Esto es lo que pone en la placa situada frente a la citada cúpula, que es lo único que quedó de la ciudad de Hiroshima tras la explosión de la bomba atómica en 1945. Al haber explotado justo sobre ella, el impacto de la onda expansiva permitió que algo de este edificio no fuera arrasado como quedó casi todo lo demás.
Estar en Hiroshima frente a este edificio, al parque conmemorativo de la paz que hay junto a él, y la llama de la paz que no se apagará mientras haya bombas atómicas en el mundo, me han revuelto lo más profundo de mi ser. Junto a este edificio y parque, hay un magnifico museo que refleja con todo detalle lo ocurrido ese día, desde los acontecimientos históricos hasta la explicación científica del funcionamiento de la bomba, para desembocar en la cruda conclusión final: muerte, horros y destrucción, sin cortarse un ápice. El objetivo de todo esto es concienciar la mente de las personas frente a una realidad que no se puede olvidar: mientras haya armas nucleares en el mundo, la humanidad no podrá quitarse el miedo de vivir una guerra nuclear. Este es un monumento a la estupidez humana, a la falta de raciocinio, pero también un claro ejemplo de lo que NO se debe volver a repetir en el futuro.
Hiroshima me ha marcado. No olvidaré lo que he visto hoy, pese a conocer históricamente los hechos. Ha sido emocinante, y muy esclarecedor. Había que estar ahí para verlo.
Hoy, 31 de agosto, es un día que no olvidaré jamás. De vuelta en Kyoto (¡y parando en Osaka!), ahora intentaré asimilar todo lo que he vivido hoy. De momento, sé que conforme pasen los años el día de hoy será algo que recordaré con afecto y emoción. Ese conocimiento no tiene precio, creedme.
Un abrazo.