Anoche tuve una horrible pesadilla de la cual no puedo acordarme claramente. No sé qué me pasó, no sé por qué la tuve, pero pese a sonar muy cómico, reconozco que me desperté lamentándome en voz alta con un sonoro Ay ay ay ay ay. ¡¡Menos mal que mi madre ya se había ido al trabajo, pues de lo contrario se hubiera preocupado, como suele ser habitual en ella, sobremanera!!.
Luego pude volver a conciliar el sueño un rato, hasta la hora de tener que irme al trabajo. Pero no fue un consuelo: me levanté profundamente triste y afligido por razones que no soy capaz de explicar. Supongo que tenía dentro de mi aún el sinsabor del desagradable sueño o la perspectiva de un día bastante grisaceo.
No me gusta guardarme las cosas para mi. Casi siempre tengo la necesidad de sacar lo que me guardo dentro, sea bueno o malo. Porque mi propia naturaleza me impide tener confidencias conmigo mismo (salvo las justas y evidentemente necesarias, y no de buen grado las tengo), y las veces que percibo claramente que no debo contar ciertas cosas me incomoda sobremanera, sea por la causa que sea.
El caso del sueño de esta noche (del cual, por suerte, no me acuerdo en absoluto) me ha recordado aquella vez que tuve otro sueño que sí recordé claramente pero en su síntesis y desarrollo podía sonar completamente absurdo excepto para aquel que lo cuenta. Y lo conté. Y la reacción fue tan decepcionante que en ese mismo momento me dije que no me podría permitir el lujo de contarle mis inquietudes en el reino de los sueños a esa persona. Y quizá, sólo quizá, pensé que nadie comprendería los recovecos de mi mente. Tiene su lógica: ¿Cuántos nos conocemos de verdad a nosotros mismos?. Bastante tenemos ya con intentar comprender nuestra propia forma de ser, al menos los que pretendemos tener la buena voluntad de psicoanalizarnos.
Pero yo no soy una persona que necesite psicoanálisis, o al menos eso creo. En verdad siempre llego a la misma conclusión: soy SIMPLE. Los móviles de mis actos o de mi día a día se basan en rutinas de lo más mundanas, y yo en sí no aporto nada especial ni a la sociedad en la que vivo ni a aquellos que me rodean, salvo obviamente el halo afectivo que nos rodea. Pero eso no me convierte, en términos objetivos, en una persona especial. ¿Que mi familia me quiere?. ¡Bueno, es que es mi familia!. ¿Que mi novio también me quiere?. Bueno, a saber por qué, pero lo hace... y a mi me llena de orgullo, pero insisto: NO soy nadie especial, ni para bien ni para mal. Tan solo soy yo.
La razón por la que escribo todas estas cosas es, igualmente, simple: estoy preocupado por la necesidad afectiva que últimamente siento respecto a todo. Lo del sueño de anoche me ha recordado que más de una vez he intentado abrir mi corazón a alguien y he recibido indiferencia a cambio, lo cual es realmente doloroso. Y me he visto obligado a crear una coraza en mi que hace que muchas veces me haga aparentar una entereza que no existe. Pero esa entereza, verdadera o no, es necesaria para mi.
Desde hace unos años, esa entereza a la que me refiero me ha protegido mucho, de manera que puedo decir (con orgullo, pese a que parezca lo contrario) que hace ya bastantes años que no necesito a nadie para mantenerme orgulloso e íntegro. Es más, cuanto más me pongo a mirar en la evolución de mi persona, no puedo evitar pensar que quizá me estoy volviendo demasiado independiente de mí mismo. Salvo muy pocas personas, es cierto que en verdad NO NECESITO a nadie. Y según el momento, esto me produce una inmensa alegría o una inmensa tristeza. Qué le vamos a hacer...
Lo único en este mundo que me asusta no es quedarme solo, ni ser demasiado solitario, sino perder a aquellos a los que amo. También es un hecho que mi extremada falta de confianza en mi mismo es uno de mis grandes defectos.
Pero no dejan de ser simples anécdotas de las cuales quizá hago un exceso de trascendentalidad. Ayer me dijeron que a veces me escudaba demasiado en la aparente simplicidad de las cosas que pienso o digo, como intentando decirme que no sacaba todo aquello que realmente pienso. Mi respuesta fue: A veces es verdad que no estoy pensando más de lo que revelo; otras, obviamente, no deseo contarlas, y otras no puedo hacerlo por los motivos que sean. Creo que esa fue una respuesta acertada y, sobre todo, sincera. Es cierto que casi siempre hay mucho más detrás de todo lo que hago o digo, y que a veces me hago el loco, pero no puedo evitarlo: debo preservar algo de mi identidad para mi mismo, pues he comprobado que a veces es tóxico no hacerlo.
Y con todo lo que digo, parece que soy reservado: ¡¡Ni de lejos!!. Ni soy reservado, ni insensible, ni misterioso: todo aquel que me conoce sabe que soy un espejo, claro como el agua, y que raras veces puedo evitar mostrar lo que siento, lo desee yo o no.
A veces creo que sentir, tener la capacidad de contar las cosas a los demás, de tener la confianza en sí mismo que requieren ciertas cosas en la vida, es como un salto al vacío: nunca sabes qué va a pasar al final del trayecto. Pero si no saltas, nunca alcanzarás tu meta. Y yo me jacto de lanzarme al vacío muchas veces, todos los días, con ganas y con determinación.
¿Debo sentirme mal por tener necesidades afectivas, o de ser muy sensible a todo?. Supongo que no: es inherente a todos; lo que ocurre es que a veces te intentas convencer a tí mismo de que la integridad y la entereza sólo se alcanza cuando se llega a la independencia del sí mismo. Y ahí, las necesidades afectivas externas a veces sobran. Se convierten en dependencia. Una compleja palabra de la que ya hablaré más detalladamente.
Feliz día del orgullo gay a todos/as.
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