lástima de mi mismo, de sentir odio por el funcionamiento del mundo, las personas y las reglas del juego. De la hipocresía ajena, de la búsqueda de falsas y viles mentiras, del sentimiento de culpa y de la reflexión sobre el verdadero desenlace de un modo de vivir, de sentir, de amar, querer y comprender la existencia en este (a veces) frío mundo.
Mi vida es buena. Adoro mi trabajo. Me he dado cuenta de que tengo amigos que me quieren de verdad y que pese a todo nunca me dejarán de lado. He sido testigo de su constante atención y preocupación, de la cual he estado necesitado y por suerte ya no tanto, porque los amigos son hombros en los que apoyarse, no pilares de un edificio en los que sostenerse constantemente. Tengo una familia afectiva y cariñosa. Tengo unas buenas perspectivas de futuro, lleno de proyectos y esperanzas que ahora por fin comienzan a tomar forma.
Cuando era niño soñaba que estos días llegarían. Que poco a poco y con esfuerzo construiría mi pequeño mundo en el que sentirme reconfortado, cálido y seguro. Un pequeño universo lleno de las cosas que me gustan y me importan, desde la cosa más superficial a la más metafísica. Esos días por fin están tomando forma.
Pero soy incapaz de disfrutarlo como se merece. ¿Y por qué?. Porque la he perdido. He perdido eso que se llama ilusión.
El otro día, con mi tía Pepa, hablando de todo un poco, ella me dio ciertas nociones en base a su propia vivencia, y de repente lo vi todo claro. No es que las cosas me vayan mal. No es que yo quiera seguir sumido dentro de la desgracia (que, la verdad, no es el caso, aunque esto podría ser perfectamente posible)… simplemente, es que he perdido la ilusión.
La ilusión de vivir, de sentir algo intenso, las ganas de pensar que en la vida hay algo por encima del dolor, el engaño y la autojustificación, la conciencia o el egoísmo y el despotismo. Me rodeo constantemente de elementos que me ayuden a intentar creer en que el mundo es bueno y puede conllevar algo remotamente feliz, pero ahora no lo creo. No tengo fe en nada que tenga algo que ver conmigo mismo. He perdido la fe en mi. He perdido la fe en ciertas cosas. Desde hace cuatro meses soy un fantasma que recorre el mundo anhelando que le devuelvan lo que le han arrebatado… sin éxito.
Si tengo que aferrarme a algo ahora, es a mis amigos y mi familia. Estoy tan solo y frágil… tan bipolar, tan variable… ¡lo odio!. Siempre me he jactado de tener cierto temple dentro de mi propia visceralidad, de mi raciocinio frente a mis sentimientos, de la lógica ante lo aparente… pero nada sirve. Todo sigue casi igual. Y digo “casi” porque poco a poco, muy despacio, voy avanzando. Como ya he dicho todo esto es una convalecencia, un cambio, algo que requiere de mi adaptación al medio y que, por desgracia, aún está en los primeros días de su larga recuperación.
Debo reconocer que estoy asustado, aterrado. Tengo miedo de ser incapaz de sentir algo, de convertirme en un gran témpano de hielo como única posibilidad de poder avanzar… soy cariñoso, afectivo y atento por naturaleza, pero esto me supera. Odio no ser yo, odio comportarme de una manera que no es propia de mi.
Odio no poder decir nada por miedo a represalias, por respeto, congoja, o simplemente por no echar más leña al fuego. Pero… ¿es malo reconocer que a uno le cuesta?. ¿Decir que se encuentra extraviado, que va por el buen camino pero aún se encuentra medio cegado?.
Ojala todo hubiera sido diferente. Dicen que es de tontos preguntarse qué hubiera sido si algo no hubiera pasado, pero yo a veces no puedo evitar que me asalte ese pensamiento. Sea como fuere no se puede cambiar el pasado, y tengo por fuerza ya que pasar por un camino que nunca había deseado recorrer. Pero estoy tan frágil que asusta. Y yo no soy valiente, nunca lo he sido. Tampoco soy fuerte. No creo tener que pedir perdón por ello, porque cada persona tenemos una naturaleza y forma de ser. Para algunos, esta forma de hacer, decir y sentir es repugnante. Otros, seguramente, me verán de manera más afín en base a ellos mismos.
Todo esto lleva a una sola conclusión: aún tengo mucho que recorrer. Porque aunque no puedo tener queja de ni uno solo de los aspectos de mi vida, tengo mucho miedo. Y aunque tenga amor de parte de quien debo tenerlo, me siento muchas veces muy solo. Y a veces creo que no tengo otra opción, estar solo, si quiero superar semejante trauma.
¿Por qué las personas nos metemos en dinámicas absurdas para luego acabar hundidos en la miseria, y siempre tenemos que buscar culpables e inocentes, vencedores y vencidos?. Todo sería mucho más sencillo de no ser así.
Ahora que reviso mi texto recién escrito, me doy cuenta de que parece que sigo agazapado en el pasado. No, no es el caso. Sigo mi camino y CASI ya no miro hacia atrás. Pero tengo la sensación de que algo ha quedado inconcluso, y no sé si es porque es así o porque así lo quiero creer. Y lo más importante de todo no es lo que sucediera en el pasado, sino lo que sucede ahora. Y es que, lamentablemente, tengo que afrontar la verdad: he perdido la ilusión.
La he perdido.