Hoy entro en posesión de mis
veintisiete años cumplidos de vida. Me gusta hacer comentarios todos los años al respecto de ello, y este no iba a ser una excepción. Como ya he dicho en más de una ocasión, las valoraciones sobre el año vivido las dejo siempre para año nuevo, que es cuando considero que se puede y debe hacer. Esto, más bien, es una pequeña
reflexión acerca de mi
peculiar forma de ver la vida y las cosas, y de cómo me voy desenvolviendo en este
mundo que me ha tocado vivir.
Releyendo mi
comentario sobre los ventiseis años me doy cuenta de que las cosas no han cambiado tanto. He traído una vez más mi
deliciosa tarta de queso casera a mis compañeros de trabajo, e incluso la misma mujer de la limpieza, Maria Jesús, ha vuelto a elogiarme. ¡Me ha dicho que yo era el
hombre perfecto!. Vaya, eso es algo que me gustaría
creer, pero entiendo perfectamente que quizá esa es la única imagen que recibe de mi: un chico serio, simpático, bien hablado, cariñoso y que además hace tartas. Bueno, a nadie le amarga un dulce, ¿verdad?. Y sin embargo, aún era mucho más positivo el
comentario sobre mi venticinco cumpleaños, sin duda agudizado por una situación personal mucho más estable.
Sin embargo, seamos
francos: mis últimos dos años de vida han sido posiblemente lo más
caóticos que he vivido nunca a nivel
emocional, casi siempre para
mal. De hecho, y ahora que por fin las aguas van volviendo a su cauce, no recuerdo haber sido nunca una persona con una más que evidente tendencia a la
depresión (al menos no de forma tan exagerada). La depresión (real, no de las de boquilla) que he vivido y que ahora ya empieza a verse en la distancia (no del todo, que ya se sabe que de esto se sufren
secuelas permanentes) ha sido posiblemente lo que más ha marcado mi
día a día en este tiempo.
Como ya dije en el comentario del año pasado por octubre, sentía que aún me quedaba un
enorme y largo camino por recorrer respecto a mi fragilidad emocional. Así fue, y posteriormente a esos días lo pasé realmente
mal. La vida hay que vivirla, ya sea para cumplir las obligaciones y las responsabilidades inherentes a ella (trabajo, familia, amigos y compromisos), o para saborear como el mejor de los pasteles esos
pequeños momentos en los que haces cosas
extraordinarias y fuera de lo normal que te llenan, completan y te hacen llegar hacia el propio éxtasis de la vida. Afortunadamente, de esos momentos
no he estado exento.
Y así, puedo decir con orgullo que en un año he pasado de vivir con mi madre a
emanciparme a mi propio rincón (aún tengo que enseñar mi casa en este blog, no lo olvido), he realizado uno de los más grandes sueños de mi vida, viajar a
Japón, y también lo he hecho a la increíble ciudad de
Chicago e incluso a sitios más cercanos pero preciosos como
Oxford. He visto la tumba de
Tolkien con mis propios ojos, he llorado ante ella, he sentido la llamada de la ilusión ante posibles nuevos amores, he sufrido decepciones menores y he
consolidado amistades,
perdido otras tantas y también las he
recuperado. He sentido
pena de mi mismo y me he
odiado por mi pedantería, y otras me he sentido terriblemente
orgulloso de mí mismo. Me he peleado con mis amigos, y otras los he abrazado. He
añorado a la gente que he perdido. Y, en definitiva, he vivido y sentido exprimiendo cada
gota de emoción hasta sus últimas consecuencias, que es la forma de vivir y entender la vida con la que mejor convive mi alma y persona. ¿Y no es esto sinó la
esencia de la vida en sí?.
El tiempo va pasando, y como dice la maravillosa canción de
Keane,
me voy haciendo mayor y necesito algo en lo que confiar. Y en lo que más deseo confiar es en mi propia
capacidad para
superar baches, en que pueda
moldear mi mundo, ese que me rodea día a día, en aquello que deseo que sea. Ese es un objetivo
imposible y soy consciente de ello, pero no pienso rendirme.
Hoy, con veintisiete años recién estrenados, quiero ponerme
eufórico y decir a los amigos que día a día, semana a semana o mes a mes, lejos o cerca en la distancia o en el corazón, deciros que sois el pilar en los que se sostienen muchas de las ilusiones y esperanzas de este idiota al que aceptáis libremente en vuestro entorno. Por ello, os doy las gracias, porque a veces sé que no lo merezco. Sin menciones especiales, porque de un modo u otro todos lo sois, y todos sois una parte diferente,
única e
insustituible.
Se presupone que uno siempre agradece el apoyo y amor de la familia, y yo no soy excepción, aunque la familia siempre es un concepto que objetivamente es tan
amplio que mentiría si dijera que quiero mucho a mi familia. En absoluto, solo quiero a
ciertos miembros, que en mi caso y por fortuna son
muchos, y se me llena la boca al hablar de ellos y el corazón al pensar en ellos. No me faltéis
nunca, por favor. Y a los que ya faltáis físicamente, deciros que
no hay un solo día en los que no volváis a la vida dentro de mi.
Y ahora, como no quiero convertir esto en un
plomizo emocional de esos que tanto me gustan (no debéis olvidar que soy un genuino
Drama Queen), me despido con esa canción a la que he hecho referencia antes y con la que tanto me identifico últimamente, y que ya puse hace poco tiempo,
Somewhere only we know de
Keane.
Mi objetivo principal: poder librarme del todo de los
fantasmas del pasado, porque un luto de dos años me parece un luto
demasiado prolongado, aunque por fortuna la luz del tunel ya no está al final del camino, sino mucho más cerca. De ese modo no solo podré ver la luz, sino hacérsela ver también a quien dejo detrás. Porque por suerte, el presente inmediato no podría ser más
perfecto.
Muchas gracias a los que sea por Mail, SMS o llamada de teléfono os habéis
acordado de mi.
Un fuerte abrazo.