Martes otra vez…
Pero espera un momento… ¿martes?. Sí, martes, no lunes, porque este fin de semana he tenido un día extra al pedirmelo para poder cumplir correctamente con el mejor plan posible para este pasado fin de semana.
He estado en Jaén y Granada. La primera, ciudad familiar por parte materna que solamente tenía dentro de mi en vagos y borrosos recuerdos de infancia. La segunda, el eco de un paso fugaz hace dos años que me dejó muy buen sabor de boca, recuerdo impagable (en parte por las vivencias concretas de aquella vez) y pena por la brevedad de dicho paso.
Muchas son las razones que me han hecho ir hacia la preciosa Andalucía este fin de semana, pero objetivamente ha sido el concierto que Yann Tiersen ofreció en Granada este sábado, al cual obviamente asistí y que ha quedado finalmente en una anécdota más de uno de los fines de semana más movidos, agotadores, desenfrenados y maravillosos que recuerdo nunca.
Desde mi paseo por Jaén el viernes por la tarde, la cena en el restaurante El Pecado (sí, de comida afrodisíaca y deliciosa, según ellos, y al menos de lo segundo doy fe… ¡menudo cordero a la miel con verduras!), seguido por una breve pero intensa noche de copichuelas en la que descubrí esa rica mezcla de licor de almendras con zumo de naranja, y en la que ví la española Nadie conoce a nadie, que hasta entonces no había tenido oportunidad certera de vez, el viernes empezó de manera potente. Y eso que no había hecho más que empezar el fin de semana.
Efectivamente, el sábado fue un día intenso, tanto que aún no me creo que aguantara tal ritmo. Un paseo por la ciudad ondulada, Jaén, desde el bulevar cercano a la Avda. de Madrid, pasando por los Baños Turcos, y sobre todo, el Castillo de la ciudad, me dejaron para el arrastre. Pero había que irse a Granada, y así se hizo. Allí, en casa de Puri, una amiga de Jorge, nos quedamos adormilados hasta que llegó el momento de irse a ver a Yann Tiersen.
Pero espera un momento… ¿martes?. Sí, martes, no lunes, porque este fin de semana he tenido un día extra al pedirmelo para poder cumplir correctamente con el mejor plan posible para este pasado fin de semana.
He estado en Jaén y Granada. La primera, ciudad familiar por parte materna que solamente tenía dentro de mi en vagos y borrosos recuerdos de infancia. La segunda, el eco de un paso fugaz hace dos años que me dejó muy buen sabor de boca, recuerdo impagable (en parte por las vivencias concretas de aquella vez) y pena por la brevedad de dicho paso.
Muchas son las razones que me han hecho ir hacia la preciosa Andalucía este fin de semana, pero objetivamente ha sido el concierto que Yann Tiersen ofreció en Granada este sábado, al cual obviamente asistí y que ha quedado finalmente en una anécdota más de uno de los fines de semana más movidos, agotadores, desenfrenados y maravillosos que recuerdo nunca.
Desde mi paseo por Jaén el viernes por la tarde, la cena en el restaurante El Pecado (sí, de comida afrodisíaca y deliciosa, según ellos, y al menos de lo segundo doy fe… ¡menudo cordero a la miel con verduras!), seguido por una breve pero intensa noche de copichuelas en la que descubrí esa rica mezcla de licor de almendras con zumo de naranja, y en la que ví la española Nadie conoce a nadie, que hasta entonces no había tenido oportunidad certera de vez, el viernes empezó de manera potente. Y eso que no había hecho más que empezar el fin de semana.
Efectivamente, el sábado fue un día intenso, tanto que aún no me creo que aguantara tal ritmo. Un paseo por la ciudad ondulada, Jaén, desde el bulevar cercano a la Avda. de Madrid, pasando por los Baños Turcos, y sobre todo, el Castillo de la ciudad, me dejaron para el arrastre. Pero había que irse a Granada, y así se hizo. Allí, en casa de Puri, una amiga de Jorge, nos quedamos adormilados hasta que llegó el momento de irse a ver a Yann Tiersen.
El concierto, adornado de anécdotas graciosas, destacó sobre todo por el inmenso enfarlopamiento de nuestro amigo franchute, más en la galaxia de Orión que en el local en sí, por el (pese al evidente drogue del colega) impresionante virtuosismo del que hizo gala con guitarra, acordeón y, sobre todo, violín, y por lo maravilloso del conjunto musical (¡tocando la guitarra con una broca eléctrica!) aunque levemente monótono entre medias. Ah, y para más inri, apenas tocó unos míseros acordes de la BSO de Amélie. Qué lástima.
A la 1 de la mañana salimos pitando al McDonalds, acuciados por un hambre canina y siendo este el sitio más cercano y abierto de la zona, donde nos zampamos o más bien engullimos unos enormes McMenús, para salir pitando desde ahí e irnos de marcha. Nos recorrimos Granada enterita a esas horas, matados de sueño, tras un concierto y una cena pesada. Pero se hizo, y pasamos por algunos lugares del ambiente junto a unos amigos, hasta altas horas de la noche. De esta me quedo con un momento muy especial al aire libre en un balcón con vistas a la Alhambra iluminada en toda su gloria, y con una actuación realmente friki en uno de los locales… en los que un tío clavadito a King Africa cantaba en playback el I am telling you I’m not going de Jennifer Hudson… ¡para no dormir, lo juro!.
Domingo. 12 horas. Nos despertamos y nos metemos un desayuno para el cuerpo que ni Bree Van de Kamp podría preparar, cortesía de un auténtico entusiasta de esta comida del día, Rubén. Lo juro: en la mesa había café, zumo, tostadas, fresas con nata, embutido, huevos revueltos, naranjas con miel y canela, y seguro que me olvido algo. El día transcurrió cálido y espléndido por todas las calles de Granada de bar en bar, tapa a tapa, hasta alcanzar el mirador de San Nicolás donde escuchamos algunos artistas al aire libre mientras tomábamos café y helado, y nos hicimos las fotos de rigor, de las cuales una de ellas adorna este comentario. Gracias, Jorge, por sacar siempre mi mejor lado.
Vuelta a Jaén, más cine español (esta vez La niña de tus ojos, que tampoco había visto) y el lunes y sin prisa, vuelta a Madrid. No está mal, ¿verdad?.
Me dejo en el tintero, y solo por no resultar cansino (y porque tengo que dejarme algo en el corazoncito), las anécdotas de nuestra amiga la Farruquita, las coletillas cool de las noches y, ante todo, el escalofrío que me produjo recorrer ciertas calles nuevamente (dicen que los recuerdos a veces oprimen más que lo tangible, y doy fe de eso).
Pero sobre todas las demás cosas, me quedo con momentos y vivencias impagables, maravillosas, al lado de un ya gran amigo: Jorge. Que sean muchas más. Sea.
Un abrazo.