Llevo bastantes días sin escribir un mísero párrafo por estos lares. La culpa, como muchas veces, la tiene el trabajo, que además de ser bastante intenso en estos días, me provocan un auténtico desazón imaginativo o una descomunal carencia de inspiración.
Sea como fuere, hoy tengo la anécdota de rigor y tengo una extraña necesidad de expresarla, más bien por desahogo que por otra cosa.
Mi madre es una metomentodo en muchas cosas de mi vida como buena madre que es, y a veces me siento como si mi relación con ella fuera del estilo Director Skinner con su madre de Los Simpson. Pero se la perdona porque todo lo que hace es con muy buena intención. Lo cual, evidentemente, a veces no me reconforta del todo.
Hace un par de días me dio por ir a comprarme un par de pantalones al Springfield de mi barrio aprovechando que tenía que hacer tiempo tras el trabajo para ver a mi chico, pues me hacía falta últimamente renovarlos. Así lo hice (y me salieron muy bien de precio, todo sea dicho). Cuando llegué a casa, me los probé y marqué la linea del bajo para que me los ajustaran. Mi tía tiene una tienda de ropa y siempre le dejo los pantalones a mi madre para que los lleve a la tienda y la modista que lleva la ropa de allí me arregle los pantalones. Cuando llegó mi madre a casa y vio los pantalones mantuvimos una conversación muy parecida a otras anteriores:
- Anda hijo, ¿te has comprado unos pantalones?
- Si, eso es
- Qué casualidad, te iba yo a comprar unos muy bonitos que he visto. Y también unas camisas preciosas. Como ahora vas a necesitar algunas para las cenas de navidad y eso...
- Si, ya iré otro día. Ya le tengo el ojo echado a algunas.
- Bueno, pero si quieres te las compro yo. Son muy bonitas y me gustan mucho para ti.
- Dejaló, mama, de verdad... que a mi me gusta comprarme la ropa.
- Bueno, bueno, no pasa anda, cuando cobre te compro alguna.
En ese punto decidí callarme. Pero en realidad estaba bastante cabreado. Parecía haberse olvidado que, unos meses atrás, me compró una barbaridad de ropa que yo cual no deseaba. No por no quererla, sino porque entiendo que, pese a la buena intención o móvil de mi madre al querer tenerme bien vestido, es mi obligación y sólo mía el comprarme la ropa que me gusta, amén de ser también un deleite personal. Pero no: ella siempre me ve con las cosas que a ella le gustan. La última vez, ya cansado, le dije que devolviera casi todo lo que me había comprado. Se enfadó. Pero si hice eso es porque no me gusta que ella defina mi forma de comprar o no la ropa. Me siento un poco como un chico de 10 años que no se la puede comprar por si mismo.
Y aún así, no se trata de una rabieta de adulto que le dice a su madre mamá, que ya no soy un niño. No, no es eso... es más bien una forma de decirle a mi madre que yo soy quien debe hacer esas cosas, que no tiene por qué obligarse a hacerlas por mi. ¡No necesita demostrarme nada!.
La verdad es que anteayer me cabreé bastante. Dentro de unos días mi madre llegará con dos o tres camisas (nunca es solo una, además), y posiblemente alguna cosa más porque le ha gustado cuando lo ha visto, y yo no podré decirle que no lo quiero para no herirla.
Joder, qué complicadas son ciertas cosas...
Un abrazo.
1 comentario:
Es que las "madres" son así, nene...
La mía tiene una obsesión con las dichosas SOPAS DE MIEL, que cuando las hace, las hace en cantidades industriales, como si pensara que voy a hacer una fiesta en casa, a la que invitaría a los ejércitos de Tierra, Mar y Aire... porque como ya te he dicho, las hace en CANTIDADES INDUSTRIALES...
Tras comprobar que hablar con una pared no es lo mío, la dejo hacer sus condenadas sopas de miel, y cuando me las trae, las hago en paquetitos súper cool y me las voy quitando de encima como regalos para los amigos, que primero flipan, pero que después se las comen.
Es una técnica infalible.
¡No quiero decir que regales esa ropa que te compra!, pero... Úsala para estar por casa, ¿no?
And remember, Luke...
Las madres SIEMPRE tienen la razón.
Kisses en las narices!
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