Entre el sábado y el domingo me sucedió una de esas cosas que uno debe considerar como extraña. Fue, a todas luces, una situación que llevaba tiempo imaginándome y que llegó de una manera inesperada. Pero esta es una historia con antecedentes que se remontan a varios años atrás, incluso si me pongo a hilar fino podría retroceder a mis más tiernos años de la infancia.
Yo tenía un amigo que se llamaba Iván. Fui con él al colegio y era vecino mío. Y bueno, se trata de una de esas amistades "de toda la vida" (al igual que otro buen amigo mío, Dany, que sigue siendo más amigo quizá ahora en la plenitud de la madurez de nuestras vidas que cuando eramos niños). Iván tenía un paralelismo conmigo que nos unió bastante en su momento: los dos teníamos unos padres separados y vivíamos con nuestra madre. Y todo era igual, salvo que él tenía una hermana pequeña.
No entraré en más detalles sobre nuestra amistad durante los años de colegio y de instituto: basta con saber que fuimos siempre amigos de un modo u otro y que crecimos juntos y descubrimos muchos aspectos de la vida el uno junto al otro junto con otro que completaba el grupo: Santos. Pero no es de él de quien voy a hablar ahora.
En el año 1999, Iván se echó una novia llamada Gilsa. Tenía 19 años y yo 18. Y salíamos juntos: de hecho creo que mis primeras salidas nocturas "oficiales" se produjeron a la par con ellos y mis compañeros de instituto. Por entonces, Iván se preparaba para unas oposiciones a bombero, y esto y su chica ocupaban todo su tiempo. Pero se volvió un poco engreído y agresivo, y yo lo fui notando progresivamente, y simplemente tragaba. Conmigo nunca tuvo demasiados problemas.
Un día, en septiembre de 1999, quedamos en el centro, él, su novia y yo. Iván se había ido de casa tras una fuerte discusión con su madre y se fue con Gilsa. Y yo llevaba poco tiempo trabajando en PC City y estudiando informática. Nos pusimos al día tras unas semanas de vernos y yo les manifesté mi alegría por los estudios que me disponía a comenzar (siempre había sido mi gran ilusión, y además el año previo tuve un gran bajón al suspender Bachillerato y repetir curso), así como por mi nuevo trabajo a tiempo parcial. Las cosas empezaban a irme bien.
Pero creo que eso no le debió gustar a Iván: de un modo sorprendente que no me esperé en ningún momento, terminó la velada y me volví a casa. Al llegar había un mensaje en el contestador automático, en el que Iván me insultaba salvajemente, diciéndome de todo menos guapo, y en el cual me tachaba de chulo, de restregar mi bienestar a aquellos que no lo pasaban tan bien, e incluso llegó a amenazarme con partirme la cara si se cruzaba conmigo por la calle. Yo escuché estupefacto ese mensaje sin haber notado absolutamente nada mientras estaba con él, y no comprendí una reacción tan agresiva... a medias. Le intenté llamar y recibí otra tanta de insultos y amenzas, esta vez de forma directa. Mi madre llegó a escuchar fortuitamente ese mensaje y le llamó (al fin y al cabo éramos amigos de toda la vida y se conocían) y llegó a tener bronca incluso con ella. Ese día yo acabé muy mal, pues mi madre optó por decirme que yo era un estúpido debilucho y que la gente me hacía daño por ser tan idiota. Qué bonito, ¿eh?.
En todo caso, el tema de cómo mi madre intentó demostrarme que solamente siendo duro y frío consigues algo en la vida es un tema aparte (ya van unos cuantos, me voy fijando... debería escribir más). En todo caso ahí terminó nuestra amistad. Completamente. Y sí, sufrí porque a todas luces era injusto, y él fue un completo necio. Toda la vida nos habíamos apoyado en momentos menos dulces, y cuando uno de los dos empieza a despegar, el otro siente envidia o recelo. Así somos las personas.
El resto es historia: él su vida, yo la mía. Y así... hasta el sábado. Casi 6 años desde aquel fatal desenlace. Yo he cambiado muchísimo desde entonces a todos los niveles. Mi vida es muy distinta a entonces, así como mi propia persona. Y, como iba diciendo, el sábado volvía de un paseo por el centro de Madrid y bajaba mi calle camino a mi casa, y... apareció él. Ahí estaba Iván, que pasaba por la acera de enfrente. Y nos miramos y acabamos parándonos para saludarnos. Y... bueno, era como si en vez de habernos peleado, simplemente no nos hubiéramos visto en mucho tiempo. Nos dimos la mano, nos preguntamos cómo estábamos, y ya que él tenía prisa, me dio su teléfono y me dijo que podíamos quedar a tomar algo y ponernos al día. Me quedé un poco estupefacto, pues había pasado mucho tiempo, y pensé que quizá ese intercambio de teléfonos se quedaría en eso, simplemente.
