Erase una vez una ardilla pelirroja y rechoncha que se encontraba de viaje por el bosque más grande del mundo. Le habían dicho que si conseguía atravesarlo llegaría a un precioso valle donde podría vivir feliz y alegre toda su vida, y eso le motivaba mucho. No le faltaba de nada en el camino, porque siempre encontraba buena comida y el clima era cálido y agradable. Sí, no era en absoluto un viaje pesado, aunque a veces se tropezara con alguna piedrecilla.
Cuando ya llevaba mucho tiempo viajando (¡y aún más que le quedaba, aunque ella aún no lo supiera!), un día encontró a una liebre que también se encontraba de viaje. Los dos animalitos se cayeron muy bien al instante, y aunque no les faltaba de nada en el camino, como ya se ha dicho, la verdad es que se encontraban muy solos en un viaje tan largo. En el transcurso del largo tiempo que viajaron juntas, ambas se hicieron muy amigas, e incluso se dijeron que si llegaban al valle se instalarían la una cerca de la otra para poder verse a menudo.
Pero una mañana como cualquier otra la liebre despertó antes que la ardilla y se fue a buscar algo para comer. Y no se sabe muy bien por qué, esta no regresó. Durante muchos días, la ardilla la buscó muy preocupada por su amiga, pero de nada le valió. No la consiguió encontrar. Entristecida, optó finalmente por seguir el camino con la esperanza de encontrarla cuando llegara al valle.
El tiempo siguió pasando y la ardilla prosiguió su camino como había hecho desde un principio, aunque se sentía profundamente triste por su amiga extraviada. No dejaba de pensar en ella y en si estaría bien.
Así fue como un día sucedió que el camino por el que viajaba se dividió en tres más. Y aunque al principio estos caminos eran paralelos y no parecían alejarse mucho el uno del otro, la ardilla no sabía qué hacer. En los tres caminos que se presentaban, dos de ellos estaban ocupados por un perro y una cobaya respectivamente. Y entonces surgió el dilema: ¿debería seguir sola, o ir acompañada por alguno de estos animales?.
La decisión fue, a su juicio, la más sensata: como los tres caminos en principio no estaban muy alejados el uno del otro, optó por ir con la cobaya, y de vez en cuando desviarse al otro para hablar con el perro. Si no le gustaba la compañía de ninguno, siempre podría coger el camino solitario, y de este modo tendría tiempo para tomar una decisión definitiva. Pero ninguna de las dos compañías le gustaba: el perro era un maleducado y un egoísta, y la cobaya era muy independiente y distante. ¡Pobre ardilla, cómo echaba de menos a la liebre!. Pensaba en su amiga más que nunca. A veces, se quedaba con el perro o la cobaya porque se sentía muy desdichada y sola, y por nada más que eso. Se impuso, sin embargo, la sensatez, y se dijo a sí misma: mejor sola que mal acompañada. Y definitivamente prosiguió por el camino solitario.
Aún quedaba mucho viaje, y la ardilla empezaba a estar muy cansada. Muchísimo. Y cuando menos se lo esperaba, apareció de la nada un cuarto camino paralelo al suyo. Y, ¿os lo podéis creer?. ¡¡Allí estaba su amiga la liebre!!. Pero esta no estaba sola, sino con otra liebre... ¡y tenían crías pequeñitas!. Una familia en toda regla. ¡Jo, que corte pasó la pobre ardilla!. Las dos se alegraron mucho al reencontrarse, pero claramente las cosas ya no podían ser igual que cuando se encontraron por primera vez.
Aunque alegre por saber que su amiga estaba bien, la ardilla se sintió sola de nuevo, pese a contar con la eterna amistad de la liebre. Había experimentado lo que era una amistad que le llenaba completamente, y no puedo evitar pensar que era muy desalentador que las cosas cambiasen tan deprisa.
La familia de la liebre, y la ardilla, siguieron el camino juntos, aunque la segunda prefirió ir un poco por detrás. No había perdido nada, pero a su vez era como si le hubieran arrebatado algo muy importante para ella.
A día de hoy, la ardilla, la liebre, el perro y la cobaya seguramente hayan llegado al valle. Cada uno lo ha habrá hecho a su manera y habrá tenido experiencias buenas y malas por el camino. Habrán forjado amistades y emociones que permanecen, y también otras las habrán roto.
