Últimamente apenas tengo tiempo de escribir baldíos y huecos comentarios acerca de banalidades de mi vida diaria, de esas que componen el grueso de mis aficiones y de todo aquello de lo que mayormente me alimento a nivel de ocio.
Sin embargo, la labor de etiquetar todo mi blog para adaptarlo a la nueva versión de Blogger me ha hecho, de manera casi absoluta, releer todo lo que ha pasado por aquí desde que lo inauguré allá por febrero de 2005. Y me doy cuenta de que el concepto del mismo blog ha cambiado, o más bien evolucionado mucho desde entonces. Casi todo lo que escribía antes eran vivencias, sensaciones, intentos de expresar mis sentimientos de la manera más fidedigna, coherente y certera posible. Ahora no es el caso, como muestran la mayoría de mis posts más recientes.
Supongo que eludir la razón de este cambio es lo más fácil, pero eso no pega conmigo, de ahí que escribo ahora esto. He estado pensando bastante sobre ello, sobre este cambio a la hora de seleccionar la más que variada temática de este rincón que atesoro como lo que más, y llego a la conclusión de que finalmente he creado alrededor de mi una coraza de superficialidad, dejando entrever un poquito de mi verdadero yo entre medias. Una vez, me dijeron que una persona no era como se mostraba a veces, sino como es la mayoría del tiempo. Puedo estar de acuerdo o no con semejante afirmación (de hecho, es innegable que es cierta), pero también tengo presente que las personas nos camuflamos de forma natural en aquello que nos hace sentir seguros. Es un método de autoprotección, nada más. Unos optan por convertir su existencia en un exagerado cúmulo de metafísica dispersa, y otros en banalizar hasta el último segundo de sus vivencias hasta que la misma vivencia se hace banal. Eso, evidentemente, si me decido a mostrar los dos extremos de un universo. Y todas las opciones son perfectamente válidas y respetables.
Yo no me complico la vida: simplemente digo lo que me apetece y punto. Reconozco que antes me forzaba a intentar hacer algo digno, algo que invitara a pensar, a comerse la cabeza, a que se nos moviera un hilo de sensibilidad en nuestro fondo. Y a su vez dejar constancia de mi propio ser, mi esencia, mi vida, alegrías y desgracias. Evidentemente, sin éxito (o al menos un éxito total). Porque exponer tus sentimientos en un lugar público como es este implica la aparición de gente o entes que no estarán nunca de acuerdo con lo que dices. Lógico, ¿verdad?. Comprensible, entendible y todo lo que queráis, pero no por ello a veces menos doloroso. Y lo peor, básicamente, es que evidenciar de manera tan descarada los propios defectos de uno mismo es, mayormente, vergonzoso. Yo lo he hecho ya varias veces a lo largo de estos más de dos años, y ahora creo que no tengo opción que no arrepentirme de ni una sola frase, palabra, acento o coma que he puesto, editado o borrado. Porque, para bien o para mal, esas cosas las he pensado en algún momento. No tiene necesariamente por qué estar mal eso, ¿verdad?. Simplemente, depende de los diferentes puntos de vista que cada uno quiera aplicar.
Pero ahora voy al grano, por fin: antes escribía mejor. Antes tenía una motivación que ahora no tengo: el amor. Durante 2005 fui una persona establemente enamorada, y mucho, de alguien que me correspondía. Ese estado de paz interior, de ilusión, de calma que se conoce pocas veces en la vida me hacía abrir los ojos y ver el mundo de otro modo. No mejor, no peor… solo diferente. De algún modo, los adjetivos, sustantivos, verbos y cualquier forma de escritura salía de manera más sencilla, intuitiva, espontánea. Ahora veo que para poder escribir más de una sola página intentando llegar hasta lo más profundo de mi corazón necesito más esfuerzo.
Con esto, ojo, no digo que haya perdido nada. Simplemente que ya no puedo encontrar ese algo que para expresar ciertas ideas tenía en mi amor. Ahora, eso sí, he ganado en otra serie de matices. Ahora ya no me da miedo expresarme libremente en asuntos que antes me parecían tabú, aunque nunca lo fueron salvo para mí mismo. Pero me apena pensar que ciertas cosas en esta vida, aunque sea algo tan aparentemente absurdo como el poder escribir líneas llenas de sentido en un blog que leen personas conocidas, amigas y curiosas, se vean afectadas por el estado emocional personal de una persona. Y también he aprendido, aunque sea solo un poco, a que no me afecte tanto el qué dirán de mí.
Quise muchísimo a Sergio. Más que a mi propia vida, y no me arrepiento de reconocerlo. Todo acabó muy mal por culpa de… ¿en serio hay culpas?. Sí, a veces más de uno, a veces más de otro, y casi siempre por entrar en dinámicas absurdas que acaban en un sinsentido mayor. Y ahí entro yo también. Al final, ¿qué es lo que queda?. El recuerdo de lo bueno. Al final, lo malo se desvanece despacio y solo quedan los buenos momentos. Al menos, eso siento yo. Aprender de los errores no es malo, aunque a veces tengamos que pagarlo muy caro.
Abrí este blog para expresar todo ese mundo de sensaciones maravillosamente agudizadas por una vivencia idílica. Ahora que ya ha pasado tanto tiempo desde que eso desapareció, digo con la cabeza bien alta que, pese a mis propios defectos aquí dentro y en mi verdadera vida, la que nadie que lea esto conoce de verdad salvo el que me ve, oye, siente respirar, sentir, llorar y reir cada día, estoy feliz de seguir adelante, de ver que mi blog, una pequeña y peculiar extensión de mi alma, evoluciona a mi lado. Ya no escribo igual porque, desde hace ya un tiempo, no estoy enamorado de nadie. Pero ni me pesa ni me duele. Es más, miro a mis propias palabras con una mezcla de alegría, escepticismo y asentimiento que ni yo mismo consigo explicar. Es como si me sintiera orgulloso de todo lo que he hecho en el pasado, de haber tenido el valor de poner ciertas cosas y, simplemente, de haber hecho lo que me dictaba el corazón.
Y eso, enamorado o no, es algo que para mi tiene mucho valor.
Un abrazo.