Nuestro cuarto día de estancia en el paraíso nos llevó al aeropuerto de Honolulu una vez más (consejo: id en Taxi, los autobuses son una pesadilla por lo lentos y tediosos para distancias tan cortas), pero no para irnos de allí, sino para alquilar un coche. De este modo, estaríamos motorizados hasta el mismísimo momento de abandonar Hawai. Así lo hicimos, y desde ese momento y hasta nuestra partida tuvimos un vehículo estupendo para campar a nuestras anchas por todo Oahu.
Tras superar el shock de conducir por primera vez en mi vida un vehículo automático (luego me costó un poco readaptarme a las marchas al regresar a España), no perdimos un segundo y comenzamos un tour fuera de las comodidades de Waikiki recorriendo todo el perímetro de la isla, que todo sea dicho, no es más grande que, por ejemplo, la comunidad valenciana. Es decir: si quieres, un día te basta para dar una vuelta a la isla sobradamente. Dependiendo de cuánto te pares, claro.
Nuestra primera parada nos llevó al parque natural de la Diamond head, que es un importante punto de referencia en la isla y que es una vista muy significativa desde Honolulu y Waikiki. No estuvimos mucho tiempo allí, apenas lo suficiente para echar un vistazo, sacar unas fotos, y chapurrear algo de japonés con unas simpáticas chicas de Fukuoka. El sitio, con tiempo, merece la pena para pasar todo un día haciendo senderismo. Pero nosotros, lamentablemente, teníamos la agenda algo más apretada.
Tras hacer una parada en la famosa playa donde se rodó De aquí a la eternidad entre otras, nos dirigimos al norte por el lado este de la isla recorriendo la costa. Hicimos algunas paradas cuando veíamos zonas especialmente bonitas, como la playa que podéis ver en la foto. El azul zafiro, el clima y el entorno iban in crescendo hasta unos puntos casi surrealistamente hermosos. Realmente merece la pena, y mucho, no quedarse en las zonas turísticas: la verdadera belleza de Hawai es sin duda su privilegiado entorno natural.
Vimos muchas partes de la isla, entre ellas una que tenía especialmente ganas de ver: el rancho Kualoa, lugar de culto para los fans de Lost y los amantes del cine en general, pero prefiero dejar todo lo referente al mismo para otro momento, ya que quiero hacer un recopilatorio de lost-calizaciones en un post aparte.
Terminando el día, es decir, después de comer (en Hawai se hace de noche en marzo algo después de las seis de la tarde), fuimos a ver un sitio especialmente encantador que me recomendó Guido: las famosas plantaciones de piña Dole, que por si no lo sabíais, es poco menos que el producto estrella de la isla junto con las nueces de macadamia. En Hawai te sirven piña en TODAS partes; incluso en el McDonalds junto con las patatas y la bebida tienes una deliciosa ración de piña natural la mar de rica. Creo que yo jamás había tomado tanta piña en tan poco intervalo de tiempo.
Pero volviendo a Dole, se trata de un megaemporio de la piña cuya sede se encuentra junto a una carretera local que está también en medio de kilómetros y kilómetros de plantaciones de piña. La visita resultó sumamente interesante porque jamás pensé que se pudieran vender tantos productos derivados de esta fruta: helados, galletas, cremas, y un largísimo etcétera. Me compré unas galletas y un fabuloso helado de piña natural cuyo sabor aún recuerdo inténsamente.
Y ya tocando la noche y regresando por el lado oeste hacia el sur, nos metimos de lleno en un pequeño atasco a la entrada de Honolulu que nos permitió disfrutar de un impresionante arcoiris. Otra de las características de Hawai es su loco clima, que pese a ser siempre muy estable y cálido, hace que tenga lluvias localizadas a intervalos cortos de forma constante. Es decir, que aunque haga un día soleado, es posible que justo donde tú estás y no 1000 metros más adelante te caiga un buen chaparrón durante unos minutos. Al final te acabas acostumbrando a ello y hasta te gusta.
Al día siguiente seguiríamos viajando por zonas que aún no habíamos visto, pero ese es ya otro capítulo…