Pero no fue así. El domingo me escribió y me propuso ir a tomar algo al centro y hablar. Y me pareció una buena idea, así que aceptó y le fui a buscar a su casa. Recuerdo que lo primero que me dijo fue que aún no se podía creer que las cosas acabaran así entre nosotros, y que habiendo pasado 6 años, las cosas las veía de un modo muy distinto y que se había comportado como un cabrón conmigo. Curioso... lo que yo quería oír hace 6 años me lo decía sin que siquiera yo sacara el tema.
Hablamos durante toda la tarde de cómo habían sido nuestras vidas en este tiempo. Él me contó que se casó con su chica para divorciarse un año después, que se fue a vivir a Canarias a la aventura donde curró de cocinero durante dos años, y luego a Suecia con otra chica a la que dejó. Y de ahí de vuelta a casa de su madre. Ese es el resumen de sus 6 años. En verdad se notaba lo de Canarias: el acento ya no era el de un madrileño, qué curioso.
Y yo le conté el resumen de mis 6 años: que si soy gay y tú no lo sabías, que si acabé de estudiar y he currado en todo lo que he podido como programador hasta estar donde estoy, que estoy con un chico maravilloso... etc.
Pero me sentí extraño. Era como encontrarme ante un espejo del pasado y descubrir que en él no veía nada. Sólo un extraño vacío o un eco de una época que ya no existe. Porque es evidente que la persona con quien estuve ayer dista mucho de ser la persona que yo recordaba. Y es que una amistad quebrada y con una distancia de 6 años de por medio no puede retomarse, sino comenzarla de nuevo, desde cero. Y creo que fue por el hecho de que ambos pensábamos que teníamos delante a aquel que recordábamos el que no tuviéramos el mínimo pudor en contarnos cosas en confianza.
Todo fue bien: regresamos a casa y quedamos en llamarnos "un día de estos". Pero al rato me sentí como despertando de un extraño sueño, en el que estaban unidos el pasado y el presente. ¿Cuál es el orden de las cosas en esta vida?. ¿Dónde se ha metido Iván?.
Y lo más importante... ¿dónde me he metido YO?.
Yo tenía un amigo que se llamaba Iván. Fui con él al colegio y era vecino mío. Y bueno, se trata de una de esas amistades "de toda la vida" (al igual que otro buen amigo mío, Dany, que sigue siendo más amigo quizá ahora en la plenitud de la madurez de nuestras vidas que cuando eramos niños). Iván tenía un paralelismo conmigo que nos unió bastante en su momento: los dos teníamos unos padres separados y vivíamos con nuestra madre. Y todo era igual, salvo que él tenía una hermana pequeña.
No entraré en más detalles sobre nuestra amistad durante los años de colegio y de instituto: basta con saber que fuimos siempre amigos de un modo u otro y que crecimos juntos y descubrimos muchos aspectos de la vida el uno junto al otro junto con otro que completaba el grupo: Santos. Pero no es de él de quien voy a hablar ahora.
En el año 1999, Iván se echó una novia llamada Gilsa. Tenía 19 años y yo 18. Y salíamos juntos: de hecho creo que mis primeras salidas nocturas "oficiales" se produjeron a la par con ellos y mis compañeros de instituto. Por entonces, Iván se preparaba para unas oposiciones a bombero, y esto y su chica ocupaban todo su tiempo. Pero se volvió un poco engreído y agresivo, y yo lo fui notando progresivamente, y simplemente tragaba. Conmigo nunca tuvo demasiados problemas.
Un día, en septiembre de 1999, quedamos en el centro, él, su novia y yo. Iván se había ido de casa tras una fuerte discusión con su madre y se fue con Gilsa. Y yo llevaba poco tiempo trabajando en PC City y estudiando informática. Nos pusimos al día tras unas semanas de vernos y yo les manifesté mi alegría por los estudios que me disponía a comenzar (siempre había sido mi gran ilusión, y además el año previo tuve un gran bajón al suspender Bachillerato y repetir curso), así como por mi nuevo trabajo a tiempo parcial. Las cosas empezaban a irme bien.
