Echo de menos hoy, por nada en particular y todo en general, ciertas sensaciones que experimenté cuando me marché a Londres a los 16 años a perfeccionar el idioma de Shakespeare. Nunca olvidaré ese verano de 1997, cuando pasé unas semanas en esa maravillosa y melancólica ciudad. Y entre todas esas vivencias llenas de surrealismo, abrazos, buenas intenciones, veladas nocturnas en los pubs mientras bromeábamos y reíamos entre nosotros gente de toda raza, edad, país y condición, tengo una vívida imagen en mi memoria que nunca podré olvidar.
Cuando era niño soñaba con ver Londres. Siempre tuve la sensación de conocer sus calles pese a no haber estado nunca allí. Y siempre quise vivir un momento muy concreto: aquel en el cual daría un largo y tranquilo paseo por la rivera del Támesis. Y, evidentemente, en cuanto tuve ocasión hice realidad ese anhelo.
La realidad superó a la ficción. Recuerdo perfectamente aquella tarde de Julio, en la que me bajé en la estación de los Parlamentos sobre las 4 de la tarde y, llegando a la rivera del río, comencé a andar en dirección al Puente de Londres.
Estaba, evidentemente, nublado. Hacía bastante fresquete, y un clima húmedo propiciado por la cercanía del agua. Chispeaba, luego hizo sol, luego volvió a nublarse… pero en todo momento un viento vivaz acariciaba mi rostro, y veía las nubes moverse deprisa por el cielo, como si en su inmensa grandiosidad tuvieran prisa por llegar a alguna parte, aunque otras tomaban el relevo rápidamente.
Y así, poco a poco, y tras comprobar que el camino no era precisamente en línea (ideas de alguien que desconoce la arquitectura de una ciudad), llegué a la Torre y al Puente de Londres. Me detuve a ver ese magnífico monumento, eché un ojo a todo lo que ya había andado, y eché un largo vistazo a la panorámica de lo que disfrutaba mi agudeza visual. Me emocioné, y mucho. Estaba cumpliendo un sueño. Me sentí tan grande y tan pequeño a la vez...
Y así, de repente, me vi apoyado en la barandilla del Puente de Londres, observando el entorno, mirando a mi pasado e ilusionado ante el futuro. Ya había realizado uno de los grandes sueños de mi vida. Nunca jamás lo olvidaré.
Muchas han sido las veces que he repetido la experiencia, la última en Septiembre de 2004, de la cual acompaño una foto. Espero volver pronto a ver mi segunda ciudad, la ciudad de mis sueños: Londres.
Un abrazo.
Cuando era niño soñaba con ver Londres. Siempre tuve la sensación de conocer sus calles pese a no haber estado nunca allí. Y siempre quise vivir un momento muy concreto: aquel en el cual daría un largo y tranquilo paseo por la rivera del Támesis. Y, evidentemente, en cuanto tuve ocasión hice realidad ese anhelo.
La realidad superó a la ficción. Recuerdo perfectamente aquella tarde de Julio, en la que me bajé en la estación de los Parlamentos sobre las 4 de la tarde y, llegando a la rivera del río, comencé a andar en dirección al Puente de Londres.
Estaba, evidentemente, nublado. Hacía bastante fresquete, y un clima húmedo propiciado por la cercanía del agua. Chispeaba, luego hizo sol, luego volvió a nublarse… pero en todo momento un viento vivaz acariciaba mi rostro, y veía las nubes moverse deprisa por el cielo, como si en su inmensa grandiosidad tuvieran prisa por llegar a alguna parte, aunque otras tomaban el relevo rápidamente.
Y así, poco a poco, y tras comprobar que el camino no era precisamente en línea (ideas de alguien que desconoce la arquitectura de una ciudad), llegué a la Torre y al Puente de Londres. Me detuve a ver ese magnífico monumento, eché un ojo a todo lo que ya había andado, y eché un largo vistazo a la panorámica de lo que disfrutaba mi agudeza visual. Me emocioné, y mucho. Estaba cumpliendo un sueño. Me sentí tan grande y tan pequeño a la vez...
Y así, de repente, me vi apoyado en la barandilla del Puente de Londres, observando el entorno, mirando a mi pasado e ilusionado ante el futuro. Ya había realizado uno de los grandes sueños de mi vida. Nunca jamás lo olvidaré.
Muchas han sido las veces que he repetido la experiencia, la última en Septiembre de 2004, de la cual acompaño una foto. Espero volver pronto a ver mi segunda ciudad, la ciudad de mis sueños: Londres.
Un abrazo.
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