12 de julio de 2006

Caeré

El día ha amanecido hoy nublado y lleno de augurios ominosos, de un opaco grisáceo y apagado. Mientras la carretera emergía a mis pies y la sensación de velocidad se diluía entre mis pupilas, y adelantaba a los demás coches, intuí que hoy no iba a ser un día como los demás.

Conforme la incontinencia del tiempo iba cumpliendo sus más terroríficas promesas empecé a experimentar una peculiar sensación de agonía, completamente intangible para mis sentidos y mi corazón pero no para mi mente. Y entonces comprendí que la invariabilidad de mis devaneos en relación a lo que ocupaba la mayor parte de mi universo no era algo inusual, sino algo harto simple, lineal y, por qué no decirlo, vulgar.

Las diez. Las once. Las doce. Tic-tac, tic-tac, tic-tac… ¿cómo puede convertirse un segundo en una eternidad?. ¿Cómo puede convertirse una hora en algo tan efímero?. Ha sido todo tan extremadamente contrastado, incomprensible, caótico e incoherente que por un segundo me he visto a mi mismo dentro de un espacio y tiempo distintos a los que nos dicta las reglas de la lógica mundana.

Las cinco, las seis, y las siete… y aquí estoy, escribiendo estas crípticas líneas sin intención alguna de pretender que quien lo lea pueda sacar una conclusión concreta.

¿Y de qué estoy hablando, os preguntaréis?. O quizá no lo hacéis, simplemente estáis asistiendo impasibles ante este desvarío intencionado. Pues la verdad, y aludiendo a lo más profundo de mis entrañas, os digo: no me atrevo a decirlo explícitamente. Me da miedo.

¿Es raro tener miedo a revelar tus propios miedos?. La verdad, yo me detengo a pensar en esa pregunta y creo que no existe mejor definición para el ser humano…
Un abrazo