Pero creo que eso no le debió gustar a Iván: de un modo sorprendente que no me esperé en ningún momento, terminó la velada y me volví a casa. Al llegar había un mensaje en el contestador automático, en el que Iván me insultaba salvajemente, diciéndome de todo menos guapo, y en el cual me tachaba de chulo, de restregar mi bienestar a aquellos que no lo pasaban tan bien, e incluso llegó a amenazarme con partirme la cara si se cruzaba conmigo por la calle. Yo escuché estupefacto ese mensaje sin haber notado absolutamente nada mientras estaba con él, y no comprendí una reacción tan agresiva... a medias. Le intenté llamar y recibí otra tanta de insultos y amenzas, esta vez de forma directa. Mi madre llegó a escuchar fortuitamente ese mensaje y le llamó (al fin y al cabo éramos amigos de toda la vida y se conocían) y llegó a tener bronca incluso con ella. Ese día yo acabé muy mal, pues mi madre optó por decirme que yo era un estúpido debilucho y que la gente me hacía daño por ser tan idiota. Qué bonito, ¿eh?.
En todo caso, el tema de cómo mi madre intentó demostrarme que solamente siendo duro y frío consigues algo en la vida es un tema aparte (ya van unos cuantos, me voy fijando... debería escribir más). En todo caso ahí terminó nuestra amistad. Completamente. Y sí, sufrí porque a todas luces era injusto, y él fue un completo necio. Toda la vida nos habíamos apoyado en momentos menos dulces, y cuando uno de los dos empieza a despegar, el otro siente envidia o recelo. Así somos las personas.
El resto es historia: él su vida, yo la mía. Y así... hasta el sábado. Casi 6 años desde aquel fatal desenlace. Yo he cambiado muchísimo desde entonces a todos los niveles. Mi vida es muy distinta a entonces, así como mi propia persona. Y, como iba diciendo, el sábado volvía de un paseo por el centro de Madrid y bajaba mi calle camino a mi casa, y... apareció él. Ahí estaba Iván, que pasaba por la acera de enfrente. Y nos miramos y acabamos parándonos para saludarnos. Y... bueno, era como si en vez de habernos peleado, simplemente no nos hubiéramos visto en mucho tiempo. Nos dimos la mano, nos preguntamos cómo estábamos, y ya que él tenía prisa, me dio su teléfono y me dijo que podíamos quedar a tomar algo y ponernos al día. Me quedé un poco estupefacto, pues había pasado mucho tiempo, y pensé que quizá ese intercambio de teléfonos se quedaría en eso, simplemente.
Pero no fue así. El domingo me escribió y me propuso ir a tomar algo al centro y hablar. Y me pareció una buena idea, así que aceptó y le fui a buscar a su casa. Recuerdo que lo primero que me dijo fue que aún no se podía creer que las cosas acabaran así entre nosotros, y que habiendo pasado 6 años, las cosas las veía de un modo muy distinto y que se había comportado como un cabrón conmigo. Curioso... lo que yo quería oír hace 6 años me lo decía sin que siquiera yo sacara el tema.
Hablamos durante toda la tarde de cómo habían sido nuestras vidas en este tiempo. Él me contó que se casó con su chica para divorciarse un año después, que se fue a vivir a Canarias a la aventura donde curró de cocinero durante dos años, y luego a Suecia con otra chica a la que dejó. Y de ahí de vuelta a casa de su madre. Ese es el resumen de sus 6 años. En verdad se notaba lo de Canarias: el acento ya no era el de un madrileño, qué curioso.
Y yo le conté el resumen de mis 6 años: que si soy gay y tú no lo sabías, que si acabé de estudiar y he currado en todo lo que he podido como programador hasta estar donde estoy, que estoy con un chico maravilloso... etc.
Pero me sentí extraño. Era como encontrarme ante un espejo del pasado y descubrir que en él no veía nada. Sólo un extraño vacío o un eco de una época que ya no existe. Porque es evidente que la persona con quien estuve ayer dista mucho de ser la persona que yo recordaba. Y es que una amistad quebrada y con una distancia de 6 años de por medio no puede retomarse, sino comenzarla de nuevo, desde cero. Y creo que fue por el hecho de que ambos pensábamos que teníamos delante a aquel que recordábamos el que no tuviéramos el mínimo pudor en contarnos cosas en confianza.
Todo fue bien: regresamos a casa y quedamos en llamarnos "un día de estos". Pero al rato me sentí como despertando de un extraño sueño, en el que estaban unidos el pasado y el presente. ¿Cuál es el orden de las cosas en esta vida?. ¿Dónde se ha metido Iván?.
Y lo más importante... ¿dónde me he metido YO?.
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