Me siento
mal. Este post, como tantos otros, está programado para publicarse un día que escojo según lo veo
adecuado, pero en el momento en que tengo esto en mente no puedo evitar sentir una enorme
congoja. Me ecuentro
dividido y me convierto en nada. En la nada más
absoluta.
¿Cuántas veces en la vida nos planteamos si las cosas que hacemos es lo
correcto?. Es decir, el camino hacia el que avanzamos en ciertos asuntos, por ejemplo el profesional (esto es solo un ejemplo, evidentemente). ¿Y cuántas personas nos
censuran por escoger un camino que difiere del que es a priori más beneficioso para nosotros?. ¿Y cómo saber si somos
nosotros los que estamos equivocados en nuestro juicio o
ellos?. Eso es lo que me está
carcomiendo por dentro en estos momentos, como tantas otras veces... una sensación que afortunadamente no es siempre tan
intensa. Se diluye, dependiendo del momento.
Hace dos días estuve hablando de un primo mío adolescente, que con 18 años lo único en lo que piensa es en estar en la calle con sus amigos y
rapeando. Sí, así es,
rapeando. Le gusta tanto que todo lo demás no importa tanto en comparación. Y claro, a mi lo que me viene a la cabeza es, inmediatamente,
qué pérdida de tiempo, cuando podría estar aprovechando su tiempo en cosas que le vendrían mejor en el futuro. Y no puedo evitar ahora mismo establecer un
paralelismo entre él y yo: ¿estoy actuando como él?. ¿Estoy
desperdiciando mi tiempo en cosas sin sentido, como por ejemplo dedicar buena parte de mi tiempo libre a estudiar japonés con cierta seriedad en vez de poder hacer otras cosas que serían mejores para mi? ¿En verdad esto me puede reportar algún beneficio
práctico y real?.
He recibido a lo largo del tiempo consejos acerca de lo que debería hacer para evolucionar laboralmente, consejos realmente
buenos, prácticos y realizados con la mejor
intención del mundo por parte de personas que me aprecian y quieren. Y otros consejos movidos por otros cuya intención es simple y llanamente la de hurgar en la herida,
joder la marrana, provocar heridas y sangrar. Y a veces por
arrogancia, y otras por
debilidad, me he sentido a
tacado y herido. Con y sin fundamento.
En estas situaciones, mi reacción natural es la de
entristecerme y comerme el coco, seguido por un
cierre hermético a este tipo de emociones negativas, y a autoconvencerme de que las cosas que hago y pienso son siempre las
correctas. Es mi manera de sobrevivir:
mirar al frente,
olvidarme de lo que tengo alrededor,
rechazar todo apoyo externo y
depositar mi bienestar en mi propia
fe.
Y, ¿es eso lo que se debe hacer?. Seguramente no, pero el autoconvencimiento es un arma
poderosísima: realmente puede sacarte de situaciones insostenibles, hacerte mejor y más fuerte. Porque la fe es lo que realmente hace mover el mundo (sin ganas de hacer paralelismos religiosos, ojo).
Creo que al menos soy una persona que se plantea su propio
Dogma, que no considero que todo lo que hago o dejo de hacer está bien o mal, que con ello puedo hacer que una situación sea
susceptible de mejora. No creo estar en plena posesión de la razón siempre. Y eso, como tantas otras cosas, es un
arma de doble filo.
Al final todo vuelve a lo de siempre: a veces descubres que esos consejos que te daban
no tenían tanta razón de ser pese a su buena intención, y otras veces caes
en tu propio error mucho después. Yo prefiero, de momento, pensar que mis opciones y decisiones escogidas son las que tienen que ser porque no caben otras, porque soy como soy y porque mi evolución no está marcada por una serie de pasos
preestablecidos, que soy
dueño de mi propio destino para bien o para mal.
Y esto que acabo de soltar sea, posiblemente, otra maniobra de mi mente para
autoconvencerme...
Un abrazo.