Alucinado, maravillado y emocionado salí ayer del cine tras ver Wall-E, la nueva película de Pixar. Simplemente, pasé unos momentos de puro orgasmo cinéfilo por múltiples razones, pero mejor me explico:
Creo que tras ver Wall-E, no puedo compararla a ninguna otra película Pixar que haya visto antes. Es una obra de arte en movimiento. Empezando por el increíble apartado técnico, en el cual se han vuelto a superar (parecía imposible tras ver Ratatouille) y que nos muestra unas escenas de una belleza inconmensurable desde el primer al último segundo (no hay que perderse ni los títulos de crédito), Wall-E va mucho más allá y pasa de ser una simple película a toda una declaración de principios que, nuevamente, es disfrutable tanto por niños como por mayores, esperando que todos ellos sepan entender la naturaleza y trascendencia del mensaje que pretende transmitir.
Wall-E nos sitúa en un futuro en el que la humanidad ha abandonado la tierra tras haberla dejado inundada de basura, fruto de un consumismo extremo que ha durado décadas. Estos dejaron encendido un pequeño robot de limpieza que lleva casi 700 años recopilando basura. Wall-E es un robot adorable que tiene mucha humanidad en sus circuítos y que recolecta las reliquias que encuentra en su hogar. Adora la música y el romanticismo, algo que encuentra cuando conoce a la moderna EVA. Pero avanzar sería destrozar el fabuloso argumento...
Wall-E lo tiene absolutamente todo: la factura técnica es simplemente perfecta, la música acertadísima, es tierna como ella sola, te ríes a mansalva durante todo el metraje, la imaginativa de Pixar sigue en plena forma en los miles de detalles que forman cada plano (una vez más, es necesario verla varias veces para localizar tanto derroche visual), y además, esta vez pretende concienciar a la gente de un modo más que elogiable hacia dónde se dirige la humanidad por el camino que vamos.
No es solo un mensaje ecologista, va mucho más allá: habla de la frialdad de un mundo en el que nos llevan a todas partes y apenas andamos, donde se nos insta a consumir de manera indiscriminada sin medida alguna como única posibilidad de felicidad, donde hablamos el uno con el otro por teléfono cuando le tenemos al lado, donde hemos olvidado el sabor de una pizza haciendo un picnic, donde no recordamos el olor del mar o el tacto de una mano.
Es tal la belleza del mensaje, tan abrumadora su puesta en escena, tan deliciosa de degustar, que solo puedo otorgarle a Wall-E un 10 sobre 10. Como todas las películas de Pixar, el componente infantil es lo que puede tirar para atrás a más de un posible remilgado para verla, pero yo desde aquí digo y afirmo que este film es un clásico instantaneo, una obra maestra absoluta que cualquier persona debería ver, y que solo corre el riesgo de verse eclipsada por otras películas de Pixar si siguen produciendo películas así año tras año.
Imprescindible, única, sublime. Y no hay más que decir, por mi parte.
Un abrazo.
Creo que tras ver Wall-E, no puedo compararla a ninguna otra película Pixar que haya visto antes. Es una obra de arte en movimiento. Empezando por el increíble apartado técnico, en el cual se han vuelto a superar (parecía imposible tras ver Ratatouille) y que nos muestra unas escenas de una belleza inconmensurable desde el primer al último segundo (no hay que perderse ni los títulos de crédito), Wall-E va mucho más allá y pasa de ser una simple película a toda una declaración de principios que, nuevamente, es disfrutable tanto por niños como por mayores, esperando que todos ellos sepan entender la naturaleza y trascendencia del mensaje que pretende transmitir.
Wall-E nos sitúa en un futuro en el que la humanidad ha abandonado la tierra tras haberla dejado inundada de basura, fruto de un consumismo extremo que ha durado décadas. Estos dejaron encendido un pequeño robot de limpieza que lleva casi 700 años recopilando basura. Wall-E es un robot adorable que tiene mucha humanidad en sus circuítos y que recolecta las reliquias que encuentra en su hogar. Adora la música y el romanticismo, algo que encuentra cuando conoce a la moderna EVA. Pero avanzar sería destrozar el fabuloso argumento...
Wall-E lo tiene absolutamente todo: la factura técnica es simplemente perfecta, la música acertadísima, es tierna como ella sola, te ríes a mansalva durante todo el metraje, la imaginativa de Pixar sigue en plena forma en los miles de detalles que forman cada plano (una vez más, es necesario verla varias veces para localizar tanto derroche visual), y además, esta vez pretende concienciar a la gente de un modo más que elogiable hacia dónde se dirige la humanidad por el camino que vamos.
No es solo un mensaje ecologista, va mucho más allá: habla de la frialdad de un mundo en el que nos llevan a todas partes y apenas andamos, donde se nos insta a consumir de manera indiscriminada sin medida alguna como única posibilidad de felicidad, donde hablamos el uno con el otro por teléfono cuando le tenemos al lado, donde hemos olvidado el sabor de una pizza haciendo un picnic, donde no recordamos el olor del mar o el tacto de una mano.
Es tal la belleza del mensaje, tan abrumadora su puesta en escena, tan deliciosa de degustar, que solo puedo otorgarle a Wall-E un 10 sobre 10. Como todas las películas de Pixar, el componente infantil es lo que puede tirar para atrás a más de un posible remilgado para verla, pero yo desde aquí digo y afirmo que este film es un clásico instantaneo, una obra maestra absoluta que cualquier persona debería ver, y que solo corre el riesgo de verse eclipsada por otras películas de Pixar si siguen produciendo películas así año tras año.
Imprescindible, única, sublime. Y no hay más que decir, por mi parte.
Un abrazo.