Pero vayamos al grano, porque para variar me enredo en divagaciones sin sentido. El pasado lunes estuve convaleciente en casa preso del dolor post-anestésico de la maldita muela del juicio, y mi querido novio Sera se presentó por la noche, pese al duro día de trabajo que tuvo, de tener que llevarse trabajo a casa, de venir hasta la mía quedando a una distancia considerable de la suya, y me trajo cena, cuidó de mi y se quedó a dormir conmigo por si necesitaba algo pegándose un madrugón considerable para poder ir antes a su casa y de ahí al trabajo a la mañana siguiente. Y además, me trajo rosas.
Constantemente hago referencia a mi chico, aunque reconozco que intento contener mi empalagosismo o admiración hacia su persona, dentro de la situación tan deliciosa que vivo a su lado, pero lo del lunes volvió a superar todas mis expectativas hacia él. Ya lo hizo con la primera muela, que no fue nada en comparación a esta, y lo ha vuelto a hacer. Me ha abrumado su sincero afecto y cariño hacia mi, las ganas de hacerme reir y de animarme, de abrazarme y no soltarme, de pasar tiempo a mi lado hablando o en silencio, de abrazarme durante horas en medio de la noche.
El lunes me sentí el chico más afortunado del mundo. Mi novio me trajo su risa, su alegría, su cariño, su admirable capacidad de entrega y su comprensión. Me trató como un Rey.
Mi chico me trajo flores. Qué suerte tengo. Quería dejar constancia de ello.
Gracias, Sera. Eres maravilloso y tengo mucha suerte de tenerte a mi lado.