Moraleja: da igual que seas la ardilla, la liebre, el perro o la cobaya. En tu camino, pase lo que pase, y por muchos compañeros que encuentres, siempre tendrás que aprender a recorrerlo solo. Sigue caminando sobre todo por ti, y por la ilusión que te provoca llegar a ese maravilloso valle donde podrás descansar y ser feliz.
Cuando ya llevaba mucho tiempo viajando (¡y aún más que le quedaba, aunque ella aún no lo supiera!), un día encontró a una liebre que también se encontraba de viaje. Los dos animalitos se cayeron muy bien al instante, y aunque no les faltaba de nada en el camino, como ya se ha dicho, la verdad es que se encontraban muy solos en un viaje tan largo. En el transcurso del largo tiempo que viajaron juntas, ambas se hicieron muy amigas, e incluso se dijeron que si llegaban al valle se instalarían la una cerca de la otra para poder verse a menudo.
Pero una mañana como cualquier otra la liebre despertó antes que la ardilla y se fue a buscar algo para comer. Y no se sabe muy bien por qué, esta no regresó. Durante muchos días, la ardilla la buscó muy preocupada por su amiga, pero de nada le valió. No la consiguió encontrar. Entristecida, optó finalmente por seguir el camino con la esperanza de encontrarla cuando llegara al valle.
El tiempo siguió pasando y la ardilla prosiguió su camino como había hecho desde un principio, aunque se sentía profundamente triste por su amiga extraviada. No dejaba de pensar en ella y en si estaría bien.
Así fue como un día sucedió que el camino por el que viajaba se dividió en tres más. Y aunque al principio estos caminos eran paralelos y no parecían alejarse mucho el uno del otro, la ardilla no sabía qué hacer. En los tres caminos que se presentaban, dos de ellos estaban ocupados por un perro y una cobaya respectivamente. Y entonces surgió el dilema: ¿debería seguir sola, o ir acompañada por alguno de estos animales?.
La decisión fue, a su juicio, la más sensata: como los tres caminos en principio no estaban muy alejados el uno del otro, optó por ir con la cobaya, y de vez en cuando desviarse al otro para hablar con el perro. Si no le gustaba la compañía de ninguno, siempre podría coger el camino solitario, y de este modo tendría tiempo para tomar una decisión definitiva. Pero ninguna de las dos compañías le gustaba: el perro era un maleducado y un egoísta, y la cobaya era muy independiente y distante. ¡Pobre ardilla, cómo echaba de menos a la liebre!. Pensaba en su amiga más que nunca. A veces, se quedaba con el perro o la cobaya porque se sentía muy desdichada y sola, y por nada más que eso. Se impuso, sin embargo, la sensatez, y se dijo a sí misma: mejor sola que mal acompañada. Y definitivamente prosiguió por el camino solitario.
Aún quedaba mucho viaje, y la ardilla empezaba a estar muy cansada. Muchísimo. Y cuando menos se lo esperaba, apareció de la nada un cuarto camino paralelo al suyo. Y, ¿os lo podéis creer?. ¡¡Allí estaba su amiga la liebre!!. Pero esta no estaba sola, sino con otra liebre... ¡y tenían crías pequeñitas!. Una familia en toda regla. ¡Jo, que corte pasó la pobre ardilla!. Las dos se alegraron mucho al reencontrarse, pero claramente las cosas ya no podían ser igual que cuando se encontraron por primera vez.
Aunque alegre por saber que su amiga estaba bien, la ardilla se sintió sola de nuevo, pese a contar con la eterna amistad de la liebre. Había experimentado lo que era una amistad que le llenaba completamente, y no puedo evitar pensar que era muy desalentador que las cosas cambiasen tan deprisa.
La familia de la liebre, y la ardilla, siguieron el camino juntos, aunque la segunda prefirió ir un poco por detrás. No había perdido nada, pero a su vez era como si le hubieran arrebatado algo muy importante para ella.
A día de hoy, la ardilla, la liebre, el perro y la cobaya seguramente hayan llegado al valle. Cada uno lo ha habrá hecho a su manera y habrá tenido experiencias buenas y malas por el camino. Habrán forjado amistades y emociones que permanecen, y también otras las habrán roto.
Moraleja: da igual que seas la ardilla, la liebre, el perro o la cobaya. En tu camino, pase lo que pase, y por muchos compañeros que encuentres, siempre tendrás que aprender a recorrerlo solo. Sigue caminando sobre todo por ti, y por la ilusión que te provoca llegar a ese maravilloso valle donde podrás descansar y ser feliz.
Un abrazo.